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Paranoia: esa locura “lúcida” que nos contagia cada día

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Paranoia_600x480Leyendo ciertos epílogos del libro “Paranoia. La locura que hace la historia” del psiquiatra italiano Luiggi Zoja, me sitúo un poco en la realidad cotidiana de nuestro país. El libro “reconstruye la dinámica, la perversidad y la fascinación de este mal y da cuenta de su absurdo, así como también de su poder de contagio psíquico pandémico. Transforma nuestra forma de ver acontecimientos que creíamos conocer y nos permite comprender de qué modo algunos paranoicos, como Hitler o Stalin, alcanzaron el éxito por su capacidad de despertar la paranoia dormida en los hombres comunes y corrientes, aquellos que piden a viva voz en medio de la multitud la muerte de una minoría luego de haber ayudado a su hijo a hacer las tareas escolares”.

Sin llegar al paralelismo entre Hitler o Stalin porque resulta abrumador, excesivo e incluso puede herir susceptibilidades, lo que se está viendo en los medios de comunicación, las reacciones colectivas ante ciertos hechos no deja de ser perturbador.

El tema de la inseguridad es a todas luces, una realidad. Pero también es una realidad agrandada por la continua repetición de un mismo acto delictivo en los noticieros. Algunos informativos llegan a pasar un crimen hasta 12 o 13 veces por día. Eso no quiere decir que no suceda, pero en la mente del televidente se asienta cada emisión como un hecho nuevo. La creación de la paranoia es consecuencia directa del bombardeo mediático. Y la paranoia crea la sensación de desprotección, de malestar y la necesidad de “justicia por mano propia” porque “ante un Estado ausente” ¿quién nos defiende?. Y además, es contagiosa; basta analizar los “linchamientos” de los que tuvimos noticias recientemente.

Siguiendo con la reseña del libro, la paranoia tiene una “lógica secreta (que) avanza invirtiendo las causas, sin perder una apariencia de racionalidad. Esta locura «lúcida», como la definían los manuales de psiquiatría, consiste en un estilo de pensamiento que, carente de una dimensión moral, posee una preocupante capacidad de contagio social. Alcanza una intensidad explosiva cuando deja de ser una patología individual y contamina a las masas”. Para graficar mejor el concepto pensemos en las reacciones colectivas. La “molida a palos” del chico en Rosario. No lo vieron robar, pero quizás, por una lógica lombrossiana, señalaron al joven y decidieron darle su merecido. Podrían haberlo detenido, pero es más escarmiento darle una buena paliza, la cual puede derivar en asesinato. “Pero él se buscó ese camino”. Ya no importa si roban porque no tienen qué comer, si lo hacen sin armas, si son pobres y es lo que la desigualdad social los empuja a hacer. Nada de eso importa. Las excusas para actuar imitando la barbarie tantas veces criticada son innumerables. Ante el robo o la sospecha de robo la reacción de las masas se vuelve irracionalmente  desmedida. Pero avalada por una sociedad que la vitorea.

Volviendo a la paranoia, esta se contagia, en este caso replicándose en acciones similares en Palermo y Santa Fé.

 

Estamos llegando a un punto de inflexión, es momento de parar la pelota y reflexionar. La inseguridad, la inflación, la desigualdad, el narcotráfico, la falta de moral en las instituciones que deberían proteger nuestros intereses, existen. No se puede negar. El malestar es real. Se deben buscar soluciones ciertas y no sólo propagandísticas. Pero no olvidemos que el 2015 es electoral.               Que tanto oficialistas como opositores buscan desestabilizar la balanza del contrario. Y que los medios también son parte del juego. Nada está tan bien, pero tampoco tan mal. No permitamos que las agendas electorales boicoteen nuestro espacio de tranquilidad. Pero sobre todo, no caigamos en la paranoia que desean endilgarnos. Si tomamos la justicia en nuestras manos, no habrá posibilidades de reformar lo que no funciona, nos vamos a convertir lentamente en lo que criticamos. Entonces pensemos, ¿queremos civilización o barbarie?

 

Cecilia Figueira Tibiletti

 

3 comentarios

  1. Muy buena reflexión Señora Figueira. Gracias por trasponer la realidad para velar lo que nos esconde ella.

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