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Las Islas: “el abordaje de la cuestión Malvinas implica no olvidar lo acontecido en aquellos oscuros años”

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La columna de Rayén Castro aborda el tema de Malvinas con seriedad y una recopilación de sucesos y citas de autoridad poco común en las crónicas mediáticas. Las consecuencias de la guerra, el papel de los medios de comunicación, lo legal y lo diplomático y cómo, se podría conocer y acercar lazos con los isleños para que se sientan, un poco argentinos.

Las Islas

Por Rayén Castro

En un pasaje de su fundamental crónica “Nuestro Vietnam“, Daniel Riera recoge, entre varios, el testimonio de Sergio Delgado, ex combatiente: “No sentía el calor, como si mi espíritu estuviese flotando. Estaba herido en las piernas. No sentí dolor, sí ardor. No las quería mover. Sabía que algo feo me había pasado.

Los ingleses se acercaron a nuestra posición para ver dónde había caído la granada. Por los agujeros que había provocado la explosión se filtraba la luz de la luna en haces. Y de fondo veía las luces de bengala, el resplandor de las bombas y los tiros.

‘Me hirieron Polaco, me hirieron’, le dije a Gramicci. Y lo abracé. ‘Calmate’, me contestó. Le pregunté si lo habían herido. Me dijo que no. Entonces llegaron los ingleses con fusiles que tenían sable-bayoneta. Separaron algunos escombros, clavando sus sables en los pozos, por si había alguien adentro.

De pronto sentí un impacto: le habían clavado un sable en el estómago a Gramicci, que estaba abrazado a mí. Los ingleses se esfumaron. ‘Me duele, me muero…’, se quejaba. Cada vez más bajito, la voz más apagada. Hasta que se murió”.

Pensar la cuestión Malvinas para las generaciones post-dictadura, e incluso para las contemporáneas a ella, resulta una referencia ineludible al conflicto armado desatado en 1982. Están fatalmente unidos en la educación política de una sociedad, y ello no debería extrañar. De hecho, la inmensa mayoría de los textos referidos a Malvinas que se produjeron en las últimas décadas -periodísticos o no-, antes que tratar la disputa por su soberanía, versan sobre los inapagables ecos de aquella aventura bélica ideada por la Junta Militar. Entre los más conocidos, “Malvinas: la  trama secreta” (Cardoso – Kirchbaum – Van der Kooy); entre los mejores, “Los pichiciegos” la mítica novela de Fogwill sobre un grupo de desertores, escrita en sólo una semana de aquel junio. Como un curioso corresponsal de guerra -dado que nunca pisó el archipiélago-, Fogwill relatará las violaciones a los Derechos Humanos sufridas por los combatientes por sus propios superiores, delitos que podrán finalmente ser investigados con la desclasificación del informe Rattenbach, cuyo texto íntegro permanecía bajo secreto militar, por reciente orden de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner.

A treinta años de aquel episodio, la subjetividad común de nuestra sociedad no puede eludir revisar con culpa esos 74 días. Ese fugaz consenso que tuvo la dictadura derivó en actitudes equívocas, síntomas propios del estrés postraumático de los ex combatientes (la evitación: negar la guerra, evitar el dolor de ese recuerdo, tal como explican los psiquiatras Van Der Kolk y McFarlane, quienes investigaron los efectos de la guerra en los soldados estadounidenses) extendidos a un país que pronto despertaría además ante las evidencias del genocidio en territorio continental. La desidia e indiferencia de las autoridades -pero no sólo de ellas- que padecieron hasta muchos años después quienes estuvieron en las islas, es un dato que aún sin explicar por sí mismo, ayuda a comprender la inmensa cantidad de suicidios y situaciones de marginalidad en que cayeron aquellos entonces jóvenes de todo el territorio nacional.

Es por ello, entre tanto más, que pensar una vía democrática para el abordaje de la cuestión Malvinas implica necesariamente no olvidar lo acontecido en aquellos oscuros años, sin por eso perder de vista el justo derecho que asiste a nuestro Estado en la disputa por la soberanía del archipiélago.

En las últimas semanas, producto de declaraciones cruzadas entre los gobiernos argentino y británico, en el marco de un fuerte apoyo expresado por diversas naciones de Latinoamérica en favor de la posición Argentina, el debate sobre Malvinas volvió a poblar la arena política de ambos países.

El punto más álgido se vivió cuando el primer ministro del Reino Unido, el conservador David Cameron, calificó a las pretensiones de nuestro país sobre las islas como propias de una nación “colonialista”. La reacción no se hizo esperar. Una de las respuestas provino del Vicepresidente del Comité de Derechos Humanos de Naciones Unidas, el argentino Fabián Omar Salvioli, quien a través de una red social expresó: “Lejos de asumir posiciones patrioteras y de nacionalismos baratos, cabe decir que la declaración del Reino Unido acusando de colonialista a la posición argentina en torno a Malvinas resulta de alta hipocresía. No hay fundamento para ello, e independiente de la consideración que pueda tenerse en relación al fondo de la disputa de soberanía, no ha sido precisamente Argentina quien estableció territorios de ultramar e instaló colonias por el mundo, a sociedades que nada tienen que ver con quienes llegan «en nombre de la civilización», a imponer su dios y saquear las riquezas“ Y agregó: “Se han cometido muchos errores respecto a la cuestión Malvinas en nuestra política exterior (…) Pero nunca Argentina ha tenido actitudes ni políticas generales colonialistas”.

Tal vez un distingo existente entre la presente coyuntura y otras en las que se ha planteado la mentada disputa diplomática, provenga del papel que ha adoptado buena parte de los medios de comunicación. En postura inédita (paradojal, si se tiene en cuenta su rol propagandístico durante la guerra), varios han priorizado la contienda que sostienen con el gobierno nacional antes que una cobertura rigurosa, lo que no ha hecho sino gravitar en la (baja) calidad de la información vertida. Es que de hecho, con llamativa liviandad, columnistas y opinadores de ocasión profirieron argumentos a medias, producto de una utilización confusa y ambigua de un lenguaje requirente de precisión como el diplomático.

Sobre este punto, Fabián Salvioli, quien es además profesor titular de Derecho Internacional Público en la Universidad Nacional de La Plata, expresó: “en la televisión se han dicho -lamentablemente- bastantes inexactitudes en relación al tema Malvinas; es preocupante que sobre una cuestión tan sensible no se informe correctamente un par de cuestiones elementales y básicas: el principio de libre determinación de los pueblos no se aplica al caso Malvinas por dos razones de derecho internacional.

La primera de ellas, la resolución 1514/60 de la Asamblea General de la ONU señala que no se utilizará el principio contra la «integridad territorial» de un Estado, y Argentina siempre ha reclamado a Malvinas como parte de su territorio.

La segunda es que la Asamblea General desde 1965 (Resolución 2065) sobre Malvinas, insta a ambas partes a negociar la cuestión de soberanía, «teniendo en cuenta los intereses de los isleños». La expresión «intereses» se estableció expresamente para no referirse a «deseos», lo cual daría lugar al reclamo de «autodeterminación». Las Malvinas están sometidas a dominación colonial, pero sus habitantes no constituyen un «pueblo» jurídicamente hablando, con derecho a autodeterminarse, sino una «población» de origen británico y transplantada producto de una ocupación por la fuerza e ilegal llevada adelante en 1833“. Es de agregar asimismo, que posteriormente las resoluciones de la Asamblea General 3160 (de 1973) y 31/49 (de 1976), refirieron al particular en similares términos.

Ello de ningún modo obsta a que hayan de considerarse posiciones diferentes sobre el qué hacer con Malvinas. El mismo Estado argentino ha emprendido caminos diferentes en las décadas pasadas. El gobierno de Alfonsín debió lidiar con la compleja tarea de intentar recomponer un escenario precedido por la derrota militar y una absolutamente reticente Gran Bretaña. Luego, la política del “paraguas de soberanía” consagrada en los Acuerdos de Madrid durante la década de los 90, consistente en la recomposición progresiva de las relaciones entre Argentina, Reino Unido y los malvinenses, pero sin discutir en los foros internacionales ni bilateralmente la soberanía de las islas. Sobre ello huelga decir que fue algo más que entregar peluches Winnie Pooh a los isleños, no por ello olvidando los penosos acuerdos en materia minera y pesquera de la gestión del canciller Di Tella, que significaron un grave retroceso para la coherencia de los reclamos históricos de nuestro país.

Por último, remarcar algo: que los reclamos por la soberanía por Malvinas se hagan frente a Reino Unido no debería significar dejar al margen a los isleños de toda discusión. Ello de ningún modo significa que la controversia deje de ser bilateral (como sostiene Naciones Unidas) y pase a incluir a un tercer actor en iguales condiciones. Pero sí es de considerar que de lograrse la soberanía territorial sobre las islas, penoso sería pretender echar a quienes allí han vivido gran parte de su vida. Algo hay que hacer para que ellos también hayan de sentirse, al menos un poco, argentinos.

El economista Lucas Llach formulaba hace unos años una idea curiosa: dada la proximidad entre las islas y el territorio continental, formando un perfecto triángulo entre Río Gallegos-Buenos Aires-Malvinas, y siendo que contamos nuevamente con una aerolínea de bandera, proponía que al menos una vez por semana, los vuelos Río Gallegos-Buenos Aires tomaran un pequeño desvío para hacer escala en Malvinas, con pasaje gratis para los allí residentes, implicando un costo marginal ínfimo para la aerolínea. Conocerían la Argentina -”su” país, de recuperar el nuestro la soberanía sobre aquel territorio-, y nosotros -más importante, seguramente- los conoceríamos a ellos. Sí, el planteo tiene un ineludible tufillo a la ya conocida “política de seducción” ditelliana, pero pone de relieve la delicada problemática del qué hacer si es que algún día finalmente podremos mirar al sur, océano mediante, y ver, sí, a nuestros nuevos vecinos; en fin, argentinos.

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