“La doctrina de la hipocresía”: la opinión de un sancarlino a partir del caso de la docente de La Matanza

Por Juani Jofré.

Este escrito me va a generar más antipatías que simpatías. Empezando por mí mismo que me había prometido no escribir de educación cuando los grandes medios pusieran el tema en agenda, porque lo hacen siempre que sucede algo “malo” o condenable, y nunca cuando suceden las cientos de miles de cosas positivas e importantes que acontecen en las escuelas.

Esta semana se llenaron las tapas de diarios y las horas de radios y canales de TV con el adoctrinamiento. También se llenaron con esa palabrota millones de bocas.

Nadie habló del remedio para curar el mal. A casi nadie le importa. Es la hora de quemar en la hoguera mediática y las grandes mayorías, aceptemos o no, disfrutamos de ese espectáculo nefasto cuando la persona que la sufre es alguien con quien no coincido, o alguien que cometió un error. Hipocresía lisa, llana y humana.

Yendo al grano, empiezo por definir para aclarar un poco.

Adoctrinar es inculcar con fuerza de imposición algunas ideas o verdades como si fueran las únicas válidas, certeras o aceptables.

A veces lo hacemos de modo consciente. A veces hasta nos dedicamos a estudiar conscientemente algunas doctrinas, como conjunto de verdades.

El problema está cuando no lo hacemos a consciencia, y eso sucede todo el tiempo en el mundo de los adultos. Aquí radica, a mi modo de ver, uno de los nudos centrales de este problema.

Adoctrinamos cuando enseñamos a nuestros hijos que se debe comer de tal forma, o vestir de tal manera, o jugar a tales cosas.

Adoctrinamos cuando les decimos a las jóvenes generaciones que deben estudiar, tener un título (porque si no, no serán nada en la vida), comprar un auto, hacer una casa, casarse y tener hijos.

Adoctrinamos también cuando enseñamos una historia de hombres de bronce y sin errores, y unos símbolos patrios que debemos honrar. Aunque nos cueste reconocerlo, adoctrinamos casi todo el tiempo.

Adoctrinamos cuando nos peleamos con un amigo por tal o cual estilo de juego en el fútbol.

A veces hasta adoctrinamos para hacer un asado que “se debe hacer así” y no de otra forma.

La peor forma en la que adoctrinamos es cuando lo ocultamos. Cuando decimos que somos apolíticos, o neutros o independientes. Los seres humanos dependemos siempre de los demás, y siempre estamos en una posición y desde ahí miramos, desde ahí construimos nuestra perspectiva. Negarlo u ocultarlo es la peor forma de adoctrinar, porque no estamos siendo honestos con los demás.

En cambio si decimos “yo pienso así, porque lo veo desde este lado”, la otra persona puede saber que hay otros lugares posibles para ver el problema, y entonces no estamos adoctrinando.

Este tipo de adoctrinamiento fue el que se daba todo el tiempo en nuestras escuelas tradicionales y hoy se da en casi todos los grandes medios de comunicación.

Ahora bien. Si aceptamos que lo hacemos, ya hemos dado el primer paso para curar este mal que nos aqueja y preocupa tanto.

Porque si aceptamos que enseñamos, transmitimos e inculcamos lo que nosotros creemos correcto y verdadero, estamos aceptando que pueden haber otras formas y que tal vez merezcan debatirse y analizarse seriamente. Ahí estamos empezando a educar y ya no tanto a adoctrinar.

La cura o el remedio contra el adoctrinamiento ha sido descubierta por la humanidad hace miles de años: se llama pensamiento crítico. La cosa está que muchos y muchas que lo practicaron a lo largo de la historia terminaron condenados a la cicuta o a la hoguera acusados justamente de “adoctrinar”.

Los mismos que se escandalizan por el adoctrinamiento ajeno, defenestran y condenan a la muerte a sus enemigos aplicando la propia doctrina. La historia de la humanidad es la historia de esta hipocresía.

El problema es que el remedio sigue siendo el mismo: fomentar el pensamiento crítico.

El Consejo Federal de Educación lo reconoce como una de las capacidades a trabajar en las escuelas, y las resoluciones de la Dirección General de Escuelas así lo plantean también.

El problema es que quienes lo intenten practicar en sus vidas o atreverse a la difícil tarea de aplicarlo en el aula, casi con seguridad serán acusados de “adoctrinar” por las mismas autoridades que le exigen enseñarlo, o por las mismas familias que adoctrinan en sus doctrinas pero no desean reconocerlo.

El pensamiento crítico implica considerar diferentes puntos de vista; argumentaciones, evidencias y datos. Debate respetuoso, ordenado y organizado. Valoración positiva de las diferencias.

Todas esas habilidades a la gran mayoría de los y las adultas nos cuestan muchísimo, justamente porque no nos entrenaron en el pensamiento crítico, sino en el prejuicio o juicio veloz, certero, descalificador y absoluto.

Ni hablar de los medios de comunicación, que nunca se ponen en el foco a revisar sus propios análisis, y se ofenden inmediatamente cuando alguien comete la inaceptable acción de develar sus intereses ocultos.

Si de verdad nos preocupara el adoctrinamiento, pondríamos tiempo y recursos en capacitarnos los adultos en el desarrollo del pensamiento crítico, para poder enseñar a las jóvenes generaciones a crear su propio juicio, sin necesidad de repetir veloces y apresuradas condenas que solo destruyen y nada educan.

Si de verdad nos preocupara, promoveríamos que se escuchen en los medios voces diversas, con puntos de vista distintos, y no el pensamiento único que aceptamos diariamente.

Si de verdad nos preocupara, no arrojaríamos juicios como piedras de condena ante cada error que otro comete.

Si de verdad nos preocupara, deberíamos comenzar por la propia hipocresía.