Un reporte del INV señala que la cantidad de uva para vinos genéricos es cada vez menor. Buena performance de las tintas.
El Instituto Nacional de Vitivinicultura publicó este mes un informe que puso números a un proceso que productores, gobierno y consumidores advertían que se venía produciendo desde hace algunos años: la lenta pero constante disminución de la superficie cultivada de uvas criollas en beneficio de plantas de origen europeo. Mayormente se trata de uvas tintas y, fundamentalmente, de la cepa estrella del país, el malbec.
El estudio pone cifras precisas a una tendencia que, según explica Juan Carlos Pina de Bodegas de Argentina, “comenzó con fuerza en la década del `80 y se profundizó en el último cuarto de siglo”. La progresiva implantación de varietales permite producir vinos de mayor calidad en desmedro de las variedades criollas, que no tienen demanda internacional.
El informe del INV explica la evolución de la superficie implantada de vides entre 2000 y 2016. Los números totales muestran un incremento de 11% en todo el país, de 201.113 hectáreas en 2000 a las 223.944 registradas el año pasado. Sobre ese total, el 92,2% estuvo compuesto por variedades orientadas a la elaboración, 5,7% para consumo en fresco y 1,9% para pasas de uva.
Mendoza mantuvo su histórica participación de 70% sobre el total de la superficie implantada de vides en todo el país, por lo que los números de nuestra provincia continúan determinando la tendencia general a nivel nacional.
Esa tendencia es clara: al mismo tiempo que se registra un fuerte incremento de la superficie dedicada a cepas de alta calificación vínica, las variedades criollas han perdido un considerable terreno pese a que aún representan un porcentaje importante del total.
Rosadas, las que más superficie perdieron
En Mendoza, el total de superficie con vides creció 12% entre 2000 y 2016. De 141 mil hectáreas al comenzar el siglo, a 158 mil hectáreas el año pasado, con una producción dedicada casi en su totalidad, un 98,4%, a variedades destinadas a la elaboración. La superficie con uvas aptas para consumo se duplicó, llegando a 1.810 hectáreas el año pasado, pero siguen representando sólo 1,1% del total.
En los primeros 15 años del siglo, el mapa mendocino mostró una fortísima tendencia hacia las variedades tintas para elaboración, que pasaron de 56 mil hectáreas en 2000 a 91 mil el año pasado, registrando un incremento del 62%.
Ese crecimiento estuvo dado, en gran medida, en desmedro de variedades blancas y, fundamentalmente, rosadas, cuya participación ha sufrido un severo desplome. Si en 2000 había 53 mil hectáreas de rosadas, el año pasado ese número se redujo a 38 mil hectáreas, un 24% menos. Las blancas, en tanto, amortiguaron algo más la caída, de 29.675 hectáreas en 2000 a 25.973 el año pasado, con una disminución del 12%.
Pero al analizar la evolución de las distintas variedades de uvas, puede apreciarse el severo desplome de las cepas criollas. La más golpeada por el proceso de reconversión fue la criolla grande, que pasó de ser la principal variedad implantada en 2000 con 23 mil hectáreas, a 15 mil hectáreas el año pasado, perdiendo un tercio de su presencia. Suerte similar corrió el moscatel rosado, que perdió 4 mil hectáreas en 15 años, quedando actualmente 6.300 hectáreas con esa variedad.
De las criollas rosadas cultivadas en Mendoza, la que resistió con mayor fuerza el embate de las tintas fue la variedad cereza: en 2000 habían 17.413 hectáreas implantadas en toda la provincia, de las cuáles se perdieron sólo 1.337 hectáreas.
Aunque con una participación menor, la criolla chica también sufrió una retracción importante, de 372 hectáreas a principios de siglo a apenas 181 hectáreas el año pasado.
Es importante considerar que si bien se trata de cepas destinadas a la elaboración, en buena medida se trata de producción que no está orientada a la producción de vinos. “Hay un gran volumen de las rosadas que no se vinifica sino que se destina a jugo concentrado de uva”, explica Juan Carlos Pina.
El reconocido experto Carlos Catania lamentó la retracción sufrida por algunas variedades, aunque les auguró un futuro de al menos supervivencia a varias de las criollas. “Se van a seguir usando para blends, y para vinos de bajo precio. En el caso de la criolla chica, se está buscando volver a plantarla porque es una uva tradicional, que acá se utiliza desde la época colonial”, indicó el ingeniero agrónomo, autor de numerosos estudios y libros sobre temas enológicos.
Las blancas criollas también cayeron
En las variedades blancas, el proceso de retracción de las criollas también ha sido notorio, aunque el total de superficie destinada a uvas blancas se mantuvo relativamente estable, fundamentalmente por la incorporación de casi 2.500 hectáreas de chardonnay y sauvignon blanc.
La criolla más afectada fue la Pedro Giménez, que perdió 3.063 de las 11.702hectáreas con las que contaba al comenzar el milenio. Pese a esta fuerte retracción, esta variedad continúa siendo, con 8.640 hectáreas, la blanca con más presencia en la provincia.
Entre las blancas criollas también se han visto fuertemente afectadas las producciones de torrontés mendocino, torrontés sanjuanino y moscatel amarillo. Entre las tres variedades ocupaban 884 hectáreas al terminar el siglo XX, mientras que el año pasado sólo ocuparon 477 hectáreas, mostrando una retracción de casi el 50% en la cantidad de superficie implantada.
La pérdida de participación de las criollas tiene, sin embargo, una excepción a la regla: el torrontés riojano, que logró un considerable crecimiento en el total de la superficie implantada en estos años, pasando de 2.864 hectáreas en 2000 a 3.744 en 2016, con un incremento en torno al 30%. “Es la criolla que mejor funciona, más allá de que por ahí no se adapta tanto al tipo de comidas que tenemos”, indicó Catania.
Otro dato llamativo del informe del INV es la fuerte caída del chenin, una uva de amplia tradición en nuestra provincia, que pasó de 3.100 hectáreas a 1.800 en sólo 15 años. Otra blanca que viene perdiendo mucho terreno es la que alguna vez fue una referencia provincial, el semillón, que perdió en 15 años 229 de las 893 hectáreas que había implantadas en 2000.
«Lo que pasa es que el mercado no solicita las variedades comunes. Inclusive, al mosto no se le ve un horizonte de mejora, porque ahora estamos compitiendo con el jugo concentrado de manzana (de origen chino) que muestra mejores precios», indicó Carlos Iannizzotto a la hora de analizar la situación del sector. «Las uvas comunes no van a tener buen precio. El mercado te exige la reconversión de criollas a varietales. Con los actuales precios de los tintos, el productor hoy está en un punto de equilibrio», señaló el titular de Coninagro.
El boom de las tintas, con el malbec a la cabeza
Si algo se confirmó en los últimos años, es el malbec como estrella indiscutida de la vitivinicultura mendocina y argentina. La cepa estelar de nuestras tierras tradujo su fama en números, incrementando notablemente la superficie cultivada. En 2000, Mendoza tenía 14.338 hectáreas con esta cepa, mientras que el año pasado se llegó a las 34.672 hectáreas.
Las más de 20 mil nuevas hectáreas cultivadas con malbec en Mendoza representaron más de la mitad de la nueva superficie ocupada con uvas tintas. En 2000, éstas abarcaban 56.524 hectáreas en toda la provincia, mientras que para 2016 habían crecido a 91.550 hectáreas.
El furor por el malbec mendocino, a estas alturas consolidado como el vino emblema de Argentina y reconocido a nivel internacional por sus cualidades, fue secundado por el fortalecimiento de la que hoy es la variedad estrella del Este mendocino: el bonarda. Esta variedad también mostró un comportamiento positivo en la superficie cultivada, pasando de 12.800 hectáreas en 2000 a 16 mil hectáreas en 2016, con un crecimiento de 25%.
También mostraron un comportamiento positivo el cabernet sauvignon, que creció 25%, el tempranillo, que sumó 35%, y el syrah, una uva de buen rendimiento en altas temperaturas, que pasó de 5 mil hectáreas a casi 9 mil hectáreas entre 2000 y 2016.
Cabernet franc, sólo 685 hectáreas
El informe del INV incluyó un apartado específico sobre el cabernet franc, una variedad que ha crecido sostenidamente desde inicios del siglo y a la cual se le augura un futuro muy promisorio en Argentina y, particularmente, en Mendoza, puesto que se adapta muy bien a las temperaturas frías y a los terrenos de colina.
Esta variedad ocupaba apenas 68 hectáreas en Mendoza en 1990, y hoy alcanza 685 hectáreas. Casi 50% del cabernet franc mendocino crece en el Valle de Uco (338 hectáreas), mientras que otras 227 hectáreas han sido cultivadas en Luján de Cuyo.
Una de las potencialidades es que se trata de vinos con buen desempeño en el mercado externo: de los 7.463 hectolitros de cabernet franc puro que se produjeron en 2016 (600% más que en 2006), 45% se comercializó en el mercado externo.
Fuente: Los Andes