Es tiempo donde la justicia federal, en Mendoza y en la Capital Federal, esclarezca y juzgue el caso de un hombre que el Ejército Argentino lo torturó hasta el filo de la muerte para que no hable lo que él vio en 1983 en el Refugio Alvarado, ubicado en el departamento San Carlos, sobre el camino por donde se accede a la Laguna del Diamante.
Es la dura historia de Jesús Villegas, quien hoy con sus 57 años camina con miedo y solo va a lugares donde haya mucha gente y siempre acompañado. Sabe que para el Estado es un muerto, porque así testimonian papeles del Ejército, que logró obtener y que se han trasformado en documentación vital para ese difícil camino que ha emprendido ante los estrados judiciales para, como él dice, ¡volver a vivir!
Recibió en 92 dolorosas e interminables horas todo tipo de tortura para doblegarlo a negar lo visto o provocar su muerte. Esto último lo salvo un ser, cuyo nombre, dice Jesús, se lleva a la tumba. A quien le agradecerá por siempre y por el que, también considera, es válida esa titánica lucha en los estrados judiciales.
Nadie, hasta ahora y salvo la justicia, lo ha querido escuchar, entender y atender, sobre todo y teniendo en cuenta que se está ante un caso difícil. Que reviste investigación y esclarecimiento. Porque en él convergen dos temas trascendentes de la historia argentina: secuestro, tortura y desaparición de personas en la última dictadura militar y el caso de Jesús, ligado al primero en todo aspecto y sentido.
Todo se inicia cuando Jesús no quiso ser cómplice del horror
Diario El Ciudadano tuvo que andar mucho tiempo para que Jesús Villegas hablara. Su sola condición era que estuviéramos en un lugar público y que él fuera con una persona de su entorno íntimo.
En el encuentro pudimos comprobar y hasta llegar a entender su encastrado miedo, no así el origen de eso que llevará hasta sus últimos tiempos. Extiende su mano e inmediatamente se sienta y relata donde comenzó a penetrar en un cono de sombra del que no ha salido.
“Yo en 1983 cumplía funciones en el Ejército Argentino con rango de cabo y estaba a cargo del Refugio Alvarado, que está en el camino hacia Laguna del Diamante. Allí le consulté a un superior que estaba como responsable de los relevos, ‘¿por qué estamos aquí en el medio de la nada?, si viene algún superior y me pregunta, ¿qué están custodiando con tanto celo ustedes aquí?, ¿qué le contesto?’ Ante esto, el sargento primero García (no pronuncia su nombre) me separa del contingente de soldados y me dice que hay que custodiar el predio donde hay enterrados 63 cuerpos de secuestrados”.
“La confesión no me sorprendió -dice Villegas- había escuchado comentarios y la respuesta del sargento García solo me lo confirmó. De todas maneras cuando mi superior se retiró del lugar y quedé a cargo del grupo le ordené a los soldados que tenían un rato de descanso, y que recorran la zona o que pesquen en la laguna”.
“Agarro una pala y cavo en el lugar que me señaló el sargento y encuentro un antebrazo y un cráneo. Inmediatamente los cubro y quedo muy mal porque la imagen me impactó. Pensaba muy adentro que soñé ser soldado, pero no para esto. Ahí tomé la decisión de ir al Juzgado Federal de San Rafael y realicé la denuncia ante el juez Raúl Acosta”.
“Inmediatamente el magistrado se comunica con el Ejército para comenzar la investigación y la fuerza me secuestra y me trae al comando de la Octava Brigada aquí en Mendoza. Mientras realizan, encubierta, una limpieza del terreno en el refugio Alvarado, para que no queden evidencias de lo que ví y denuncié”.
Hace un silencio mirando por la ventana donde nos encontramos y reinicia el relato en el tramo más duro de su historia cuando recuerda, “en el edificio del Comando de la calle 9 de Julio me tuvieron encerrado durante 92 horas. Desnudo y con solo una capucha en la cabeza me pegaron mucho, me rompieron toda la dentadura, me quebraron el tabique nasal, me rebanaron un dedo de la mano y picanearon por todo el cuerpo”.
“Cómo debe haber sido la picana, que hasta hoy me duele casi todo el cuerpo. Durante toda la tortura me gritaban que era un zurdo dentro del Ejército y querían que firmara papeles que, aún en el doloroso estado desesperante en el que estaba, me negué”.
“En un descuido siento la mano de un compañero que se identifica, me ayuda a vestir y me hace escapar. Como pude lo hice y por eso su nombre lo llevaré en mi alma para siempre. Nadie sabrá quién fue, porque gracias a él estoy vivo. La vida se devuelve con vida. Si lo digo a él lo matan”.
Estoy demandando al Ejército para recuperar mi vida
Jesús Villegas está muerto para el ejército. Su conveniente fallecimiento estaba decidido. Por eso la institución había confeccionado un documento que lo nombraba como extinto y el rango pos mórten de sargento ayudante (ver documento). Documento que Jesús pudo recuperar de los archivos del órgano militar.
Antes, él dice, “desde que me escapé de la muerte anduve por todos lados. Nunca me quedé fijo en algún sitio. Viví y vivo con miedo. Fíjese lo que dice un informe de la psicóloga Ana Susana Caldarone (ver informe), cuando asegura que me quitaron la libertad de desarrollarme, en lo afectivo, en trabajo y en las relaciones interpersonales y que a su análisis estoy preso de miedo”.
“Aún así, y acompañado por mi familia y unos pocos amigos, encaré una demanda judicial que tiene dos lugares de la justicia federal, en Mendoza y en Buenos Aires”.
Finalmente, el hombre que todavía siente muy adentro al Ejército Argentino, le expresó a El Ciudadano que, “hay muchas cosas que he visto que no difieren entre la dictadura y la democracia”.
“Cuando inicié la demanda judicial una de las primeras acciones fue comunicarme con el Ministerio de Defensa. Nadie me respondió, ni siquiera la carta personal que le entregué al entonces ministro Agustín Rossi y al actual Oscar Aguad. Solo me queda esperar lo que diga y juzgue la justicia. Solo quiero que el Ejército me devuelva lo que me quitó. El valor de mi palabra, porque nunca mentí. También mi sueldo, mi rango, mi carrera, mi identidad. Quiero que me devuelvan mi vida”.