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“Una cultura que facilita a los predadores hacerse de una víctima y gozar de impunidad”

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Hoy estamos convocadas y convocados porque la muerte de María del Carmen nos ha sacudido como un terremoto. Estamos agotadas de poner emoticones de lágrimas y perfilarnos con cintitas negras. También de los honestos pero inútiles deseos de que descansen en paz y de que un dios intangible reciba en sus brazos a las víctimas sacrificadas al orden machista y les de el consuelo y la felicidad que no tuvieron aquí. No tenemos certeza de una Carmen sonriendo aliviada desde un supuesto cielo, sí sabemos en cambio que no la veremos más y que no es justo. Tenemos mucho dolor pero también mucho enojo, no sólo con quien creemos que la llevó a la muerte, sino con todo un sistema y una cultura que facilitan a los predadores hacerse de una víctima y gozar de impunidad para acosar, controlar, torturar, violar, inducir al suicidio, matar, sin consecuencias y a veces con aprobación “Se lo buscó”, “Se lo merecía”, “Por qué no buscó ayuda”, “Por qué no denunció”, “Por qué no nos contó”, “Qué boluda, cómo puede querer a este tipo”. La furia también se dirige hacia nosotras y nosotros, porque de alguna manera imaginábamos, sospechábamos, sabíamos, e hicimos muy poco o nada por evitar este final que también estaba anunciado, como los finales que cada 18P horas se suceden en nuestro país y tantos otros. En este mismo momento hay muchas mujeres y niñas sufriendo o muriendo y muchos tipos que saben que pueden, que nuestros cuerpos son zona liberada.

Pedimos justicia. Pero todo el tiempo pedimos justicia y no estoy segura de qué estamos pidiendo. Porque tenemos demasiadas razones para desconfiar de la Justicia como institución, sólo pensemos en lo que pasó ayer y en el caso Araceli. Y porque es tarde. Porque justicia habría sido que la María del Carmen estuviera viva, libre del predador y haciendo las cosas que sabía y que la enamoraban, en especial la poesía, disfrutando de su trabajo, del cariño y respeto de sus estudiantes, de su familia y amistades, de sus cabalgatas, de todo lo que le fue quitado a lo largo de décadas de dolor y silencio. Entonces de la justicia exigimos un accionar que con hechos concretos y rápidos afirme ante la sociedad que este daño se paga, no sólo con el repudio colectivo, que suponemos ya garantizado, sino con procesamiento y condena a los que se piensan y creen dueños de nuestros cuerpos, de nuestras mentes, de nuestras vidas. Justicia es detener esta representación tan generalizada acerca de que el 50% de la población mundial tiene derecho a operar violentamente sobre el otro 50%. Y esto desde los micromachismos, que casi ni notamos y que a veces reproducimos, hasta el femicidio. Y ellos no paran. En este momento de nuestra historia, en el que hay un terrible retroceso en el ejercicio de los derechos más elementales, frases que fueron potentes, como “Nunca más” o “Ni una menos” se van vaciando de significado y quedan reducidas a clichés para estampar remeritas, porque sigue pasando, todo el tiempo. Y nos pasa a cualquiera, pobres, ricas, turras, cartuchas, viejas, jóvenes, nenas, brillantes, mediocres, sanas, deprimidas, laburantes, profesionales, amas de casa. Vulnerables todas, mujeres todas.
Y la Carmen era un blanco fácil. Porque era así como la recordamos: bonita, dulce, delicada, frágil, sensible, conciliadora, manipulable. Una rosita de evanol, como decimos en broma entre las amigas. Porque guardaba un silencio espeluznante sobre su historia más íntima y nos cerraba la puerta en la cara cuando queríamos plantearle nuestra preocupación y nuestras sospechas. Porque llamaba amor a un vínculo sórdido que quién sabe por qué creía imposible de romper sin morirse. Y la vimos cada vez más apagada, más encerrada y más triste. La vimos prometer visitas incumplidas y ausentarse de las juntadas de amigos. La vimos no participar de las jornadas y talleres sobre violencia de género. La vimos asustarse de la palabra feminismo y adherir a miradas supuestamente equilibradas acerca de estas cuestiones. La vimos en los últimos años descuidar su trabajo que antes le importaba mucho y con su salud quebrantada. Algunas nos enojamos y la confrontamos sin ningún resultado; nos dimos por vencidas porque al fin de cuentas, pensamos, era su elección.
Es aquí donde tal vez todas nosotras deberíamos detenernos, hablar, pensar juntas, modificar nuestras conductas y representaciones sociales heredadas y tan internalizadas que se nos aparecen como naturales. Porque ya sabemos que el femicida casi nunca es un enfermo mental que no sabe lo que hace. Casi siempre es sólo un hombre común empoderado por una cultura patriarcal que le confirma desde la familia, la escuela, las religiones, la política, el arte, el cine, los medios de comunicación, etc., que la famosa diferencia lo habilita a apropiarse de una mujer y someterla hasta la muerte.
Juntas tenemos que preguntarnos por qué los elegimos? Por qué no prestamos atención a las señales y a las alertas rojas? Por qué nos quedamos con ellos? Por qué los amores trágicos y tormentosos nos parecen más seductores? Por qué sentimos que hay cierto heroísmo en sufrir por amor?
Creo que éstas y otras preguntas tenemos que reponderlas juntas porque hay un patrón cultural que opera más allá de los daños emocionales que podamos arrastrar cada una. Porque también vivimos sometidas a las leyes del patriarcado que nos plantea el amor como un desborde sublime, ciego e irrenunciable. Una compañera escribió hace unos días que el amor, ése amor que todo lo sufre y lo perdona, es el opio de las mujeres. Nos emboba, nos anestesia, nos aísla, nos paraliza. Y tal vez el amor no sea más que una temporaria coincidencia de neurotransmisores, o un par de patologías compatibles, o un disfraz para desculpabilizar el deseo, quién sabe… Pero seguro tenemos que terminar con la idea de que mientras más sufrimos y nos anulamos, más amamos y somos amadas. Quién no se ha sentido un poco conmovida por la canción de Sabina, ésa que dice “porque el amor cuando no muere mata y los amores que matan nunca mueren”. Pero eso es juego lírico, no la vida real. En la vida real los amores que matan, matan, sin ninguna poesía. Si escarbamos un poco en nuestras cabezas, todas vamos a encontrar algún residuo de ideas sobre el amor degradantes y potencialmente mortales
Por Carmen y por todas tenemos mucho que hacer si nos queremos vivas, libres y felices. Por un lado el trabajo para afuera: tenemos que seguir en las calles denunciando, exigiendo, confrontando a los femicidas y a las instituciones que los protegen aunque nos llamen con esa palabreja nueva que se inventaron: feminazis.
Y por otra parte el trabajo para adentro, que también insisto tenemos que hacer juntas, porque no es fácil deconstruir la herencia cultural de siglos y desde algunas miradas lo reducen a problemas individuales o privados. Pero dejemos de glorificar el “morir de amor”, saquemos de nuestras vidas y de nuestras camas a estos tipos que nos lastiman y no nos respetan. Dejémoslos solos, en sus refugios de cavernícolas, con sus fantasías de dominación. No nos tomemos ni el primero ni el último tren, no nos creamos la mitad de ninguna naranja, ni el chiste del peor es nada. Si queremos un amor busquemos hasta encontrar uno que entienda lo que es ser pareja y si no lo encontramos, porque hay pocos, glorifiquemos nuestras soledades. Terminemos con la creencia idiota de que la única manera de ser adultas plenas y realizadas es portando un hombre cerca y colgadas de su proyecto de vida. No llevemos un vestido de novia en la cartera…
Digámosle basta a la enanita romántica susurrando basura en nuestras cabezas. Basta de posteos y tarjetitas azucaradas sobre el amor y el sacrificio. Basta de discursitos sobre el amor verdadero que soporta todo. Basta de me cela porque me quiere. Basta de mirá qué bueno es, cómo me ayuda , como si la casa y la crianza fueran sólo cosas de mujeres. Basta de me muero por vos. Basta de él es como es pero es mi vida. Basta de pasó una vez pero va a cambiar, porque no va a cambiar. Basta de novelitas de la tarde, donde los hombres son semidioses y las otras mujeres son el enemigo. Basta de derretirnos con cancioncitas de amor. Basta de hasta que la muerte nos separe y de vivieron felices para siempre. Basta de la bella y la bestia. Y sobre todo, perdón Pablo Neruda y perdón Carmiña porque te gustaba, pero basta de “me gustas cuando callas”. Nos están matando.

(Escrito y leído por Inés Peñafort durante la marcha por la muerte de María del Carmen Solís)