Se trata de un trabajo que lleva más de cinco años en la EEA Mendoza. Los resultados indican que cerca de 10 variedades tienen condiciones promisorias debido a su composición polifenólica, perfil aromático y acidez.
Un reciente estudio realizado por INTA ha descubierto que hay variedades criollas, que tienen potencial enológico aún sin explotar. Si bien los investigadores fueron cautos a la hora de dar a conocer la información, los resultados están a la vista y son muy promisorios.
El estudio llevado a cabo en Mendoza, por: Jorge A. Prieto, Gustavo Aliquó, Rocío Torres, Martín Fanzone, Santiago Sari, María Elena Palazzo y Jorge Pérez Peña señala, entre otros temas, que “estos cinco años de estudio permitieron identificar cerca de 10 variedades con potencial enológico promisorio debido a su composición polifenólica, perfil aromático y acidez y que nos permiten asegurar que hay otras variedades criollas, además del torrontés riojano, que tienen elevado potencial enológico. Actualmente estamos multiplicando estas variedades para establecer un ensayo de mayores dimensiones y elaborar sus vinos a una escala mayor”, sostiene Jorge Pietro, uno de los investigadores.
Cuando se habla de variedades criollas, para la mayoría de la gente es inevitable pensar en las variedades como criolla grande o cereza y asociarlas de inmediato con una baja aptitud enológica.
“Sin embargo, existe otro grupo de variedades criollas que no se encuentran difundidas en el medio y que están siendo estudiadas hace 5 años por nuestro equipo con el objetivo de identificarlas genéticamente, conocer su origen y los posibles progenitores involucrados. De forma simultánea se está trabajando también en su caracterización agronómica y enológica”, destaca el reporte.
La mayoría de estas variedades se rescataron en la década del 50 de viñedos antiguos del Oeste argentino y se implantaron en la colección de variedades de la EEA Mendoza INTA, por los ingenieros del INTA José Vega y Alberto Alcalde. Algunas de estas variedades se perdieron con los años.
“Hay una colección con 50 variedades criollas que se arrancó en los años 70 y de la cual se pudieron recuperar algunos individuos. No obstante, muchas fueron conservadas en la colección ampelográfica que posee la EEA Mendoza INTA actualmente y han permanecido en el olvido hasta el presente, debido al interés casi exclusivo que despertaron las variedades europeas”, indican.
Cabe mencionar que este trabajo se ha realizado en colaboración con un grupo de investigadores del INRA de Francia, donde se encuentra la colección de variedades de vid más grande del mundo y que alberga más de 7.800 accesiones, que son materiales vegetales de vid recolectados de distintos lugares.
En el mundo existen más de 5.000 variedades de vid diferentes para distintos usos: consumo en fresco, vinificar y uva para pasa, entre otros. Sin embargo, el mercado mundial de vinos está acotado a un grupo minoritario de variedades en su mayoría francesas, españolas e italianas.
Estas pocas variedades (por ej.: Cabernet Sauvignon, Chardonnay, Merlot, Malbec, Tempranillo, Sangiovese, etc.) ocupan un gran porcentaje de las ventas de vino a nivel mundial.
El mercado argentino no es muy distinto, en especial luego de la transformación de la industria vitivinícola durante los años 90 cuando se realizó una reconversión de viñedos hacia variedades de alto valor enológico, todas europeas.
Más allá de esta marcada tendencia, aún existen alrededor de 74.195 ha cultivadas con variedades criollas, lo que representa cerca de un 33% de la superficie cultivada con vid en Argentina.
Las variedades criollas más cultivadas corresponden a Cereza (29.190 ha), Criolla grande (15.970 ha), Pedro Giménez (11.389 ha) y Torrontés riojano (8.221 ha). Durante las décadas de los 70 y 80 se privilegió el cultivo de estas variedades debido a su alto potencial de rendimiento.
Su destino es principalmente la producción de vino básico y/o mosto dependiendo de las condiciones del mercado. Hoy en día, estas variedades están cuestionadas debido a su escasa aptitud enológica, en especial para la elaboración de vinos tintos. Una mención aparte merece la variedad Torrontés riojano, la cual es considerada hasta el momento la única variedad criolla de alta calidad enológica.
Continúa el rescate y la conservación
Según el reporte, es muy probable que en viñedos y parrales antiguos aún existan muchas otras variedades desconocidas, mezcladas y/o confundidas. También es probable que muchas variedades autóctonas se hayan perdido luego de las reconversiones varietales donde se implantaron variedades europeas.
Esta erosión genética tiene consecuencias importantes ya que implica una pérdida de patrimonio y diversidad del encepado argentino. El mantenimiento de colecciones de vid como la del INTA (la más grande en Sudamérica) tiene entre sus objetivos la conservación en buen estado de las plantas y evitar pérdidas de individuos únicos.
En resumen, se evita perder material que por sus características pueda ser importante en el futuro, como por ejemplo resistencia a sequía, a salinidad, a enfermedades o que puedan tener alta calidad enológica. Es por ello que el año pasado se implantó una colección exclusivamente con 48 variedades criollas.
Actualmente, el trabajo de rescate de estas variedades continúa, prospectando viñedos viejos en distintas zonas, recolectando material y analizándolo en busca de identificar otros genotipos.
En publicaciones futuras daremos los avances en el conocimiento de otras variedades, su identificación genética y sus características vitícolas y enológicas.
Identificación genética
Se denomina variedades criollas a las que se originaron en Sudamérica. En general, se generaron a partir de cruzamientos naturales entre las plantas de vid traídas por los españoles desde la época de la conquista.
Los cruzamientos naturales se producen cuando el polen de una variedad fecunda la flor de otra variedad, originando una semilla genéticamente distinta a sus progenitores.
Por lo tanto, un nuevo genotipo o, en el caso de la vid, una nueva variedad. Si bien esto parece poco probable que ocurra, hay que considerar que las plantas se cultivaban mezcladas en la misma parcela y que esas variedades convivieron juntas por casi 400 años.
Esta hipótesis fue probada hace algunos años por investigadores de la FCA de la UNCuyo y de Chile, quienes determinaron que la mayor parte de estas variedades tienen como “progenitores” al Moscatel de Alejandría (variedad de origen griego traída a América por los jesuitas) y a la denominada comúnmente Criolla chica, que en realidad es una variedad española cuyo nombre original es Listán prieto.
Estas dos variedades se cruzaron repetidas veces y originaron las variedades criollas más conocidas hasta el momento. Se trata, por lo tanto, de variedades que vienen siendo cultivadas en nuestro medio desde hace casi 400 años y adaptadas al medio ambiente local.
Hasta hace algunos años, la única forma de identificar o diferenciar una variedad de vid era a través de las características morfológicas de hojas, ápices, brotes y racimos (ampelografía). Actualmente, a través de estudios del ADN se puede identificar un individuo o una variedad de forma precisa.
Fuente: Los Andes