“Que la historia se nutre de conjeturas es algo que sabe cualquiera”, dice Alejandro Dolina en Historia de la Nueva Historia, un texto publicado en la Revista Humor, en mayo de 1981.
“Nada cuesta razonar que de los innumerables actos humanos que han tenido lugar en todos los tiempos, solamente una ínfima parte nos consta cabalmente”, sostiene Dolina y continúa: “lo que ha sido ha sido –decían los griegos- y ni siquiera los dioses pueden modificarlo. Sin embargo la imperfecta condición del conocimiento humano permite que una misma historia pueda ser referida de cien distintas maneras y con significados opuestos. Es posible transformar lo que se fue y hasta me atrevería a afirmar que se trata de una tarea artística.”
Pongamos por caso el 25 de mayo. Hay una especie de efemérides objetiva, más o menos aceptada por la mayoría de los anoticiados: ¡el Veinticinco de Mayo de Mil Ocho Diez! -porque así se dice: 1000-8-10 y no 1810-. El 25 de mayo del Cabildo amarillo como el color rancio de la dominación imperial española. El del Billiken o el Tintero, el del manual escolar de Ibáñez o de Wikipedia, el de la secuela interminable de actos escolares del minué, la mazamorra, los aguateros, las galeras y las negras candomberas con olor a corcho quemado.
El 25 de mayo de los intrascendentes y acalorados debates míticos: ¿llovía o no llovía?, ¿cuánta gente con paraguas entraba en la plaza?, ¿de qué tamaño eran los peinetones de carey de las damas siempre antiguas?, las escarapelas, ¿eran celeste y blancas, azules y blancas o rojas y blancas o blancas a secas con la imagen estampada de vuestra majestad el rey Don Fernando VII de Borbón y Borbón?
Hubo entonces un Veinticinco de Mayo de Mil Ocho Diez, pero también hubieron -y hay- tantos veinticincos como interpretaciones de aquel. Sin precipitarnos en subjetivismos recalcitrantemente niestzschianos, vale considerar que cada época, cada generación, cada clase social, cada movimiento político, cada escuela historiográfica, han realizado una lectura de esta fecha, resignificándola, dándole nuevos sentidos para rediscutir el pasado y, sobre todo, explicar posicionamientos en el presente.
¿Hay hechos entonces?, sí los hay. ¿Hay interpretaciones?, por supuesto. Pero, ¿existe la objetividad? ¿En qué veinticinco está la verdad?
Cuenta Dolina en su inverosímil texto que en Caballito un grupo de historiadores conformó la agrupación Nueva Historia con la idea de escribir un tratado absolutamente completo de la Historia Universal, a partir del 1° de enero de 1965. El documentalista húngaro, Lazlo Martok, propuso a la comisión de historiadores filmar fielmente la vida entera de las personas, para que las imágenes y sonidos resultantes pudieran ser estudiados por los curiosos del porvenir.
Después de muchas vueltas, diretes y dimes, el proyecto fracasó. Sin embargo, quedaron algunos retazos fílmicos realizados por Martok. El más extenso, que dura siete horas, muestra al ingeniero Oscar Valente quien duerme la siesta, se despierta y sale de su habitación, momento en que a Martok se le termina la película o la paciencia.
Muchas veces en mi vida he sentido desesperación por documentar pedazos del presente que estimo que el tiempo convertirán en “históricos”. En ese afán, desde cucharitas de helado hasta expedientes judiciales y diarios, pasando por grabaciones de músicos o políticos ya fallecidos, hasta medallas o estampillas, han quedado acumuladas en varios roperos y baúles esperando a los entrometidos del próximo futuro. Con esa intención también, emulando quizá la obra de Lazlo Martok, emprendí -cámara en mano- la tarea de registrar los fastos del 25 de mayo en la mismísima Buenos Aires, 200 años después de la conformación de la Primera Junta de Gobierno criolla.
El resultado: una edición de video de 34´ 37´´. En ella se reproduce: una ciudad soleada, el pueblo por todos lados, espectáculos en preparación, zambas como fondo musical, el humo de los choripanes omnipresentes, un stand de la Provincia de Mendoza con un carruaje de la Virgen de la Carrodilla, auspiciada por el Departamento General de Irrigación, un vendedor paraguayo que ofrece a los gritos a los chipá, a los chipá, un muralista pintando al Diego haciendo cuernitos con la camiseta argentina, los autos del TC 2000 atronadores, quemando goma a lo loco. Un plano muestra las ancas de un caballo de bronce gigante a la distancia, la cámara hace zoom, sobre el pingo lozano está montado un Julio Argentino Roca también de bronce, en la base del pedestal reza en letras aerográficas negras: Roca = milico genocida. Empalma la imagen del Cabildo, blanquito, muy blanco, con su reloj marcando la una y cuarto… etc., etc. y válgame la redundancia de todos los etcéteras.
No lo muestran las imágenes, pero ese día los viajes subterráneos fueron gratuitos. En una de las escenas finales del video la cámara enfoca mi salida desde la oscuridad del hueco hacia la luz brillante de la Avenida de Mayo. Sobre el asfalto unas cinco decenas de jóvenes, la mayoría adolescentes de la JP Descamisados, marchan con una alegría desbordante, agitando banderas celestes y blancas con las siluetas de Perón y Evita, estallando en el canto… los muchachós (sic) peronistas, todos unidos triunfaremos…
Inevitablemente recordé entonces -y rememoro emocionado ahora mismo- que yo tuve esa edad y el mismo espíritu épico, ni más ni menos que en la oscura noche de los `90, cuando los cabezones menemistas del PJ bajaban la línea del aggiornamiento generacional, porque la Historia, las ideologías y la “marchita” ya se habían terminado.
Con los pibes soldados del Pingüino y los bombos del Movimiento Octubres me encolumné hasta los pies del balcón de la Casa Rosada, festivos, como si celebráramos juntos los 200 años del peronismo.
Fue la más memorable de todas mis fiestas patrias. Un 25 de mayo, el mío, entre cientos de interpretaciones.
Por Ricardo Nasif
Profesor de Historia