Hostels, programas de voluntariados y bed & breakfast son nuevas alternativas en la región. El desafío: bajar la informalidad comercial.
Comparten un guiso humeante en la ronda que propone una mesa de madera debajo de los frutales. El almuerzo reconforta, después de una mañana de cosecha de nuez, que les ha teñido de negro las manos. “Ahora tenemos que arreglarnos para ir a visitar una bodega”, acota en su español afrancesado Cloe Yunda, calzándose el rol de turista.
Alexandra y Ariel son uruguayos. Rachel y Jassie, de Estados Unidos. Nikki es inglesa y está enamorada de las montañas -hace escalada- y del “generoso sol” mendocino. Cloe salió hace tiempo de París para rodar por el mundo. Lleva un mes en la ‘Finca Orlando’ de Tupungato y no quiere despedirse.
Germán ‘Teco’ Lázaro abrió las puertas de su hostel Yaretas -en la ruta 92, cerca de la ciudad de Tunuyán- el 17 de Agosto del año pasado y, desde entonces no ha parado de recibir visitantes. “Tengo reservas hasta julio”, indica. La mayoría son extranjeros, aunque los fines de semana también llegan nacionales y hasta mendocinos que buscan un “respiro” de la rutina laboral.
“El Valle de Uco tiene gran potencial”, sostiene este joven, que empezó -junto a su padre- ha realizar el Cruce a Chile a caballo para turistas a los 11 años, estudió turismo y años atrás decidió transformar la gran casona de sus abuelos en un hostel.
“Esta gente vive en el paraíso y no lo sabe”, afirma Gustavo Plácola, un porteño que viaja por el país con su pareja -Marina Calonge- para conocer, pero también para hallar un lugar que puedan convertir en hogar. Llegaron hace un mes al hostel y trabajan por alojamiento.
“La zona, y Mendoza en general, es un punto estratégico. Sólo por el programa Workaway (de voluntariado) circulan en marzo y abril unos 1200 extranjeros por el país. La mayoría pasa por la Provincia, porque conecta Buenos Aires con Chile y la Patagonia, con el norte argentino, por la ruta 40”, indica el dueño de la Finca Orlando, con ese programa en Tupungato.
En pleno corredor productivo, en Agua Amarga, y tratando de hacer un “marketing vitivinícola lo más sano y sincero posible”; Ariel Dávila ofrece una interesante experiencia a los turistas, donde aprenden labores de campo pero también la realidad social y económica local.
“Los que más disfrutan de la estadía son los artistas, los que viajan para internarse en la cultura del lugar”, dice. Como buen arquitecto, logró que las cabañas conserven la fachada que tenían como casas de los contratistas, pero en el interior tienen todas las comodidades de la modernidad.
Basta puntuar al “Valle de Uco” como destino en sitios web estilo Booking, Despegar o en sistemas más abiertos, como AirBNB, para que aparezca un sinnúmero de casas, cabañas, habitaciones, casonas, fincas y hasta alojamiento por trabajo en bodegas. En general, la mayoría ofrece el aire de campo y una buena vista de la cordillera valletana.
“Para nosotros es un golazo tener estos sitios, algunos muy bien catalogados, en las páginas oferentes. Esto abre un nuevo desafío. Muchos no están inscriptos, pero es una tendencia mundial que no se puede frenar. Generalmente, los visitamos para conocer su propuesta y ver la forma de incluirlos, de trabajar juntos”, dijeron desde la oficina de Turismo de San Carlos.
Las plazas de alojamiento -que en el Valle de Uco van desde los costosísimos lodges hasta departamentos muy sencillos- todavía son escasas en la región.
Un ejemplo
Hoy, la finca está llena de carteles con nombres y mensajes de distintos países y se respira un aire cosmopolita. Pero, la primera vez que Orlando G. recibió a dos turistas extranjeros allí, cerca de la villa tupungatina, fue en 1985.
Volvía de Chile con su mujer y se encontró con una pareja californiana que hacía dedo en la ruta 7. Los extranjeros ingresaron en su camioneta al país, pero se rompió a poco del paso internacional. Para cuando lograron llegar a la ruta 40, eran las cuatro de la mañana. “No iba a dejar a esos jóvenes allí. Les propuse alojarse en la finca. Se quedaron tres meses ayudando y hasta el día de hoy, me envían una postal para Navidad”, sostiene.
Esta anécdota hizo que Orlando pensara en darle un giro turístico a su finca. Empezó a colocar carteles en la terminal de ómnibus y estación de trenes, ofreciendo alojamiento y comida a cambio de trabajo. “Antes me llamaban al fijo o por correo postal. Las cosas cambiaron mucho”, dice el hombre, que hace cinco años trabaja con Workaway y ha recibido a unas 700 personas.
Según sus números, los que más viajan son los franceses, luego los alemanes y estadounidenses y, en tercer lugar, los ingleses. “Son jóvenes de entre 19 y 30 años, muy cultos, la mayoría profesionales. He tenido hasta un ingeniero de la Nasa”, acota el productor.
Para el hombre, la atracción en este tipo de turismo es “el desconectarse de la rutina de sus ciudades (la finca no tiene TV, ni Wi Fi), bajar los decibeles y vivir como gente de campo”. Según los comentarios que recibe de sus huéspedes, llegan por el vino, el clima de sol (poca lluvia) y la montaña.
Fuente: Diario Los Andes