La sequía de varios meses no solo se nota en los caminos polvorientos, en la tos seca y áspera, en las enfermedades típicas. Se siente sobre todo en el campo, donde el agua de lluvia no moja los pastos secos, ni revive las aguadas donde beben los animales. No es un año atípico, el clima mendocino es de desierto, y tal vez, en ese clima seco y áspero tengan su origen local algunas tradiciones, santas y paganas, que buscan el milagro del agua cayendo del cielo.
“Te obligo San Vicente, por favor danos la lluvia”, así reza la pueblada reunida en La Salada, en el puesto de Lima. Es en San Carlos, camino a las Huayquerías. Unos, creyendo realmente en el milagro, otros por vivenciar una tradición más cultural que religiosa, el asunto es que al comenzar junio, después de varios meses de sequía, unas cien almas armaron un “San Vicente”, para pedirle al santo que “nos de la lluvia”.
Hubo guitarreros, funcionarios muncipales, las monjitas del Huerto, el cura de Don Bosco, niños, grandes, mujeres, hombres. Comieron, rieron, cantaron, bebieron, en medio del campo que recordaba la falta de agua. Cada tanto, alguien tomaba un trago de vino y convidaba al santo con un “te obligo San Vicente, por favor danos la lluvia”.
Una fiesta, una celebración tradicional, mezcla de misticismo religioso, católico, pagano, costumbrista. La unión del credo católico, las creencias del pueblo y la necesidad del agua. “Nos reunimos para pedirle al santo por la tierra, por el agua, pero también es importante que seamos nosotros quienes cuidemos la tierra” dijo el cura (que por esas paradojas de la vida se llama Aguado, Gerardo).
El asado, los cantos, los bailes, los brindis. Y después la procesión campo adentro. Y el entierro de san vicente boca abajo. “No es una penitencia, es una costumbre” dijo alguien para calmar las almas de algunos. Deliberación y acuerdo: el santo tiene 15 días para hacer llover (hasta el día del Amigo). Después si llueve, se lo desentierra. Si no llueve, dicen que también.
Habrá que esperar a ver qué pasa.
Me contaron que un año hubo una sequía enorme. Los campos sin un pasto, los animales morían. Se hizo un San Vicente. Los de la procesión festejaron mucho, bebieron mucho. A los días, llegó el diluvio y hubo que cumplir la promesa: desenterrar al santo, pero resulta que nadie se acordaba dónde lo habían enterrado. Este año, dicen que no tomaron tanto, pero además, hay facebook con las fotos del lugar y GPS para orientarse. Es nuestra época, donde convive la tecnología más futurista y las tradiciones más ancestrales. Donde seguimos necesitando el agua, igual que nuestros antepasados más lejanos.
(Colaboración info y fotos: Mabel Fanny Videla)