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«Son lo que quieren volver al pasado, son los que quieren quebrar el porvenir»

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Están incómodos. Se les nota. Se les nota demasiado. No pueden encajar el golpe. Los ágrafos, los iletrados, los analfabetos, las bestias, el “aluvión zoológico” ha salido a disputarles el reinado que ejercieron durante 150 años de construcción historiográfica… No lo pueden soportar.

Cada tanto, desde el corazón mismo del diario (léase desde su Editorial), lanzan diatribas que pretenden convertir en verdades a fuerza de repetirlas. Y vuelven una y otra vez sobre construcciones que, lejos de ser inteligentes, sólo los muestran más desnudos que nunca ante una avalancha de verdades históricas que se le viene encima.

Gritan: “Populismo historicista”. Claman: “interpretaciones con las que la política afiebrada del presente pretende invadir la historia”. Se rasgan las vestiduras: “una historiografía oficial que distorsiona y descalifica según un caprichoso modo de contemplar el pasado, y que tiene entre sus mentores más decididos a la ‘inteligentzia’ kirchnerista”. Están nerviosos…

Ayer, sin ir más lejos, volvieron a la carga con indignación mitrista por los “Ascensos post Mortem” de Juana Azurduy y Manuel Dorrego. Esta vez, aduciendo que siempre “los ascensos producidos después del fallecimiento de un integrante de cualquiera de las Fuerzas Armadas, de seguridad o policiales para premiar una actitud heroica o reparar omisiones o injusticias se realizaron al grado inmediatamente superior”.

¡Nada! Una tontería. Pasa que les duele. Los molestan esos reconocimientos en forma de promociones que apenas significan poner en su verdadera dimensión histórica a patriotas a los que ellos se ocuparon de falsear o invisibilizar durante más de un siglo y medio.
Tan a disgusto están que no tienen mejor idea que defender sus errores como si se tratara de heredades. Por ejemplo, se preguntan por qué no ascender a los muertos en la batalla de Curupaytí y a uno le daría ganas de reírse… si la pretensión no fuese tan patética.

Curupaytí, esa inmensa derrota que se debió, únicamente, a errores táctico-estratégicos. Allí murieron más de 2000 soldados argentinos. “Cuando Mitre se encontró con esa defensa [las trincheras paraguayas protegidas por árboles], no se le ocurrió nada y mandó atacar con ataque franco, a pesar de saber, dice en su parte, que esa posición era intomable cargándola a pecho descubierto” explica José María Rosa.

Una derrota inútil adentro de una locura fraticida: la Guerra de la Triple Alianza. Alrededor de 50.000 muertos del lado argentino y  un verdadero genocidio del pueblo paraguayo: el historiador Efraím Cardozo ha estimado que “de una población de 1.300.000 habitantes al iniciarse el conflicto, sólo sobrevivieron 200.000”, mayormente mujeres, niños y ancianos.

¿Y a qué viene, entonces, tanta defensa? Sencillo: en 1870, luego de 5 años de guerra, Bartolomé Mitre declarará «En la guerra del Paraguay ha triunfado no sólo la República Argentina sino también los grandes principios del libre cambio (…) Cuando nuestros guerreros vuelvan de su campaña, podrá el comercio ver inscripto en sus banderas victoriosas los grandes principios que los apóstoles del libre cambio han proclamado».

Y, cuando uno lee estas palabras, todo se hace más claro: no defienden la historia, no discuten el pasado… reivindican políticas económicas que quieren imponer hacia el futuro. Son los hijos, los nietos, de la “patria devaluadora y entreguista”. Son los que todos los días, desde diferentes secciones del diario, imaginan y anuncian marchas atrás de la economía y la política…

Son los que quieren volver al pasado: al de Curupaytí y al de otras derrotas más inmediatas. Para eso torcieron la historia. Por eso nos quieren quebrar el porvenir.
Fuente: Télam

Por Carlos Caramello

Interventor del “Instituto Nacional de Revisionismo Histórico Argentino e Iberoamericano Manuel Dorrego”