Con Sentido Latinoamericano se llama el espacio en el que Sergio Salinas y Sebastián Quiroga comparten con nuestros lectores las experiencias de su viaje que lleva más de un año por la Patria Grande. A continuación, un nuevo escrito:
–De pueblo—
Caminar durante una hora por un lugar desconocido y que por pura casualidad se cruce a dos personas un par de veces en menos de 15 minutos, es uno de los primeros indicios que hacen caer en la realdad de que se está en pueblo. Ahí mismo comienzan a desbarrancarse más supuestos y reflexiones certeras sobre cómo se teje la esencia pasiva en esos rincones del mundo.
Para entenderlo mejor es como estar condimentando un buen sancocho, de a poco van cayendo a la olla los ingredientes, como las similitudes a mi cabeza. Hay que echarle fuego al fondo metálico para que hiervan la yuca, las papas, la cebolla, así como hay que ponerle ojos a las veredas para que se nutra la mente de situaciones pueblerinas.
Así van apareciendo las facilidades para moverse de un extremo a otro, y en ese paulatino andar descubrir la bondad y solidaridad con el corazón que se van encontrando en miradas de la gente que juega en la ruleta rusa de la vida sus días por este sitio escondido de Santander-Colombia.
Las calles no son tan parejas pero limpias, más, eso es mejor a que tapen la tierra con un ardiente cemento. Las casas están abiertas sin ese temor que cunde en las ciudades por el robo. Hay pequeñas Bodegas (tiendas); que prácticamente se atienden solas, porque puedes entrar allí, tomarte unos buenos pares de minutos para inspeccionar e incluso palpar algo de lo que pretendes comprar hasta que aparezca quien atiende y te diga sin ningún regaño “a su orden”.
Los ritmos, eso mismo , los ritmos de los pasos se calman, no hay celeridad ni gritos; casi no existe esa estúpida razón de lo urgente, de llegar a un lugar aunque cuesten 1000 toneladas de bocinas, 30 kilómetros de smog, y una jungla cementera creciendo a 30000 metros cuadrados por segundo que te va encajonando como vaca al matadero.
Te das cuenta que estás en un pueblo porque bajo los marcos de puertas longevas aparecen personajes que tiñen de nostalgia los recuerdos, una madre peina a su niña en pleno mediodía, más de un adolescente mira como el aire se escurre entre los pocos cables que pasan frente a los techos como siendo el único motivo de existir.
Se puede llegar a la plaza y de un vistazo contemplar las cuadras cercanas, la estrechez e inmensidad, y si aceleras los pasos te vas unas dos o tres cuadras fuera del centro. Los días se cambian de ropa en cualquier momento, hoy es lunes pero tranquilamente puede ser un domingo a las 14:00 horas de cualquier otro pueblito.
Siento que los pueblos despiertan emociones, creo que además lleva la conciencia a retomar formas de vida perdidas. Como queriendo radicalizar el rumbo de vida, y realmente intentar despoblar las urbes. Multiplicar los sitios para comunidades más organizadas. Algo así como darle la vuelta a la torta y que esas corrientes de antaño que dejaron en el olvido sus tierras para morir en el ocaso del progreso, vuelvan a retomar su espíritu y vuelvan a creer en un hacer más comprometido con la naturaleza.
Más que nada retomar esa luz de poblados que también muchas veces caen en sus contradicciones, con favores políticos, respeto equivocado a burgueses, terratenientes que no comprenden la dimensión del campesinado, pero eso es parte de otro tema en esta visión de conjunto.
Me refiero a poblados construyéndose a diario comunalmente, en esos que Gregorio pueda caminar y que su bastón sea un recordatorio de todos los pasos que dio lleno de vida y no un yugo insoportable por haber malgastado horas en harás de otros.
Quiero los pueblos porque transmiten sensaciones, porque me gusta saludar más de una vez a la misma persona en el día. Porque hay seguridad sin la necesidad de tanta policía. Y porque cada vez más se amontonan los pueblos delante de mis cejas es que más me gusta esta Latinoamérica que me deja apasionarme, caminar tranquilo y sin prisa, sacar una foto y no estar atrincherado por el posible robo.
Me gusta la idea del “neo campesinado” como una huella nueva hacia la reivindicación de los pueblos, que pretende desbaratar la hegemonía citadina para la construcción de una sociedad serena y colectiva.
Pienso que en muchos casos el amontonamiento de autos, edificios, centros comerciales, asfalto desquiciado, ruidos estremecedores de la industria, y demás características de la ciudad hermetizan la esencia humana. Que más que brindar posibilidades laborales es una realidad alienante del supuesto progreso fundado en el capricho del tener que es solo un vacío.
Escrito en Plaza de San Gil – 11:17 horas (pueblito de tejas rojas)