En los últimos años, Vladimir Putin se convirtió en el villano favorito de los defensores de las democracias liberales de Occidente. Lo culparon del triunfo de Donald Trump, del sí al Brexit y del avance de las ultraderechas en Europa.
Ahora también está en la mira por las convulsiones que atraviesan varios de los países de América Latina.
No es ninguna sorpresa que Rusia viene aumentando su presencia en la región en la última década. Pero hasta ahora su influencia estaba más asociada a la venta de armas y al apoyo a regímenes autoritarios -especialmente Cuba, Venezuela y Nicaragua- que a esfuerzos por debilitar democracias más alineadas con Estados Unidos. El estallido de Chile, considerado desde la mirada occidental como el alumno ejemplar de América Latina, volvió a poner al Kremlin en el centro de las sospechas.
A principios de esta semana, la cancillería chilena dijo que desde el 18 de octubre, cuando empezaron las protestas, se detectó «un tráfico desmedido de Internet» desde Europa Oriental. «Se está investigando si hay o no hay injerencia directa», comunicó el canciller Teodoro Ribero a la prensa. Sus declaraciones reforzaron las que habían seguido al diálogo que tuvo Trump con Sebastián Piñera hace poco más de un mes. Tras esa conversación, el Departamento de Estado denunció «indicios de actividades rusas» para «exacerbar las divisiones» en Chile. «Parece que prefieren una región dividida y que el debate democrático esté imbuido en el conflicto», agregó.
Scott Stewart, de la consultora privada norteamericana especializada en inteligencia Stratfor, lo define como una Guerra Fría 2.0. «Los rusos están ocupados esparciendo desinformación en las redes sociales y a través de otros medios online. También están trabajando a través de sus propios agentes en el terreno, además de proporcionar dinero a sus socios cubanos y venezolanos para apoyar estas protestas», afirma desde Washington.
Rusia, desde luego, niega cualquier tipo de injerencia. Aunque el propio Evo Morales, forzado a dejar el poder hace un mes, declaró anteayer en una entrevista con el diario ABC de España que no la ve con malos ojos. «Quiero que haya presencia de Rusia en América Latina para frenar esta forma de hegemonizar», señaló, en lo que pareció una alusión a Estados Unidos.
Sus declaraciones resultaron especialmente sorprendentes porque Rusia, aunque había sido un fuerte aliado de Evo, fue de los primeros países en reconocer la autoridad de la presidenta interina Jeanine Áñez. Tal vez este giro ilustra mejor que ningún otro ejemplo cómo ha cambiado la manera de Rusia de relacionarse con la región en comparación a los tiempos de la Unión Soviética. La Rusia de Putin se guía más por el pragmatismo que por la disputa ideológica que marcaba los tiempos de la Guerra Fría. Más realpolitik y menos AK-47.
«Moscú está observando el desarrollo de los nuevos escenarios en la región y aprovechando las oportunidades», apunta a LA NACION Vladimir Rouvinski, especialista en las relaciones entre Rusia y la región, de la universidad colombiana Icesi.
Un poco de historia
Para entender a qué juega Rusia hoy en la región hace falta un poco de historia. Con el colapso de la Unión Soviética se redujo considerablemente la presencia rusa en América Latina durante dos décadas, hasta bien entrados los años 2000. Las cosas empezaron a cambiar cuando Putin apostó a volver a convertir a Rusia en una superpotencia que le juegue de igual a igual a Estados Unidos.
La guerra de Georgia de 2008 y especialmente el conflicto en Ucrania y la posterior anexión de Crimea en 2014 generaron un quiebre hasta ahora sin retorno en la relación entre Rusia y Occidente. El Kremlin fue sometido a sanciones y a un creciente aislamiento internacional. En ese contexto encontró en América Latina un lugar ideal para fortalecer sus ambiciones geoestratégicas y económicas, en ese orden de prioridades.
La instalación de varios gobiernos de izquierda con alguna nostalgia de la era soviética sumado al desinterés de Estados Unidos por la región tras el 11 de Septiembre facilitaron el proceso de acercamiento. Allí encontró, en países, como Brasil y Venezuela, aliados para la construcción de un orden multipolar. El acercamiento le dio otros réditos a Putin, como el rechazo de varios países de la región a condenar la anexión de Crimea, en conflicto con los intereses norteamericanos.
«En el marco de una política crecientemente pragmática, Rusia se mueve en América Latina en función de sus intereses geoestratégicos, principalmente distraer e irritar a Estados Unidos en su patio trasero de manera que tenga que concentrar una mayor atención a este y no a otros teatros de operaciones más cercanos o de mayor interés estratégico para Rusia», explica a LA NACION Andrés Serbin, presidente ejecutivo de CRIES y autor del reciente libro Eurasia y América Latina en un mundo multipolar.
La presencia rusa en la región, además, opera como una suerte de venganza al avance de la OTAN en países de Europa del Este tras el fin del llamado Pacto de Varsovia. Una retribución a las actividades militares de Estados Unidos en las puertas de Rusia.
Campaña mediática
Si en los tiempos de la Guerra Fría la forma que encontraba la Unión Soviética para influir en la región era el financiamiento de grupos armados revolucionarios, la Rusia del siglo XXI ha hecho una gran apuesta a hacer sentir su influencia a través de exacerbar los sentimientos antinorteamericanos y mejorar la imagen de los gobiernos autoritarios con poder blando. En esa estrategia, el canal Russia Today (RT) y la agencia Sputnik han ocupado un rol central.
«RT y Sputnik han logrado tener un gran nivel de inserción en los espacios informativos en América Latina. Para muchas personas, incluso entre periodistas latinoamericanos, RT es una fuente importante debido a su capacidad de producir información rápidamente y su presencia en redes sociales y medios digitales. Tiene una extensiva presencia también en cables de TV en toda América Latina y el Caribe», explica Rouvinski
«Según la ley rusa, RT tiene estatuto de una empresa estratégica, lo que quiere decir que cuenta con el financiamiento garantizado debido al reconocimiento que tiene de ser una de las herramientas importantes de influencia en el exterior que busca el gobierno ruso», agrega.
A manera de ejemplo del peso de RT, la primera entrevista internacional que dio el presidente electo argentino, Alberto Fernández, fue a este medio y su entrevistador fue el expresidente ecuatoriano Rafael Correa, mandatario que contó con un fuerte apoyo ruso.
En opinión de Stewart, otra fuente del poder blando ruso en la región está en las universidades. «La influencia marxista que fue tan persuasiva en América Latina durante la Guerra Fría permaneció en muchas facultades de América Central y del Sur, y son lugares donde Rusia encuentra terreno fértil», apunta.
Juegos de guerra
En el caso de Venezuela, la presencia rusa excede el poder blando. La llegada en los últimos meses de militares rusos en el país gobernado por Nicolás Maduro y los ejercicios militares conjuntos son ejemplos de cómo Putin busca a irritar a Washington en su patio trasero. El apoyo incondicional ruso, junto con el chino, ha sido esencial para la supervivencia del chavismo. La alianza de Putin con Maduro les ha permitido a compañías rusas, además, hacerse con el control campos petroleros y la explotación de gas.
El apoyo económico ruso también es clave para la supervivencia de otro régimen, el cubano. Esta semana, Granma, el órgano del Partido Comunista Cubano, anunció con bombos y platillos que la relación entre La Habana y Moscú «está en su mejor momento» en los últimos 20 años. Un reacercamiento posiblemente alentado por la decisión de Trump de frenar el deshielo que Barack Obama había empezado con La Habana.
Planes económicos
Más allá de estos apoyos por motivos geopolíticos, Putin ha intentado en los últimos años profundizar los vínculos económicos con otros países de la región, un ámbito en el que todavía corre muy por detrás de China, el otro superpoder que aumenta su influencia en la región y preocupa a Washington. Si para Moscú hasta ahora la prioridad fue geopolítica, para Pekín fue económica.
«Rusia busca incrementar sus negocios en la región, que no se limitan a la venta de armas o al campo energético, sino también a otros ámbitos como el incremento del comercio, la inversión y cooperación en el desarrollo de infraestructura y el uso de la energía nuclear con fines pacíficos», señala Serbin.
Este factor puede explicar el porqué del rápido reconocimiento del Kremlin a Áñez tras la renuncia de Evo Morales.
«Puede haber respondido a la visión crecientemente pragmática de la política exterior rusa y a los crecientes intereses comerciales, ya que de por medio estaba un importante acuerdo con Rosatom para el desarrollo de una planta nuclear en Bolivia, un negocio de mucha envergadura para Rusia», concluye Serbin.
Fuente: La Nación