Hace ya casi cuatro años, muchos sectores de nuestra sociedad, salían a la calle creyendo defender al “campo”. Un reencuentro amoroso entre quienes producen los alimentos para toda la Argentina y quienes los consumen. El 2008 corría y parecía que el “campo” se levantaba sublevado frente a su crisis permanente. ¿Qué sería el “campo”?
Los grandes grupos mediáticos lo instalaron desde el singular, y como un homogéneo. Ahora ¿es lo mismo un productor de soja de la pampa húmeda a un productor de papa del Valle de Uco? ¿Tiene la misma realidad un productor de trigo de Buenos Aires a un viñatero de estas zonas áridas?
Evidentemente no, y aún cuando algunos productores locales se asocian en la tradicional Sociedad Rural, es evidente que el precio de los comodities, la utilización de la mano de obra y otras coyunturas y estructuras, remarcan el abismo entre los productores locales (medianos y grandes) y grandes productores de granos y carne de la pampa húmeda, dueños de enormes extensiones de tierra, la mayoría fruto de la famosa campaña al desierto.
Sin duda que la historia y las raíces son determinantes en algunas ideologías y pensamientos. Por eso, pretender que los que componen las tradicionales entidades agrícolas se apropien de modelos de producción y distribución más “populares” resulta inviable. Sin embargo, ya es tiempo que los productores locales reconozcan su identidad más allá de su pertenencia simbólica, porque ¿dónde están las cacerolas de Barrio Norte cuando una manga de piedra arrasa las chacras locales? ¿Cuánto espacio de televisión ocupa la realidad de la vitivinicultura? ¿Cuántas veces hablan los referentes nacionales de estas entidades sobre las necesidades del Valle de Uco?
Pero además, todos debemos reconocer que nuestro “campo” es mucho más que los medianos y grandes productores. La realidad es que casi el 80 por ciento de lo que consumimos proviene de los pequeños agricultores, ese sector que durante los ’90 agonizaba y casi desaparece. Este “otro campo” hoy se recupera a partir de políticas públicas que lo reconocen y tratan de fortalecerlo, pero fundamentalmente por la iniciativa y la fuerza de cada uno de esos miles de pequeños productores.
Hoy en nuestro Valle de Uco conviven diversas realidades, tal vez distantes entre sí a partir de la cantidad de hectáreas o la cuenta bancaria, pero comunes en el arraigo, en la distancia con una pampa húmeda egocéntrica y regordeta, en la defensa del agua. Es tiempo de identificarnos con lo que realmente somos y desde ese lugar, reclamar para “nuestro campo” y no para los que tradicionalmente “tuvieron la vaca atada”.