Era invierno de 1969 en Ascochinga, Provincia de Córdoba. Dicen que el termómetro se clavó en cero, cuando una joven de 24 años, casi desnuda, con las manos finitas en la cintura y parada sobre las piedras frías a la margen de un arroyo, gritó aguda la palabra que transformaría su vida para siempre. ¡Shock!, había exclamado la modelo Susana Giménez delante de las cámaras de la agencia de publicidad que grabó uno de los comerciales míticos de la historia de la TV argentina. En el corto, Susana sostiene con la mano derecha una pastilla de jabón y dice la palabrita famosa, mientras un jingle espumoso anuncia el shock de frescura y limón del jabón Cadum. El spot tuvo un éxito arrollador, sin embargo, el producto fue un fiasco de ventas y la pompa publicitaria se desinfló por completo.
Mucha mejor suerte corrió el impacto televisivo de la estrella, y el embrión de deidad pagana terminó debutando en Canal 13 en el programa Matrimonios y algo más. Susana hacía lo suyo: aparecía en bikini en una habitación y su marido la perseguía hasta el baño al grito de ¡haceme shock, haceme shock…!
Muchos conocen esta anécdota, que bien puede ser una simple banalidad o la primera página gloriosa del cuento de hadas de la gran diva argentina, aunque muy pocos saben o recuerdan la derivación macabra de la popularizada palabrita en la sesera podrida de un genocida. Juan Antonio del Cerro, más conocido como Colores, tuvo la siniestra humorada de bautizar a la picana automática como Susanita, en tributo al ¡shock! que provocaba.
El cinismo de colores y su alusión al shock no tenían nada de chiste pero sí mucho de historia de terror. El “eficiente” uso del choque eléctrico en la tortura fue resultado de un largo desarrollo de experimentaciones científicas con la psiquis humana. Ya en 1954, el neurólogo italiano Ugo Cerletti, inventor de la terapia de electroshock, contaba en una de sus publicaciones: “Fui al matadero para observar lo que llamaban «matanza eléctrica» y vi que fijaban grandes tenazas metálicas en las sienes de los cerdos, cuyos extremos estaban conectados a una corriente eléctrica de 125 voltios. En cuanto los cerdos tocaban las tenazas, caían inconscientes, se ponían rígidos y al cabo de unos segundos empezaban a convulsionarse como hacían nuestros perros –de laboratorio-. Durante este período de inconsciencia (coma epiléptico) el carnicero mataba y sangraba a los animales sin dificultad alguna.”
Y ese fue uno de los principios rectores de la utilización de la picana eléctrica en los campos de exterminio, aquí y en el mundo. Con el electroshock no se buscaba matar al secuestrado, sino provocarle fundamentalmente un estado de indefensión psicológica, de ausencia de autodeterminación, que le permitiera al torturador obtener lo que quería hasta resolver su aniquilación.
La investigadora canadiense Naomi Klein, en su libro La Doctrina del Shock (2009), cuenta que en los años ´40 se realizaron experimentos con enfermos psiquiátricos a quienes se sometió a terapias de electroshock con el objetivo de “limpiarles” las mentes e incidir en una especie de nueva personalidad, que tuviese como principal atributo a la obediencia.
En los años ´50 estos estudios fueron tomados por los servicios de inteligencia norteamericanos y se sistematizaron en manuales de torturas aplicados en los interrogatorios a prisioneros, a quienes se los sometía a descargas eléctricas para reducirlos a un estado infantil, produciéndose la regresión de la personalidad y la subordinación.
El economista norteamericano Milton Friedman -¡Premio Nobel de Economía en 1976! y principal artífice de la Escuela de Economía de Chicago- propuso extender la utilización de los principios de estas cruentas técnicas de las experiencias individuales a las colectivas. Sabedor que los resultados de las políticas neoliberales siempre son antipopulares, ya que generan pobreza y desigualdad, el economista yanqui, basándose en el “poder del shock”, puso el acento en las crisis (económicas, políticas, naturales, etc.) como oportunidad propicia para los negocios de los peces gordos.
Para Friedman, la magnificación de las catástrofes ablanda a las sociedades, las pone en estado de shock e indefensión y ese es el río revuelto fértil para las recetas neoliberales de preeminencia del mercado de una minoría sobre el bienestar general. Es por eso que recomendó a sus seguidores aplicar “tratamientos de choque”, es decir aprovechar las crisis -cualquiera fuere su origen- para que en ese estado de indefensión social se golpee a los sectores populares.
Y así lo hicieron dictaduras desembozadas y democracias disfrazadas en todo el mundo:
A partir de 1973, el genocidio de Pinochet en Chile recortó el gasto público a la mitad y sentó las bases de la concentración de la riqueza en pocas manos. El propio Friedman concurrió personalmente a corroborar el trabajo de sus alumnos en el laboratorio del shock chileno.
En Argentina, el plan sistemático del terror implementado a partir de 1976 fue la punta de lanza del paquetazo neoliberal conducido por Martínez de Hoz, un ferviente seguidor del fundamentalismo económico de Chicago.
En 1982, el triunfo en la Guerra de Malvinas le permitió a Margaret Tatcher consumar un proceso de privatización que arrojó a miles de británicos a la desocupación, no obstante las innumerables protestas populares.
Menem, a principios de los ´90, junto al Chicago boys Domingo Cavallo, aprovechó el clima de conmoción de la hiperinflación para desarrollar la explícita “cirugía mayor sin anestesia” que anunció el día de su asunción y que terminó con el desguace del Estado y la concreción de grandes negocios para empresas transnacionales a costa del hambre del pueblo.
En fin, las crisis -el shock social- pueden ser inducidas o depender de fenómenos sociales o naturales incontrolables. Ahora, ¿qué puede hacer la sociedad frente a la emergencia, la crisis, el shock? Para Naomi Klein esos estados de shock y la inmovilización que produce el miedo siempre son pasajeros. El mejor modo de permanecer orientados, de resistirlo, es saber lo que nos está sucediendo y por qué está pasando.
Por eso, en estos días en que algunos sectores del poder económico más salvaje se frotan las manos con la posibilidad de provocar una crisis, de un río revuelto que nos ponga a todos en pánico, estar informados, prevenidos y, en lo posible, organizados, es fundamental. La buena información, en principio, nos ayuda a prevenirnos de la posibilidad de ser obedientes en base al miedo.
Ya vamos comprobando que la feroz avanzada neoliberal es bastante más concreta y violenta que el vacío y amigable marketing electoral.
Por Ricardo Nasif en La 5ta Pata