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Opinión: “Qué bárbaro, ¿no?”

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bárbaroPor método desconfío de las columnas de opinión que hacen basa en una definición del diccionario de la Real Academia Española, incluso, y sobre todo, cuando yo mismo las he escrito. Al llegar a las palabras “de acuerdo con el diccionario de la RAE…” se me activa de inmediato la precaución de saberme ante una sentencia, una verdad tan irrefutable como dicho popular o apotegma de General. Porque yo ya he visto malos que se han vuelto buenos, pero no he visto jamás un bruto volverse inteligente y, al que nace barrigón, es al ñudo que lo fajen.

Hay una guerra secreta que se libra intra-diccionarios, por vaya a saber qué fuerza infiltrada que hace de la contradicción interna y la subversión de los términos la soterrada incoherencia del más mentado catálogo y pone en riesgo la tradición que todo definitorio compendio debe tener.

Pero, sin más preámbulos –siempre quise ser locutor y decir eso- vamos a los ejemplos. Tomemos por caso la palabra BÁRBARO/RA. EL diccionario de la RAE nos da algunas muestras de su utilización:

“Su bárbaro vecino lo golpeó”

“Su estilo es descuidado y un tanto bárbaro”

“Le hizo un desplante bárbaro”

“El orador estuvo bárbaro”

Siguiendo las acepciones de la RAE, bárbaro quiere decir: fiero, cruel, inculto, grosero, tosco, pero también grande, excesivo, extraordinario, excelente, llamativo y magnífico. O sea que bárbaro puede ser el mejor antónimo de bárbaro, lo que convierte al término en uno de los casos más extremos de transfiguración histórica, una clase de juego de palabras de doble sentido, desde lo peyorativo a lo excelso.

Para los griegos los bárbaros eran los extranjeros, los que balbuceaban, los que tenían un ruido abar-bar en la boca extraña. La palabra latina barbărus hunde sus raíces en esa  etimología griega y será justamente la Roma imperial la que fijará a fuego el sentido más desfavorable del vocablo.

“Se dice del individuo de cualquiera de los pueblos que desde el siglo V invadieron el Imperio romano y se fueron extendiendo por la mayor parte de Europa”, dícese en la primera definición de bárbaro del diccionario protector de la lengua española. Se arroja así en siete letras toda la carga semántica sobre los pueblos que se encontraban fuera de los límites oficiales del poder absoluto, que habrían tenido el descaro de cruzarlo.

Podemos permitirnos la duda y suponer perverso que se conceptualice como invasores a pueblos que fueron expulsados violentamente a la periferia, por un estado totalizante que se imponía –imperaba- mediante la expansión sistemática. Sería como calificar de ladrones a los que recuperan los bienes que les quitaron verdaderos ladrones más poderosos. Pero esta posición no es la que prima en los dueños del relato histórico: son los bárbaros los extraños, los invasores, los crueles y violentos que derriban ilegítimamente al civilizado imperio.

Todavía hoy se adjetiva de vandálicos a los actos violentos, en triste honra al pueblo vándalo, esos bárbaros enemigos de Roma. ¿Alguien se animaría a designar como acto “románico” la costumbre imperial de crucificar a los delincuentes como Jesús de Nazaret o la matanza en serie por los poderosísimos ejércitos de los césares?

Sabemos de la xenofóbica y extendida expresión “mejicaneada” asociada a la palabra traición, pero imaginémonos qué pasaría si otra cultura señalara como “argentineada” a los crímenes de lesa humanidad, en recuerdo de las conductas de nuestros genocidas.

El bárbaro es el otro, el amenazante más allá de los márgenes culturales, políticos, económicos y sociales impuestos por los que ejercen el poder. Bereberes en África;  popolucas y chichimecas en la América originaria; xianbei en China; judío en la Europa contemporánea, palestino en la Israel coetánea, indio en las naciones americanas; gaucho en las pampas argentinas; guachín marginado en cualquier conurbano, etc. y más etcéteras.

No pudo haber definición sarmientina más exacta que “civilización y barbarie” para marcar el tajo entre uno y otro lado de las fronteras sociales e ideológicas del país. El padre del aula -¡Sarmiento inmortal!- opone a la admirable Europa de frac y levita, los salvajes americanos por los que sentía una “invencible repugnancia” y encuentra en Facundo Quiroga el caudillo del territorio irredento, tan sanguinario y barbudo como los bárbaros que otrora amenazaran a la Roma lampiña.

De acuerdo con el diccionario de vuestras majestades de España, en Guatemala y Nicaragua la palabra indio se utiliza como un adjetivo despectivo equivalente a inculto, de modales rústicos; la expresión “caer de indio” en República Dominicana significa caer en un engaño por ingenuo y “hacer el indio” es hacer algo desacertado y perjudicial. Sin embargo, el pueblo chiapaneco sigue dando ejemplos de inteligencia y solidaridad al mundo entero. En el 2014, a contracorriente del sentido común global, el congreso local de Chiapas, el estado con más territorio fronterizo de México, modificó un artículo de su Constitución para establecer la obligatoriedad de la promoción, el respeto y la protección de los derechos humanos de los inmigrantes.

Mientras tanto, al norte de la frontera mexicana, importantes sectores del imperio yanqui insisten en agregar ladrillos al muro del desprecio. Al sur del continente, todavía hay argentinos que culpan a los bolivianos, chilenos, peruanos y paraguayos de gran parte de nuestras desgracias. Y en el centro del mundo occidental, los europeos reniegan de su sangre bárbara de sajones, anglos, vándalos, francos y godos y expulsan a los desesperados africanos, asiáticos y latinoamericanos que aspiran a la supervivencia.

No sé si he sido claro, pero si alguno no entendió una palabra, no deje de buscar en el diccionario.

Ricardo Nasif en http://la5tapata.net/que-barbaro-no/