El 75% de las mujeres creemos que el gimnasio existe a partir de octubre y finaliza, en el mejor de los casos, en febrero. Cada año lo descubrimos como el milagro esperado, el cual en dos meses nos permitirá usar una bikini en las vacaciones que se aproximan amenazantes.
“¡Horror! Este año engordé unos cuantos kilos y no tengo ni idea por qué”. Obviamente, esa frase tan repetida en el círculo femenino, es solamente el deseo de olvidar los desquicios que hicimos durante el invierno como juntarse con “las chicas” a tomar mate con tortitas, comer una picadita, la salida a cenar y otros menesteres de la vida cotidiana. Nos olvidamos rápidamente el por qué engordamos. Al fin y al cabo “hay que pasar el invierno” y con los fríos, ¿vamos a comer ensaladita? El tema del físico nos tiene sin cuidado, salvo a la hora de pensar en el verano torturante que se aproxima voraz.
Somos así mujeres. Inconformistas por naturaleza. Sino díganme sinceramente quién no ve un pelo lacio llovido y teniendo una cabellera con rulos no desea “ese” cabello; o quién con caderas no desearía que Dios y la genética le hubiesen provisto de un cuerpo estilo tabla de planchar. La que tiene lolas no las quiere y la que no tiene quiere urgente una cirugía. La de ojos claros quiere unos hermosos y penetrantes ojos negros, y así un listado que se dispara al infinito y más allá. Y las casadas, con novio, en pareja o como sea la relación, tendemos siempre a preguntarle a nuestro chico qué tal estamos. Sabiendo positivamente que nos va a mentir. Situación que a la vez nos va a hacer enojar y decir la muy querida y ponderada frase: “nunca me prestas atención”.
Pero retomemos nuestro amor platónico por el gimnasio, y no sólo por el gimnasio. Las farmacias elevan abruptamente sus ventas de productos para adelgazar y cremas contra la celulitis, las várices y demás atrocidades del cuerpo. Terminamos a la noche tan embadurnadas que parecemos el muñeco Michelin.
Al recorrer los gimnasios de la zona me encuentro con una explosión demográfica de mujeres y con la cara de felicidad de los/las profes que esperan con ansias el momento de cargo de conciencia femenino. De no hacer nada físico, salvo algunas excepciones, pasamos a “matarnos” literalmente en los aparatos, las clases aérobicas, abdominales, clases de danza y todo lo que esté a nuestro alcance. Y tenemos que pagar por nuestro estado físico. Si lo hiciésemos gratis, seguro nos duraría menos de un día el compromiso con alcanzar el físico ideal.
Obviamente soy la primera en identificarme con este grupo y no hago mea culpa. Es lo que hay. Pero además, una clase de gimnasia con mujeres que no les cuesta mucho entrar en confianza rápidamente, es de las situaciones más divertidas de la vida cotidiana. No así para el profesor si es hombre, quién se encuentra frente a una jauría de chistes de toda índole y que muchas veces, la mayoría diría yo, lo hacen sonreír y sonrojar. Y ni les cuento si el profesor es un bombón de chocolate. Muchas veces el acopio de sueldo irá a parar a un psicólogo.
No es fácil estar con tantas mujeres juntas.
Hasta la próxima. Las quiero.
Cecilia Figueira