Hace un mes, el Papa Francisco, calculando el impacto de los tiempos y los gestos hacia adentro y afuera del Vaticano, santificó en forma simultánea a dos de sus predecesores que, en el seno de una misma Iglesia, tuvieron visiones y acciones opuestas: Juan XXIII impulsó una de las reformas más significativas en la historia del catolicismo, en tanto que Juan Pablo II se mantuvo apegado a una postura conservadora.
Ángelo Guiseppe Rocalli, el llamado “Papa bueno”, convocó en 1962 al “diálogo de la Iglesia con sus fieles, con los hermanos todavía no unidos visiblemente y con el mundo contemporáneo” en la asamblea católica más numerosa de la vida de esta religión. El Concilio Vaticano II permitió que cerca de 2450 obispos y cardenales de todo el mundo debatieran durante tres años sobre el aggiornamiento y la apertura de la Iglesia a la sociedad de su tiempo.
El Concilio propuso cambios importantes en la organización del clero (por ejemplo, según las nuevas normas canónicas, los obispos serían elegidos con expresa consulta a los sacerdotes del lugar) y transformaciones en la liturgia, promoviendo que las misas no se hiciesen de espalda a los fieles y en la lengua latina, como hasta ese momento, sino de frente al pueblo y en los diversos idiomas y formas culturales. Estas reformas per se significaban una nueva visión impensada por gran parte de la jerarquía eclesiástica de entonces, lo que provocó en los sectores más conservadores resistencias y reacciones. Pero quizá lo que mayor conflicto interno causó entre la “derecha” y la “izquierda” católica fue la “centralidad de los pobres” asumida en los documentos del Concilio.
“Frente a los países subdesarrollados, es decir, frente a la pobreza en el mundo, la Iglesia es y quiere ser una realidad germinal y un proyecto, la Iglesia de todos y, particularmente, la Iglesia de los pobres”, había dicho por radio el propio Juan XXIII, a pocos días de iniciado el Concilio.
Los obispos y cardenales del Tercer Mundo -y en especial los de América latina-, fueron decisivos para que esa perspectiva conformara un eje fundamental de aquella asamblea de los ´60.
Una parte importante del laicado y de los religiosos de Latinoamérica y el Caribe compartían y vivían en las prácticas cotidianas el Evangelio de los pobres y se sintieron por fin comprendidos por las conclusiones del Concilio que acompañaban los cambios políticos, sociales, económicos y culturales de la época.
En ese contexto, en 1965, en la supuesta pacata y conservadora provincia de Mendoza, 27 sacerdotes –¡la mitad del clero mendocino!- entre los que se encontraban Oscar Bracelis, Héctor Gimeno, Dagoberto Pérez Burgoa, Rafael Rey, los hermanos Francisco y Agustín Totera, Carlos Pujol, Rolando Concatti, Hugo Santoni, Beniamino Baggio, Oscar Debani, Edgar Tarico, Vicente Reale, Rodolfo Miranda, Justo Pol, Oscar Moreno y Jorge Contreras, se rebelaron contra la jerarquía eclesiástica.
En el libro “Jorge Contreras, peregrino de las arenas”, producido por Alejandro Crimi, Pablo Flores y Avelina Alonso, hay un interesante diálogo entre Contreras, Rolando Concatti y Vicente Reale, todos ellos protagonistas de la “rebelión de los 27”, que muestra varios aspectos que precedieron a aquella insubordinación de los curas mendocinos.
Según, relata Concatti, “…Un acontecimiento que pudo ser meramente clerical se va a transformar, en Mendoza, en motivo de sorprendente disputa pública y catalizador de posturas enfrentadas, que concierne a los cristianos enrolados pero que muy pronto se desborda a la sociedad entera…”
A principios de los ´60 el obispo de Mendoza era Alfonso María Buteler, quien gozaba de un importante respaldo de los fieles y del clero. Sin embargo, el obispo auxiliar, José Miguel Medina, no corría con la misma suerte.
Medina debió reemplazar durante varios períodos a Buteler, quien asistió a las reuniones que se estaban desarrollando en Roma con motivo del Concilio. Mientras Medina ejerció la conducción eclesiástica de la provincia asumió actitudes autoritarias y tejió alianzas con las clases altas, con oficiales militares y con la derecha política mendocina. Esto le ganó el descontento creciente de muchos sacerdotes de la provincia que comenzaron a reunirse para exigir que se cumpliera con el mandato de “democratización” que promovía el Concilio Vaticano II. Es así como se forma el grupo de sacerdotes rebeldes.
“Los 27” asumen una postura absolutamente confrontativa con Monseñor Medina, llegando al punto de exigir su remoción y de proponer la elección de un nuevo obispo auxiliar que, fiel al Concilio, surgiera del consenso de los sacerdotes locales. El nuncio apostólico Humberto Mozzoni, ante el reclamo de “los 27”, se comprometió a tenerlos en cuenta, pero, finalmente, la jerarquía eclesiástica se impuso nombrando a un nuevo obispo auxiliar de Mendoza, Monseñor Olimpo Maresma, sin ningún tipo de consulta previa.
Siguiendo el relato de Concatti, “los 27” comunican que piden una revisión de la designación de Maresma, sugieren que no aceptaran cualquier cosa y amenazan en algunos casos con la renuncia.
Virtualmente, comienza una inédita huelga de curas en la Iglesia mendocina.
Los díscolos mandan a Oscar Bracelis y a Héctor Gimeno a Roma a dialogar con Buteler. Pero fue inútil. La rebelión debía ser cortada de cuajo. Y así fue.
Los sectores más conservadores se impusieron. El movimiento fue descabezado por Buteler, quien además, en represalia, aceptó todas las renuncias presentadas, echó a los seminaristas y cerró el Seminario de Mendoza a fines de 1965, por lo que durante 10 años no se ordenó un sólo sacerdote.
Algunos curas, como los Padres Contreras, Reale y Gimeno continuaron el sacerdocio, proponiendo seguir dando la lucha desde adentro, otros como Rey y Pujol emigraron a Chile; Concatti, Bracelis y Totera marcharon a Europa.
El Papa Pablo VI, luego de la muerte de Juan XXIII, intento profundizar el Concilio, todo lo contrario hicieron sus sucesores Juan Pablo II y Benedicto XVI, por lo que los sacerdotes en la opción por los pobres comenzaron a ser marginados, cuando no expulsados, del seno de la organización eclesiástica.
Algunos gestos actuales del Papa Francisco -hechos nada menores en la simbología política y el ritualismo eclesiástico-, sus declaraciones sobre temas sensibles para la ortodoxia -homosexualidad, parejas divorciadas, corrupción, pedofilia, celibato-, la canonización de Juan XXIII y, sobre todo, las críticas explícitas de los sectores más reaccionarios de la Iglesia, parecieran indicar que el autoproclamado “Papa de los pobres” podría retomar lo desandado, al menos en algunos aspectos.
Quizá los motivos que llevaron a la rebelión de los curas mendocinos, al posterior Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo y a la prédica consecuente de curas como Carlos Mugica o del obispo Enrique Angelelli –ambos asesinados por el terrorismo de estado- hoy puedan ser reivindicados por Jorge Bergoglio, el Papa que ha asumido una centralidad inédita en la política argentina.
Los escépticos y desengañados aún necesitamos seguir viendo más que palabras y gestos para empezar a creer.
Ricardo Nasif (La Quinta Pata)
Un comentario
me dormí…..
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