Este artículo intentará ser una especie de complemento, refutación, enriquecimiento o vereda opuesta a la nota de opinión que escribiera otro de los columnistas de este diario, el día 6 de enero del corriente.No desde el agravio, sino desde el mayor de los respetos, me veo en la obligación de ofrecer argumentos acerca de lo que yo considero “errores” o falacias aparecidas en su artículo. No creo yo ser dueño de la verdad, ni tampoco creo que lo sea el autor de la otra columna, el señor Carlos Delú.
Voy a ir siguiendo el orden de su nota. Arranca aclarando que la economía es una ciencia social. Estamos absolutamente de acuerdo. La cuestión es que su enunciado me suena a “lamentablemente” es una ciencia social, porque eso implica tener que hacerse cargo de los efectos sociales que sus propuestas generan, y en general a los economistas les gusta huir de ese terreno. Porque la economía es esencialmente política, y debe pensarse dentro de un proyecto de país, con lo social incluido. Y no como gusta a los economistas, que plantean que un país (un mundo, una provincia, etc) debe ajustarse a ciertas reglas teóricas que ellos consideran inviolables. Quisieran que su querida economía fuera más matemática y exacta. Mala noticia, no lo es.
Dice Alfredo Zaiat[1] que “la economía política plantea objetivos dentro de un proyecto político, por ejemplo, impulsar el crecimiento de la economía a tasas elevadas para generar condiciones de más empleo e inclusión social. No es un catálogo de medidas, ni un compendio preestablecido para aplicar por gobiernos. Es la proyección de un rumbo para el país, donde se identifican los principales problemas sociales de cada momento histórico, como las diferentes posibilidades económicas para superarlos de acuerdo a las necesidades coyunturales, valores y prioridades definidas en la acción política”.
Luego Delú plantea que somos un país que necesita unión, y que desde las manifestaciones oficialistas le han hecho creer a la gente que hay dos clases de corrientes económicas: la de los clásicos o clasicismo (que sería la del Gobierno), y la de los neoclásicos o neoclasicismo. Aquí hay un error garrafal, o mejor dicho varios.
Primero, hay varias corrientes y a lo largo de su escrito Carlos demuestra pertenecer a una de esas corrientes, si no quieren aceptarlo es otra cosa. Segundo, para lograr unión primero hay que lograr identificación, y para eso es necesario conocer las alternativas, que existen desde el nacimiento del pensamiento económico, no las inventó este gobierno, ni el de Alfonsín que ya planteaba lo mismo. Tercer error: los clásicos son opuestos, no pueden conformar una corriente única. Smith, Marx y Keynes (por lo menos los tres más clásicos), son diametralmente opuestos. Cuarto error: desde el gobierno se habla de economistas ortodoxos, que serían los liberales y neoliberales, que ofrecen siempre las mismas recetas: ajuste, ajuste y más ajuste; y economistas heterodoxos, que serían los opuestos, que no se casan con ninguna corriente y buscan soluciones alternativas. De hecho en Mendoza, durante el 2012, se organizó el primer Congreso de Economistas Heterodoxos inaugurado por Boudou.
Un detalle más que no es detalle. Cuando el autor a quien intento refutar menciona a los “neoclásicos”, los caracteriza como “más libres” y dice que son los que pretenden que el mercado se autoregule. Eso no existe, la teoría del mercado de competencia perfecta que se regula a sí mismo es la principal falacia neoliberal, que los economistas de esa corriente, junto con los medios de comunicación, han difundido hasta convertirlo en sentido común, defendiendo así los intereses de los grandes grupos económicos que no quieren que el Estado les dicte las reglas del juego.
Avanzada la nota de Carlos aparece otro error, quizás hasta ingenuo. Dice que ningún país ha tomado siempre decisiones “clásicas” o “neoclásicas”, y que siempre se han tomado “para intentar hacerlos (a los habitantes del país) los más felices posibles”. Tuve que releer ese párrafo unas tres veces por lo menos, porque no podía creer lo que estaba leyendo. Primero que ningún país ha tomado siempre las mismas decisiones económicas, sino que esas decisiones han cambiado según la ideología de quienes hayan estado al frente del gobierno. Argentina sin ir más lejos, es un claro ejemplo: en los años 90 y en la dictadura se tomaron decisiones neoliberales, ortodoxas o “neoclásicas”. En el Alfonsinismo y en la última década, se intentaron tomar decisiones heterodoxas, más bien keynesianas o desarrollistas. Otros ejemplos podrían ser casi todos los países Latinoamericanos, incluso España, Grecia e Irlanda.
Lo que más me llamó la atención por la ingenuidad de la afirmación, fue lo de “hacer felices a sus habitantes”. Las decisiones o recomendaciones de la ortodoxia económica encabezada por el FMI, han sido siempre antipopulares, y han beneficiado siempre a los sectores más poderosos de la estructura económica. No reconocer esto es, por lo menos, ser muy ingenuo.
Una de las partes preferida de la nota del contador es cuando compara a la economía de un país con la economía de una casa. Es justamente el principal error de los economistas que buscan engañar a la gente. No estoy diciendo que Carlos haya tenido esas intenciones, pero ha incurrido en el error de reproducir una de las principales falacias de los economistas conservadores. Quien maneja los pesos de una familia sabe que tiene ciertos márgenes de gastos, y que no puede gastar ni endeudarse más de lo que puede pagar. Pero los países emiten sus propias monedas, y pueden contraer deudas importantes. Los gobiernos pueden adquirir lo que quieran siempre y cuando lo puedan pagar con la propia moneda, y siempre que sea manejado con el criterio de la sustentabilidad. Un país no se queda sin dinero porque emite dinero. Una familia no lo puede hacer. Ese simple detalle es sustancial para entender el error que subyace en esa engañosa comparación.
El aumento del gasto público y la emisión monetaria no tienen porqué ser generadores de crisis, al contrario, han demostrado ser herramientas útiles para sortear momentos de crisis. Pero a los liberales esto les revuelve hasta las tripas. El criterio debe ser la sustentabilidad, nada más. Ahí si concuerdo con el autor cuando habla de que es necesario “reorganizar” el gasto público, revisarlo, corregir distorsiones. Pero eso no es ajuste, o no necesita serlo. Ajuste es disminuir el gasto, abandonar funciones del Estado, enfriar la economía, reducir los ingresos de la gente. Y eso es desocupación y pobreza. A los argentinos no se nos debería olvidar nunca más lo que significan esas palabras.
En el escrito el columnista habla de agregarle “equilibrio” al estado de “incertidumbre”. Aquí los economistas demuestran lo bien que les vendría leer más literatura. Tienen un desvelo por esos dos conceptos que son inexactos, fantasmales, casi sin asidero en la realidad, pero los utilizan constantemente. El “equilibrio” no existe en política económica, porque es un terreno donde se debaten intereses, y eso es conflicto, que puede ofrecer ciertas treguas pero nunca equilibrio. La “incertidumbre” es una sensación psicológica generada por el miedo al desconocimiento de lo que vendrá. Justamente los economistas son los sembradores de ese miedo que genera incertidumbre. Es como si los fantasmas no quisieran salir de noche porque le temen a los fantasmas.
Casi terminando además, Carlos deja ver una veta de fascismo cuando afirma que “no debemos negociar”. ¿Quiénes son los economistas para no querer negociar? Si todos los sectores sociales lo hacemos en la puja por la distribución. No querer negociar es simplemente querer imponer, y eso es antidemocrático.
El último gran error de análisis que encontré es que dice que los gobiernos a veces no quieren tomar ciertas decisiones porque serían “políticamente incorrectas, porque eso resta votos”. ¡Justamente la función de un gobierno es ofrecer políticas que beneficien a las mayorías! ¡Y lo más normal es que la gente vote a los gobiernos que han tomado decisiones que los han beneficiado! En líneas generales creo que Carlos Delú ha sido víctima de su formación, que como todos los centros de estudios económicos, tiene una preponderancia de la visión ortodoxa y neoliberal de la economía. Esa formación los lleva a estar siempre mirando hacia fuera y tratando de copiar o imitar. Como dice el gran Amit Bhaduri (economista Indio), el “síndrome de NHA (no hay alternativa) se apoderó tanto de la acción como de la imaginación en materia económica”.[2]
Daniel Chudnovsky y Diego Ubfal, luego de una muy laboriosa investigación, llegaron a la conclusión de que las causas del crecimiento económico siguen siendo, en esencia, un misterio. Esto “descoloca a la mayoría de los economistas dedicados a recomendar recetas de imitación de experiencias evaluadas como exitosas, como si fuera un objeto sometido a una producción en serie en una línea de montaje”.[3]
La nota de descargo se hizo extensa, pero creo que este tipo de esfuerzos contribuye a que el lector pueda pensar escuchando o leyendo diferentes voces. Quiero pedir disculpas a Carlos Delú por si lo he ofendido, no ha sido la intención. Solo que leer su artículo movilizó mis entrañas y me recordó aquel viejo pedido que el gran pensador latinoamericano Simón Rodríguez le hacía a sus contemporáneos: “imiten la originalidad, ya que tratan de imitarlo todo”.
[1] Zaiat, Alfredo. “Economía a contramano” Cap. I. Pág 12. Planeta Buenos Aires. 2012
[2] Bhaduri, Amit. “Neoliberalismo: una visión del mundo fracasada”, ensayo publicado en Repensar la economía política, 2011. Manantial, pág.17.
[3] Chudnovsky, Daniel, y Ubfal Diego. “La competitividad y las políticas para impulsarla” Boletín informativo, Techint, nº 321, septembre-diciembre 2006.
Juan Jofre
Profesor en Ciencias de la Educación
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