Como todos los domingos me fui a la carnicería a comprar algún corte para que mi marido nos prepare un rico asadito familiar. Cuando entro al local, lo encuentro vacío y sin precios en el exhibidor. El carnicero que atiende ante mi cara de interrogación me dice: “hoy los precios se los digo yo”, lo expresó sin sorna ni malicia y además efectivamente los precios eran tan inestables que ni valía la pena escribirlos en una pizarra. Pensé entonces con mucha inocencia que a partir de la inflación el aumento también se reflejaría en el bolsillo de los carniceros que trabajan de lunes a lunes y obviamente usted dirá “que ilusa” y tiene razón. Los aumentos no condicen con una mejora salarial para los trabajadores, la simple especulación es para llenar los bolsillos de los que más tienen.
Ojo, con esto no quiero decir que los dueños de los negocios no deben ganar. Sería una ridiculez y una irresponsabilidad pensar de ese modo. Pero una cosa es ganar y otra muy distinta es la sensación de ser estafados moralmente por aquellos que más poseen.
Vivimos inmersos en un modelo de economía capitalista keynesiana, y para el señor John Maynard Keynes “la especulación afortunada beneficia a la comunidad a corto plazo. Pero en la Teoría General, se considera que la especulación, si domina el mercado, ejerce una influencia negativa sobre el proceso económico. Los especuladores no tienen más información ni conocen mejor el negocio que los productores o los comerciantes, ni son profetas, aunque puedan pensar que tienen ese don”. Y la inflación es una consecuencia directa de la especulación.
Según el sociólogo Luis Salas, “la inflación no es una distorsión de los mercados. Es una operación de transferencia de los ingresos y de la riqueza social desde un (os) sector (res) de la población hacia otro(s) por la vía del aumento de los precios. En la inflación se expresa la lucha de fracciones o sectores empresariales (en especial los más concentrados) por incrementar sus ganancias a costa del salario de los trabajadores (es decir, de la mayoría de la población) pero también con cargo a las ganancias de otros sectores empresariales en especial los pequeños, medianos y menos concentrados”. Pero no solamente es la única función de la inflación. Esta también se utiliza como herramienta de lucha política. Desde su existencia se la asocia con la presión a gobiernos, la imposición de intereses, o como ocurre en estos últimos meses, con la desesperación de la población, algo que se ve cotidianamente cuando uno va al supermercado y cada vez el dinero rinde menos.
Al concepto de inflación le sigue el de desabastecimiento de productos. Salas lo define como “la condición necesaria para imponer la lógica de la sobrevivencia del más fuerte, que en este caso se expresa a través del que tiene más plata al momento para comprar o el que llega más rápido y se lleva toda la existencia en una especie de saqueo organizado”.
Pero nada de esto ocurre de manera accidental y no deseada. Según las teorías dominantes, los comerciantes son tomadores de precios que reaccionan en forma racional ante las amenazas de la irresponsable intervención estatal.
Ahora bien, cómo funciona la dinámica de la formación de precios. Ante todo, debemos ser conscientes que son prácticas deliberadas con ciertos propósitos de los que no tenemos conocimientos pero que producen un efecto multiplicador. Así el pequeño y mediano comerciante afectado por los precios impuestos por los proveedores oligopólicos sube los suyos porque de otra manera podrían sufrir grandes pérdidas. Ya ha sucedido antes, negocios y pequeñas empresas han cerrado sus puertas debido a las crisis inflacionarias.
El problema se presenta cuando los comerciantes especulan muy por encima de los incrementos máximos que manejan las grandes empresas. Y uno sabe que esto sucede, sentimos como se aprovechan de los demás, que tienen que esperar las paritarias para ver un aumento en su salario a veces por debajo de la inflación anual. El sociólogo define estos procesos como uno de los “efectos más perversos de las prácticas especulativas y acaparadoras como estrategia de captación de ganancias extraordinarias, y a su vez, una de las razones por las cuales es tan difícil combatirlas”.
Sin negar, desde mi visión, que el gobierno ha favorecido a la especulación mediante la falta de estadísticas transparentes y excesivos vaivenes en sus programas económicos, es innegable que parte de la culpa la tienen los empresarios, comerciantes y, principalmente, los intermediarios, quienes tienen la excusa de la falta de transparencia en las consignas, la forma de elevar sus ganancias exponencialmente, y repito, sin beneficio alguno para sus empleados.
La realidad por ahora para la gente como yo o como usted, es esa en la que cada vez que salimos a comprar algo el billete que llevamos nos representa menos adquisición y en la que a la vez la brecha entre los que más tienen y los que menos poseen, es cada vez mayor.
Cecilia Figueira