> Calendario del Archivo de Noticias <

Opinión: Ella sí, que era el fuego…

WhatsApp
Facebook
Twitter
Imprimir

Maria Eva DuarteA 62 años del paso a la inmortalidad de una de las figuras más importantes de la historia universal, se vuelve tarea compleja poner en palabras el sentimiento que genera Evita. Transcribimos a continuación el homenaje que realizó Santiago Carreras, escritor de la agencia nacional de noticias Télam.

No hay más amor que el que uno tiene para dar. Todo eso, feroz, brutal y natural, comulga en uno, en el instante justo, en el momento indicado. La entrega no se inclina ante especulaciones, solamente se da. Como Evita, que era el fuego. Que encendió a un pueblo, y se hizo llama en la historia argentina y del mundo por su pasión, su entrega, su compromiso

Pensar su figura es mucho más que recordarla, es vivirla. Hoy nos quema su ausencia y nos arde su legado, desde los pies hasta llegar a todo el cuerpo. Desde el barro hasta el cielo. Es Evita, es el fuego.

A 62 años del paso a la inmortalidad de una de las figuras más importantes de la historia universal, se vuelve tarea compleja poner en palabras el sentimiento que genera Esa mujer, como diría Walsh. Porque la empatía no se compra, no se condiciona ni se establece por parámetros de conveniencia.  El vínculo de amor entre Evita y su pueblo, porque el pueblo es suyo por ser el de Perón, por alojarse en su corazón, es un vínculo sincero y natural. Entre quien ama sin pedir y quien es amado y agradece amando también.

Hacer una recapitulación de la gestión de Eva Perón desde 1945 hasta 1952, sus logros y las transformaciones que llevó a cabo, es poco en relación a lo que trasciende a su persona. Evita es el voto femenino, es el brazo ejecutor de las políticas de justicia social durante el primer gobierno de Perón, son las 18 horas de trabajo en la Fundación atendiendo las necesidades de sus descamisados, es la máquina de coser, el trabajo, la mano para los desclasados y más. Mucho más. Porque Evita también es la plebeya que llegó para no estancarse, que logró trascender las fronteras que la naturaleza social que impartía la burguesía aristocrática de nuestro país, es la mujer del pueblo que alcanzó el poder para transformar, para hacer revolución desde el alba. Para quedar en la historia como el icono internacional del pueblo liberado, de la justicia social, de la realidad efectiva.

¿Cómo entenderla desde el parámetro de los agachados y huidizos? ¿Cómo comprender tamaña obra y terrible mujer, esa mujer, cuando aún persisten los que se entregan ante la comodidad y el beneficio personal? Simple. Para analizar su vida, hay que sentir como ella. Nada más claro que en sus propias palabras:

“El fanatismo es la única fuerza que Dios le dejó al corazón para ganar sus batallas.
Es la gran fuerza de los pueblos: la única que no poseen sus enemigos, porque ellos han suprimido del mundo todo lo que suene a corazón. Por eso los venceremos.
Porque aunque tengan dinero, privilegios, jerarquías, poder y riquezas no podrán ser nunca fanáticos.
Porque no tienen corazón.
Nosotros sí”.
Puro corazón. Eso fue Evita. Su sonrisa, eterna, resplandece cada 26 de julio. Pero brilla cada mañana, nos guiña en el alma ante cada avance del pueblo trabajador. Hoy somos miles, millones los argentinos que vemos toda su valentía en el proyecto político que comenzó en 2003 con Néstor y que hoy sigue profundizando Cristina. La recordamos, la sentimos, la vivamos. Ella volvió con nosotros y anda suelta por los barrios. Haciendo Patria, que no es más ni menos que la felicidad del pueblo.