La sucesión presidencial mendocina sí fue republicana. Aquí respetamos la institucionalidad. En Mendoza no hubo ningún orfebre que a lo Pallarols se quedara con el bastón recién tallado o la factura monotributista impaga. En esta isla del occidente argentino las formas, la solemnidad, la mesura y la parquedad protocolaria son sagradas. No hubo querella populista de las investiduras que conmoviera el status de las cosas, ni el estado de los espíritus.
En una exigua sala de la casa gris de gobierno, los atributos fluyeron de las manos del saliente a los puños y el pecho del entrante. Gracias a Dios primó la racionalidad democrática del nuevo tiempo sin venganzas, el equilibrio del bipartidismo, los pesos y contrapesos de los poderes y tuvimos entonces la ceremonia de la alternancia civilizada que nos merecemos, en un rito laico de traspaso que rescata una de nuestras más caras tradiciones monárquicas, con cetro real y una banda que no se mancha.
El excelentísimo señor gobernador, don Alfredo Víctor Cornejo Neila, hijo prodigio del departamento de San Carlos Borromeo, desciende felicísimo por las escalinatas de Palacio, cruzado en su cuerpo por la bandera escudada y el desproporcionado bastón repujado. Apenas detrás bajan sus dos hijos y la esposa, con quienes jamás tomará contacto físico como indican las frías prácticas palatinas. Abajo de la escalera de concreto lo esperan sus hombres-ministros, enfundados en trajes oscuros. A uno por uno le toma juramento y finalmente posan todos para la fotografía de la historia: el macho alfa, rodeado de los barones de cuello blanco.
El señor gobernador le entrega el bastón a su secretaria y se acomoda en el atril para dirigir a la nutrida concurrencia la alocución inaugural con la unción de primer magistrado. Allí será donde su lengua y verba asumirán, paulatina e intermitentemente, las formas de un garrote simbólico, un bastón -el ancho quizá- o, más precisamente, un rebenque sancarlino con que el flamante funcionario irá surtiendo guascasos dialécticos desde el púlpito.
Temperamental, pasional, enérgico, escupiendo saliva profusa, sin siquiera un papel de ayuda memoria, nuestro señor gobernador retará a los padres, madres, tutores y/o encargados que no exigen a los gremios docentes que haya 180 días de clases por año, a quienes no reprenden a los niños cuando les va mal en la escuela y le echan injustificadamente la culpa a las heroicas maestras mendocinas; reconvendrá a los malos empleados de la salud pública y les pedirá a los vagos profesionales examen de conciencia, constricción y propósito de enmienda, bajo apercibimiento de ejemplificadoras sanciones; señalará con su dedo -en el momento más encendido del discurso- a los piqueteros que perjudican a terceros con sus protestas y anunciará que serán retiradas sus gomas quemantes por las fuerzas del orden; advertirá a los estatales que buscan privilegios con sus “paros y paros y asambleas tramposas”; fustigará a los automovilistas que no cumplen las leyes de tránsito y se quejan cuando les hacen la boleta; atacará a los denunciadores seriales que, aprovechando toda una estructura estatal, hostigan injustamente a los indefensos policías, aunque también prometerá castigo a los guardianes desidiosos, corruptos y/o delincuentes que las hagan.
“El petiso se puso la gorra”, susurró un plebeyo cuidacoche en soez lenguaje desde el cordón de la vereda, sin entender que lo que está en juego es la institucionalidad, lo instituido y, sobre todo, los instituyentes omitidos en la reprenda de Vuestra Excelencia.
Ya terminó la etapa en la que el populismo explicaba los problemas sociales recurriendo a argumentaciones socioeconómicas o anteponiendo los derechos humanos a las obligaciones cívicas. Don Alfredo -Licenciado en Ciencias Políticas y Sociales- ya hizo el identikit de los responsables de nuestros principales males. “Corramos a la manzana podrida y privilegiemos a los que hacen bien las cosas”, clarificó por si cupiesen dudas sobre la identidad de los inadaptados. La educación está mal por culpa de los padres, la salud por los empleados irresponsables, la seguridad por la falta de respeto a la autoridad y el tránsito vehicular del Gran Mendoza por los infractores impunes y los sindicalistas devenidos piqueteros.
No hay espacio de responsabilidad para el poder económico, el poder fácticamente instituido. Ya lo había dicho nuestro señor gobernador minutos antes en la Legislatura, después de prestar juramento sin santos evangelios, los empresarios son los dinamizadores, los que desempeñan el rol virtuoso de generación de empleo digno y de calidad, en ellos debemos confiar, son ellos los que asumen riesgos, invierten, los que esperan reglas del juego claras. “Mendoza no ha olvidado la tarea titánica de sus empresarios del pasado que hicieron grande a la provincia”, dijo Don Alfredo. No son los obreros los protagonistas del relato sino una “larga lista de apellidos ilustres de la vitivinicultura”, los verdaderos precursores del progreso cuyos ecos se conjugan con nuestros bodegueros actuales que seducen al mercado internacional con nuestros vinos (sic).
Los grupos concentrados de la economía -los que hicieron las páginas gloriosas de la historia- no son responsables de la grave situación actual de la provincia, aunque entre ellos estén los que vaciaron el Estado, los grandes evasores impositivos, los que destruyeron el sistema financiero público, los explotadores de la clase trabajadora, los usurpadores del agua y de la tierra, los lavadores de dinero, los dueños de los multimedios, los parásitos de los servicios públicos, los cívicos del genocidio, en fin: los que por justicia y republicanismo no merecen el grito ni el rebenque de mando del licenciado Cornejo.
“Los ricos se arreglan con cualquier gobierno”, repitió nuestro señor gobernador en la Casa de las Leyes y en la Casa de Gobierno. Cuánta razón tuvo.
Por Ricardo Nasif en La 5ta Pata