Luego del desahogo por el triunfo de la selección argentina contra Suiza el martes pasado, leí en mi Facebook un posteo que me llevó sin escalas de la sensación de la alegría futbolera circunstancial al más profundo sentido histórico de la realidad.
La compañera Natalia Galamba había escrito:
“Ustedes perdonen, pero me resulta inevitable y a la misma vez absolutamente necesario comparar los momentos. Hoy puedo disfrutar de un mundial, del fútbol, de la gente usando los colores de la bandera, del repentino y ferviente patriotismo que aparece en muchos cada cuatro años. Hoy puedo gritar los goles de Argentina. Hoy me siento orgullosa de mi país. Hoy el fútbol no se usa para tapar torturas y muertes. Hoy el fútbol argentino tiene un torneo que se llama NIETOS RECUPERADOS y los futbolistas nos ayudan a seguir buscando. A mi viejo lo desaparecieron en el operativo G78, armado previo al mundial. Una placa con su nombre y el de 10 compañeros está puesta en el estadio mundialista. Es un recordatorio para que NUNCA MÁS vuelva a pasar. Ni siquiera en el fútbol.”
Antes del mundial ´78, en mayo de ese año, Juan José Galamba fue secuestrado en Mendoza por la dictadura genocida. Previo a su desaparición, con su compañera Alicia Morales ya capturada y sabiendo que su suerte de perseguido culminaría con una segura detención, había escrito en un cuadernito una carta a sus hijos que, luego de permanecer durante años enterrada en la casa de su padre en San Rafael, finalmente llegó a manos de sus destinarios.
De la letra del puño cerrado y tierno de Juan José puede leerse:
«Quiero que sepan que papá nunca los olvida y que todo lo que hace y hará es para la felicidad de ustedes. Así como con mamita los quisimos, hoy más que nunca debemos seguir adelante, hasta conseguir lo más ansiado para todos, y que simplemente se llama igualdad, y que cuesta mucho conseguirla pero no es imposible.”
“Querida Natalia, querido Mauricio, es demasiado pedir para ustedes, tan pequeños, tan inocentes, pero sé que lo van a entender, sé que serán más fuertes que nosotros mismos, debemos hacer ese esfuerzo, pues no sólo mamita está en la cárcel. Entre esas grises paredes están miles de padres y madres, miles de personas que no callaron nunca por decir la verdad, miles que por sólo luchar por la igualdad están encerrados esperando la libertad, o esperando que los masacren como lo están haciendo día a día.”
“Miles que dijeron no puede ser que trabajemos para otros, y nuestros hijos mueran enfermos o de hambre. Miles que nunca dudaron en entregarse por completo a la lucha de liberación, miles que ya perdieron sus vidas. Entonces, queridos hijos, no podemos dejar que se pisoteé la justicia y la libertad, no podemos seguir con esta crisis creada por los capitalistas y pagada por el pueblo, no podemos seguir aguantado a los miserables que por un poco más de dinero están causando estragos, no puede ser que el que trabaja lo haga cada vez más para que los ricos puedan disfrutar, mientras en unas mesas hay caviar en otras apenas si hay pan”.
Durante el mundial ´78, en las antípodas de la dignidad de las palabras de Galamba, Enrique Romero publicó una carta apócrifa que representa una de las estafas periodísticas más burda que se haya realizado en nuestra historia
El “cabezón” Romero, por entonces jefe de deportes del diario Mendoza y corresponsal en la provincia de la revista El Gráfico redactó -o hizo redactar – en inglés una carta de un padre a una hija, atribuyendo su autoría al jugador de la selección holandesa Ruud Krol, quien por esos días disputaba el campeonato internacional en el país.
En la misiva trucha, incluida en la edición del 13 de junio de 1978 de El Gráfico, el periodista le hizo decir a Krol:
«Mamá me contó que los otros días lloraste mucho porque algunos amiguitos te dijeron cosas muy feas que pasaban en Argentina. Pero no es así. Es una mentirita infantil de ellos. Papá está muy bien. Aquí todo es tranquilidad y belleza. Esta no es la Copa del Mundo, sino la Copa de la Paz.”
“No te asustes si ves algunas fotos de la concentración con soldaditos de verde al lado nuestro. Estos son nuestros amigos, nos cuidan y nos protegen. Nos quieren como toda la gente de este país, que desde el mismo momento de la llegada nos demostró su afecto. Como en el aeropuerto cuando nos esperaron con banderas de nuestra patria y nos tiraban besos y todas las manos nos querían abrazar… ”
“Cada vez hace más frío. Por las ventanas del hotel vemos todos los días caer la nieve. El paisaje es hermoso pero faltas tú. Sonríe, pronto estaremos juntos. No tengas miedo, papá está bien, tiene tu muñeca y un batallón de soldaditos que lo cuida, que lo protege y que de sus fusiles disparan flores.”
Dile a tus amiguitos la verdad. Argentina es tierra de amor. Algún día cuando seas grande podrás comprender toda la verdad.”
“Te adoro, cuida a mamá, espérame con una sonrisa y anda pensando en un nombre para la muñequita.
“Mi beso. Papito.”
“PD: Yo ya elegí el nombre para tu muñeca. Sería ‘Argentina’. Si puedes elegir uno mejor, dímelo.”
La publicación de la carta, que dejaba pegado contra su voluntad al jugador con la dictadura argentina, desencadenó una protesta de la embajada holandesa, la amenaza de la selección de ese país de abandonar el certamen y una conferencia de prensa en la que el propio Krol negó la autoría de la publicación de El Gráfico.
La excusa del periodista Romero en un ensayo de defensa fue lamentable: reconoció que él había escrito la carta, que se la había mostrado al jugador y que éste dio su aprobación para hacerla pública como propia.
La obsecuencia de la prensa con la dictadura en tiempos del mundial fue en gran medida desembozada. Lo de Romero es un ejemplo más, quizá uno de los más torpes, que sirven de botón de muestra de los extremos hasta los que llegaron muchos periodistas para ofrecer la mentira al servicio de la causa genocida.
Uno de los más serviles en esta tarea fue José María Muñoz, el relator oficialista, quien gritaba con igual énfasis loas al tridente Videla-Massera-Agosti, halagos patrióticos a los goles finales de Kempes y Bertoni y desprecio absoluto a quienes llevaban a cabo en el mundo una campaña anti-argentina –léase: denuncias por las graves violaciones a los derechos humanos que se cometían en nuestro país-.
Décadas después del mundial ´78, Fernando Rule, preso político del terrorismo de estado, escribió en el libro “Un allegro muy largo”:
“Para los que no nos apasiona el fútbol, los partidos finales fueron un infierno. Allí, en la cárcel, las opiniones fueron encarnizadamente divergentes. Estaban los que, apoyándose en lo de la cultura popular y todo eso, opinaban que había que alentar a la selección argentina junto a todo el pueblo. Había los que, bajo la tesis del pan y circo, decían que esto era una maniobra propagandística de la dictadura. Habíamos los que no nos importaba un pito. Creo que todos teníamos razón.”
(…)
“Pero no puedo olvidar cierto malestar en el estómago cuando recuerdo los parlantes de la cárcel, puestos en Radio Rivadavia, escupiendo la voz del gordo José María Muñoz pidiendo que no tiren papelitos (una de las cosas más bellas del mundial) y entrevistando con timbre de molusco al coronel nosecuántos que estaba haciendo patria cobrando viáticos en la Antártida o en la Puna. La obsecuencia de aquel cerdo me producía el mismo asco que los gritos de Tinelli veinte años después.”
“Todo era Argentina, Argentina, Ar-gen-tina. Todas las casas engalanadas con banderas, las familias enteras con banderitas en la mano. Todo el mundo feliz. Argentina llegó al partido final con Holanda. Y ganó, como todos saben. Los milicos también.”
Ricardo Nasif para La Quinta Pata