Hoy voy a mentir. En realidad, para ser más preciso debo decir que voy a mentirles, porque la mentira es un baile de pareja, un boliche hasta las manos o una fiesta electrónica en un hipódromo, pero nunca una danza a solas. Es inconcebible el falso soliloquio lanzado al vacío, resulta imprescindible que la mentira fluya lineal del mentiroso al que es mentido. El monólogo pérfido del que se miente a sí mismo y le gusta es una especie de onanismo sadomasoquista que por ahora no es de mi interés poner a consideración pública.
Tampoco pretendo aquí que nadie sea ni se haga la víctima del engaño. Tranquilos los lectores, no van a sufrir daño alguno. Están siendo advertidos, voy a mentirles como el mago que explicó en un circo de dónde sacó el conejo y terminó con el asunto. Todos ustedes lo sabrán, no me vengan después con hacerse los sorprendidos, ni a reclamarme indemnización por perjuicio ni perjurio alguno.
No voy a hablar de mentiras piadosas, ni de las blancas ni de las negras, ni de las histéricas, oficiosas, psicopáticas, lógicas, ni afectivas, ni de las verdades con patas cortas que, cual petixsita culona, le ponen sal a la fiesta.
Ni pienso contarles de las estadísticas -que son mis mentiras preferidas-. No está en mis planes explicarles lo ya dicho por especialistas que han demostrado que es falso de toda falsedad lo del ingreso per cápita, que ya han comprobado que si mi vecino tiene dos autos y yo ninguno la estadística dirá que ambos tenemos uno. Nada diré de la estupidez borgeana sobre la democracia como un abuso de la estadística, ni de la nula probabilidad de los musulmanes de pedir la nulidad matrimonial vaticana gratuita. Tampoco me pidan que les repita aquella frase que dice que la estadística es una ciencia según la cual todas las mentiras son susceptibles de volverse un gráfico de barras o de torta, ni la falsa certeza que afirma que 5 de cada 10 extranjeros son la mitad.
Menos pertinencia aún tendrá en estas líneas la alusión a las mentiras predictivas, la leche rancia de todas las mentiras. Falsear el pasado puede ser un buen libro de historia o una hijadeputez, ahora el cuento sobre el futuro ya lo es sin más. Las predicciones, desde las de Alicia Contursi hasta las del Fondo Monetario Internacional, pasando por las del pastorcito protestante mentiroso que se obstina en que el mundo se termine, quizá merezcan la contratapa de un diario o la página central del cálculo probabilístico del alterado Adrián Paenza, pero no vamos a permitir que formen parte de las mentiras que venimos anunciando.
Tampoco nadie se haga los rulos con que citaremos frases apócrifas para reforzar nuestros débiles argumentos. No voy a caer en la fácil tentación de las notas al pie para decir que Miguel de Cervantes nunca escribió “ladran Sancho, es señal que cabalgamos”, que jamás encontré el libro de Sócrates donde dijo “conócete a ti mismo” y que me comí una hora veinte minutos de la película Casablanca para no escuchar nunca a Humphrey Bogart decirle al pianista negro el famoso “tócala de nuevo Sam”.
Daría que chapeara de intelectual parafraseando Instantes, el poema más divulgado de Jorge Luis Borges, y decirles que “Si pudiera vivir nuevamente mi vida / En la próxima trataría de cometer más errores. / No intentaría ser tan perfecto, me relajaría más. / Sería más tonto de lo que he sido, de hecho / tomaría muy pocas cosas con seriedad.”, pero les mentiría. Jamás Georgi escribió esa pavada.
Como nunca dijo Nicolás Maquiavelo, “el fin justifica los medios”, y es por eso que por este medio voy a mentirles. Veremos luego si, tal como nunca dijo Joseph Goebbels, miento, miento, que algo quedará. Aunque esto ya no depende de mí si no de ustedes, quienes deberán colaborar con la misma complicidad con que consumen la publicidades que nos venden la ilusión de tener los abdominales de Jésica Cirio comprando por teléfono un par de zapatillas o el aviso clasificado que quema un Renault 12, modelo ´95, de una maestra jubilada, con 83 mil kilómetros reales, pero con detalles de papeles.
“Todo es mentira, nada es amor”, eso sí lo dijo Discépolo, tan mentiroso como todo gran poeta, porque si todo es mentira esa misma frase también es mentira, salvo que “todo es mentira” sea la única verdad excepcional. ¡Un 0 en lógica, Discepolín! A mí no me la vas a contar, Mordisquito. Pero yo igualmente, que no soy poeta y he rendido como cuatro veces Introducción a la Filosofía, prometí de entrada, sobre estos santos evangelios, decirles la verdad y nada más que la verdad. Entonces, sin más rodeos y tal como le escuché decir a una vieja en la puerta de un baño, vamos al meollo.
Aquí va mi tan mentada mentira: “los hombres son muy mentirosos”.
Para ser sincero, debo decir que no es una mentira original, lo leí en un estudio del Museo de Ciencias de Londres que determinó de manera categórica que un hombre británico dice, en promedio, tres mentiras al día, lo que representa una mentira más que las mujeres. Después de largos cálculos y cruces en los ejes cartesianos, los científicos coligieron que los tipos mienten 1095 veces al año y las minas 730. Pero lo más interesante es que, para abordar a tan trascendente conclusión, los investigadores se valieron de una encuesta que realizaron a cerca de 3000 británicos. Y he aquí la gran mentira que me he permitido hacer propia: ¿puede ser verdad un estudio académico que tenga como único sustento de su honestidad intelectual a una encuesta? ¿a quién se le ocurre darle crédito a unos encuestados que, según esa misma encuesta, mienten dos o tres veces por día?
Andrés Casciari, el mentiroso más lúcido que expulsó la Argentina en los últimos años, ha puesto el dedo en la llaga al percatarnos que millones de seres humanos se resisten a ser encuestados. Para él, el 90% de la población mundial se ha rehusado al interrogatorio de insoportables empleados que insisten en detenernos en las calles, golpean las puertas para saber sobre nuestros deseos o, lo más hastiante de todo, nos llaman por teléfono a las más desubicadas horas para indagarnos sobre nuestras intenciones.
Para Casciari, esas encuestas telefónicas culminan en el súmmum de la cifra artificial. Su tesis es que la mayoría de la gente está en sus cosas impostergables cuando se produce la llamada maldita y opta por colgar la galleta. Sólo los que están al pedo como Kung Fu a la siesta y los drogados en fase cósmica son capaces de sostener un endeble ping pong de preguntas y múltiples opciones. Y ambos, como todos sabemos, tienden a mentir, unos como escape a la realidad insípida y los otros por dispersión y anacronismo. De lo cual se deduce la conclusión desahuciante: “el 96% de los que responden a encuestas, miente; a veces queriendo y otras veces sin querer.”
Pero no todo es desesperanza. Quedamos todavía los que mentimos por omisión. Los obstinados militantes de la complicidad pasiva. Los que creemos que no le estamos haciendo el juego a los interrogatorios manipulados de antemano y nos negamos con angustia al impulso del clic fácil sobre una de las dos opciones de las encuestas de los diarios online. Esa gran mayoría que esconde la verdad en el silencio. Los que aún pensamos, como dijo el Dalai Lama, que a la gilada no hay que darle ni cabida.
Ricardo Nasif en http://la5tapata.net/confieso-que-he-mentido/