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No esperemos el próximo mundial para volver a ser felices

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seleccion-argentina-futbolPasamos un mundial y fuimos felices durante varias semanas. Nadie pudo robarnos la alegría, ni siquiera Alemania en la final. La expectativa fue creciendo partido a partido, y las pretenciosas opiniones de periodistas y medios, (algunos poniendo la gloria en manos de los “cuatro fantásticos”, otros trayendo el apocalipsis de la mano de Sabella) se fueron diluyendo con cada victoria, algo como que la verdad es la realidad.

Haber sido felices no fue poca cosa, aún para los más escépticos del fútbol, la buena onda del país le recargó las pilas. Pero pasó el mundial y volvimos a la época triste, quejumbrosa, negra, pesimista. Entre Griesa y los fondos buitres, y los titulares de gran parte de los medios de comunicación, otra vez nos sentimos en el pozo, agujero negro que, según los pronósticos, solo puede llevarnos a otro agujero más oscuro aún.

¿Por qué, a nivel social (y será personal también supongo), nos cuenta tanto ser felices a los argentinos? ¿Por qué siempre nos estamos quejando, amargados por lo que es, por lo que fue, o tal vez, por lo que puede ser? ¿Será una cuestión de “genes”, en esto de que nuestros antepasados, la pasaron mal (criollos y aborígenes maltratados y muertos; inmigrantes huyendo de la guerra y el hambre), y que por herencia tememos (inconscientemente) volver a sufrir esos males? ¿O será que ni nos damos cuenta de lo que somos y lo que hacemos? Supongo que las posibles respuestas las ensayarán sociólogos y psicólogos, y no habrá una sola hipótesis.

Pero lo real, de todos los días es que siempre estamos quejumbrosos: del país que tenemos, de los políticos, de los que gobernaron, gobiernan y gobernarán, del presente y del futuro, de las compras, de los negocios, de las vacaciones, del dólar, del peso, de la carne, de la soja, de la policía que controla, de los que no controlan, etc, etc. Para los argentinos las frases “y que querés con los argentinos” o “esta es la Argentina”, con tono despectivo y fatalista es bastante común, y acompaña diaria y tristemente ese sentimiento de amargura que parece invadir a una gran mayoría.

Hasta hace poco tiempo los medios de comunicación trabajaban desde un lugar incuestionable, invadiendo con sus mensajes (funcionales a los más poderosos) todo nuestro universo personal y social. En los últimos años, comenzó el cuestionamiento, y se evidenció que la “independencia periodística” es una falacia, herramienta útil para manejar audiencias y parecer impolutos. Hoy, en Argentina, se habla de dos relatos: el “oficialista” y el de los medios “opositores”, y en esa cancha se dividen los públicos. Cada uno se sienta en la tribuna que le viene bien, a veces porque le gusta, otras porque le resulta conveniente. Y supongo que no está mal que así sea. Lo que si me cuestiono es esto de no permitirnos ser felices, y tengo mis sospechas de que, en esa amargura colectiva, mucho tengan que ver los discursos que dominan los medios de comunicación. Es lo que José Pablo Feinman llama “el nuevo proyecto de dominación mundial: colonizar las conciencias, someter la subjetividad”.

No ganamos el mundial, pero ¡qué equipazo!, y además en este Valle de Uco, qué bellos paisajes para disfrutar, qué linda gente para convivir, con trabajo para hacer, con amigos; muchos con casas nuevas, con vacaciones, con autos… También es cierto que con problemas, pero no con tantos como para perder la risa, la alegría diaria, el optimismo, las ganas de hacer cosas, la felicidad, todo eso que nos animamos a sentir con los argentinos en Brasil.

Trayendo nuevamente a Feinman: “Quizás el objetivo más importante de nuestros días es descubrir lo que somos, pero para rechazarlo”. La frase –formidable– es de Michel Foucault. (..) Sartre dijo, célebremente, algo muy parecido: “Uno es lo que hace con lo que hicieron de él”. Bien, no se puede entonces demorar más. (…) De nosotros depende hacernos otra cosa”.

No esperemos al próximo mundial. La felicidad también es un derecho. Y si miramos con nuestros propios ojos, tenemos motivos de sobra para serlo.