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Lita, una maestra rural y militante ambientalista que dedicó su vida al pueblo

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LitaLa hermosa nota de Gisela Manoni a Lita Firpo de Funes, una sancarlina que estuvo en el comienzo de muchas de las escuelas en pueblos donde no había nada, y que a los 82 años sigue participando de muchas de las organizaciones que fundó. La historia de “una imprescindible que no duda en salir a la calle”, como la describe la periodista.

Las distancias y carencias propias de zonas rurales se traducen en excusas, en muchas historias. No es el caso de doña Lita. En sus manos tornaron en el mejor barro para moldear. Motor de pueblo, incansable gestora de proyectos, militante ambientalista, pensadora de lo social, jefa de una tribu comprometida con sus convicciones…. pero ante todo esta mujer imprescindible es una maestra rural de ésas que dieron la vida.

“¿Qué me queda por hacer?» – pregunta con esa sonrisa que no cesa nunca- “¡La pucha!, si me ha superado la vida y las cosas que he logrado”, asegura Lita Firpo de Funes. A sus 82 años, esta sancarlina integra grupos comunitarios, sale a cortar calles como ambientalista, discute sobre política con sus nietos, cultiva vegetales exóticos y plantas medicinales en su huerta de Eugenio Bustos con igual pasión.

Es que nadie se puede preciar de conocer al pueblo de San Carlos si no tuvo la suerte de ‘toparse’ con esta hija del Valle de Uco y su particular clan. Tal vez sea porque supo dejar la vida en los sitios inhóspitos donde enseñó -y lo hizo con alegría y compromiso- que sus cinco hijos estudiaron para ser maestros rurales.

En realidad, en ello comparte cartel con su esposo, Ángel Oscar Funes. Su entrañable compañero de camino fue otro referente de la docencia rural en San Carlos y es recordado con cariño por las comunidades por donde pasó. La escuela de Pareditas lleva su nombre.

Inquieta desde niña

“Me voy a misionar al África”, le dijo a sus padres, un día antes de recibirse de maestra. Su padre -a quien define “tan linyera” como ella- se limitó a darle su bendición. Lita quería ser monja desde los once años y había logrado que un cura amigo le consiguiera todos los papeles para cruzar el continente y radicarse allá.

Pero no contó con que la perspectiva de su confesor terminaría por hacer trizas su gran sueño. “Me dijo: ‘¡Vos estás loca! Yo te voy a decir lo que va a pasar con vos como monja. Si llegás a ser superiora, pobres monjas. Y si no llegás a superiora, pobre de vos’. Ahí finalizó mi viaje a África y me fui a Los Alamitos, a dar clases a los hijos de mineros que trabajaban en las canteras”, concluye soltando una carcajada.

Como todo espíritu inquieto, Lita participó de muchas ‘génesis’. Estuvo en los inicios de escuelas, en pueblitos donde la educación no era más que un anhelo. Fue una de las fundadoras de la Asociación de Maestros Rurales Argentinos (AMRA).

Junto a otros vecinos, creó el hogar Cunita del Sol -que ofrece una vivienda transitoria a niños con derechos vulnerados en el Valle de Uco- y armó una sede en San Carlos, donde capacitan y trabajan en distintos talleres las personas discapacitadas.

De literatura

Su historia es digna de un bestseller. “Han querido investigar y escribir sobre mi familia… es que está llena de locos”, se ríe la mujer. Lita es hija de Basilia Izquierdo, una española que escapó del régimen de Franco y de Natalio Firpo, “un montonero de la selva que llegó con la intervención de Borsani”. Entre sus trece hermanos, está Miguel Natalio Firpo el intendente radical más recordado por los sancarlinos.

Pero el calificativo que suelta tan frescamente, también va dirigido a sus hijos y nietos. Lita y su esposo han sabido ‘adoptar’ a todo el que necesitaba una mano. Amigos de sus hijos o nietos, simples desconocidos, saben que pueden contar con la vieja casona que está detrás de su propiedad, hasta tanto encuentren “terruño”. “Éste es mi hostel o mi aguantadero, como quieran llamarlo”, indica la abuela.

Aunque reniega de algunas de sus ocurrencias y discute con ellos de igual a igual, en el fondo Lita está orgullosa de que sus hijos “se jueguen por sus ideales” y que hayan comenzado por la docencia.

Cecilia (Tachi) traccionó grandes cambios en Viluco como directora de la escuelita del lugar y hoy es supervisora en Tupungato. Miguel, un gran batallador de la construcción con quincha, es director de Vivienda del municipio. Daniel es el ambientalista número uno. Ricardo dirige el área de Turismo de la muni y, según Lita, “es el único que sabe vivir la vida”. Patricia (Piya) es maestra y coordinadora del hogar Cuna del Sol.

Su amor por Oscar nació en una capacitación que la Unesco dio, a fines de los ‘50, con la intención de preparar cientos de maestros rurales que luego se “desparramarían” por todo el país. Era la época de las escuelas albergue.

Lita cuenta cómo los dejaban solos, por meses, en pueblos perdidos de Catamarca, para vivir “en ranchos llenos de vinchucas”, donde tenían que hacer las veces de enfermeras, psicólogas, mecánicas y hasta cocineras para dar de comer a los niños.

“Cuando lo bajaron a Frondizi, nos bajaron a todos y pasamos a la lista negra como marxistas”, recuerda la sancarlina. Así nacieron los encuentros de maestros rurales (AMRA), a los que la pareja asistía con sus hijos y a los que todavía va Lita una vez al año, para discutir problemáticas de la educación rural y compartir experiencias.

Junto a su esposo trabajaron de maestros en varias provincias. Así conocieron como pocos la problemática rural. Luego se afincaron por años en Pareditas, donde formaron una linda comunidad educativa.

Fanática de Gandhi y de Teresa de Calcuta o de los más cercanos, Pérez Esquivel y monseñor Angelelli, esta jubilada hace décadas -“le salí muy cara al Estado”, dice- trabaja más que cuando estaba en actividad. No anda en bicicleta, sólo porque sus hijas se lo prohibieron. Sigue estudiando las leyes de Educación y ejerce su voto democrático “siempre con la tijera en la cartera”.

Ambientalista de la primera hora

“La lucha contra la minería casi nos ha costado el matrimonio”, relata Lita entre risas. “Al principio, la lucha era muy fuerte. Vivíamos en la calle y mi marido, que ya estaba bastante cachuzo, decía que nos dejáramos de molestar con eso. Un buen día mi hijo Daniel le paró el carro. ‘Mirá papá vos ya hiciste tu vida, yo tengo que defender mis hijos y mi tierra’, le dijo. Desde ese día lo tuvimos a la par en la ruta”, rememora emocionada.

Como lo hicieron desde la primera hora, la mujer y los suyos todavía participan de las movilizaciones, cada vez que hay un atisbo de que alguna empresa minera coquetea con la idea de producir en la montaña valletana.

“Ésta fue una lucha comunitaria. Hay muchas mujeres de La Consulta, a quienes se les podría llamar las madres de Jáchal”, arremete Lita. Dice que ella se ‘topó’ con el tema en Catamarca, en uno de los encuentros de maestros rurales.

“Vino una ingeniera de la Alumbrera y nos trajo todo un planteo, que era lo mejor. Al otro día, la gente del lugar nos dijo la verdad. Los animales se morían, el río se les había secado, los lugareños se estaban yendo. Volví con un nudo en la garganta. Acá ya estaban haciendo sondeos. Lo que olíamos se convertía en amenaza”, contó.

Entonces, familias de Esquel sirvieron de padrinos a los autoconvocados. “Allí se fueron sumando otros distritos y empezamos esta pelea contra viento y marea. La verdad es que nadie nos apoyaba. No teníamos ni para la fotocopia de los folletos”, se ríe Lita.

 

Fuente: Diario Los Andes/Gisela Manoni