En un nota de opinión, Javier Trímboli, asesor historiográfico de la Televisión Pública y columnista de Télam, opina sobre distintas recopilaciones históricas de la gesta sanmartiana, específicamente el encuentro que el General San Martín mantiene en San Carlos con los aborígenes. Por mucho tiempo, se estudió y leyó, que aquello había sido una “trampa” del General para engañar a los aborígenes y de esta forma a los españoles, ya que según sus estimaciones los indios vendieron la información a los conquistadores. Sin embargo, Trímboli, a partir de un revisionismo histórico, expone a San Martín como el constructor de una voluntad colectiva, que concibe a una patria compuesta por muchas fuerzas. En definitiva, un político que convivió y se abrazó con los aborígenes.
Porque San Martín te espera
Al sur de Mendoza, en el fuerte de San Carlos, San Martín celebra una larga reunión con los indios pehuenches. Desde que Mitre escribe sobre ese encuentro –y lo transforma en una trampa-, se han sucedido los intentos de dar con su significado. A la vez, a la figura de San Martín el liberalismo romántico la recortó en tensión con Bolívar, desechando lo que desentonara.
Septiembre de 1816. Desde Mendoza San Martín parte hacia el sur, hacia el fuerte de San Carlos donde mantendrá un parlamento con los indios pehuenches que habitan desde largo la región. Antes de imaginarlo con Falucho y gesto adusto, advirtamos que San Martín aún no es quién va a ser. Hace 4 años que volvió a estas provincias americanas después de una ausencia de casi 30. Ya ha triunfado en San Lorenzo pero poco se recordaría ese combate de no haber sido por el cruce de los Andes, por las batallas de Chacabuco y Maipú. Además, se impone la impresión de que en el Ejército del Norte fracasó sin librar una sola batalla. Por eso se señala que al gobierno de Cuyo parecía haber ido para “eclipsarse” (V.F.López). Pueyrredón, su aliado desde Buenos Aires, le escribe que tiene ajustado el itinerario a Carmen de Patagones “para irme si no salimos bien en la empresa de Chile.”
En efecto, es el cruce lo que está preparando San Martín. Será majestuoso, sublime, pero esta travesía de 30 leguas hasta el fuerte de San Carlos, a similar distancia del de San Rafael, es chata. Mitre: “El día señalado los pehuenches en masa se aproximaron al fuerte con pompa salvaje, al son de sus bocinas de cuerno, seguidos de sus mujeres, blandiendo sus largas chuzas emplumadas. Los guerreros iban desnudos de la cintura para arriba y llevaban suelta la larga cabellera.” Contrastan con “la apostura correctamente marcial” de los granaderos. Lleva regalos San Martín: aguardiente, vino, dulces, telas, arneses, víveres, bordados. Comienza la asamblea. ¿El objetivo? Obtener el permiso de los caciques para pasar por ahí a Chile; sumarlos, a su vez, como proveedores de la expedición. Sellada la amistad “se entregaron a una orgía –fiestas báquicas dice Ricardo Rojas- que duró 8 días consecutivos”. Al sexto San Martín vuelve a Mendoza.
Suficiente, porque la escena roza los excesos que, según nuestros liberales, sólo le corresponden a los caudillos federales. Aclara Mitre que todo fue engaño, tramoya. Conocedor de la “natural perfidia” de los indios, el “astuto general” se quiso servir de su segura traición: los pehuenches le comunicarían la noticia del cruce por esos pasos al gobierno español de Chile, mientras él lo haría más al norte. Rojas, en El santo de la espada de 1933, duda de la interpretación de Mitre. Afiliado al radicalismo después del golpe contra Yrigoyen, se inclina a pensar que San Martín buscaba una verdadera alianza; en un encuentro posterior en El Plumerillo incluso se le escuchó decir “Yo también soy indio”. Leonardo Favio le anduvo dando vueltas a una película sobre San Martín. No es Moreira entre los indios, tampoco Mansilla, pero esos seis días valen mucho.
Un año después del cruce de los Andes y de Chacabuco, la revolución en Chile vuelve a tambalear como efecto de la derrota de Cancha Rayada. Se llega a decir que San Martín se ha suicidado. Cuando está de vuelta en Santiago, lo rodea la población desconsolada y en el discurso que improvisa exclama que “la patria existe y vencerá”. Se le acerca un roto y, aunque sus colaboradores intentan impedirlo, se abrazan. Otra vez Mitre dice que es por conveniencia, puro cálculo. Para que no haya confusiones, la película de 1970 que lleva el título del libro de Rojas corrige a Mitre, señal del empobrecimiento de esa tradición: “Vuestra Patria existe y vencerá”. Con el roto apenas se miran, sin abrazo.
¿De qué nos privan Mitre y la película El santo de la espada al deprimir estas amistades? Si seguimos a Rojas, de entender que la revolución no le había dado la espalda a los indígenas. De la perspectiva americana que movió a nuestros revolucionarios señala con razón Galasso, que aborda en toda su complejidad el asunto. Añadimos que nos impide pensar a San Martín como a un político en su acepción más cierta, como al constructor de una voluntad colectiva con la que se identifica.
Sarmiento traza un apretado y valioso retrato de Bolívar. Más allá de la cuna y de la educación, es un caudillo que se entiende con sus llaneros; padece derrotas, se dispersan sus hombres y vuelve a reunirlos. En la línea de Facundo, sugiere, en Bolívar está América. San Martín es un general europeo, que sólo sabe manejarse con ciencia y disciplina. “No fue un caudillo popular”. Da en una tecla correcta pero es injusto con estas dos escenas que algo distinto dicen.
Por los senderos del Libertador es un documental de Jorge Cedrón, en las antípodas de El Santo de la espada. Se estrena un año después, con la venia de autoridades del gobierno de facto que no imaginan que están aportando dinero para financiar Operación Masacre. El documental arranca donde termina la película que protagoniza Alcón, con la partida definitiva de San Martín a Europa. Pero en 1971 hablar del exilio de un líder político es hablar también de Perón. Impensable que Perón no vuelva. Todo lo hace para volver y arriesga hasta ensuciarse. Hasta aquí el problema de San Martín era Mitre, su principal intérprete, que en otra ocasión que se aproxima al desmadre –después de la conferencia de Guayaquil, Bolívar baila desenfrenadamente- le hace decir: “No puedo soportar este bullicio. Vámonos”. Con 46 años San Martín se va y no vuelve. Se retira del mundo. Según Rojas, y deja de conformarnos, es su “ascensión espiritual”.
¿Qué vio San Martín que lo alejó de estas provincias? Dice Rojas que a la Gorgona la vio cuando una multitud en Cádiz despedazó al general Solano que se resistía a combatir a los franceses. Héctor A. Murena, en la coyuntura del año sanmartiniano, intentaba entender al peronismo, antes que Walsh. Propone que San Martín vio y entendió como pocos a las fuerzas que se agitaban en la Argentina. Pero retrocedió. Murena, casi un réprobo del pensamiento argentino, sugiere que, de haberse involucrado de lleno en las guerras civiles y la política del siglo XIX, habría encauzado de la mejor forma a las fuerzas de la nación. No es esto lo que hoy nos preocupa; sí volver a encontrarnos con San Martín y hacerlo por fuera de las prevenciones de Mitre.
Fuente: Telam