La violencia estética contra la mujer en la relación de pareja va a concretarse en disimulados discursos cargados de hostilidad; el hombre la avergüenza, critica su imagen y apariencia física.
Las expectativas y exigencias estética colocadas sobre las mujeres sin dudas siempre han sido mayores que en los hombres, o como bien afirmase el sociólogo francés Gilles Lipovetsky en su libro La tercera mujer: “la belleza no tiene el mismo valor en el hombre que en la mujer”.
Esta situación comienza a hacerse evidente en la adolescencia cuando a las chicas a través de los discursos de las madres, amigas, compañeras, pero también de aquellas recomendaciones y tips en programas y revistas juveniles le son transmitidos mensajes que apuntan a legitimar la idea de que la seguridad y reconocimiento social de la mujer depende de su belleza por lo cual deberá explotar determinados atractivos, la coquetería y el sex-appeal como recurso en la competencia con otras jóvenes por el “amor” y reconocimiento del hombre.
Este hecho ha favorecido el establecimiento de la belleza como el principal elemento constitutivo de la identidad y valoración femenina, además de ello ha contribuido a la estetificación de las relaciones sociales; es decir, lo estético habrá de posicionarse como criterio máximo en el proceso de selección, establecimiento y mantenimiento de la relación amorosa puesto que desde una perspectiva Frommtiana una mujer o un hombre atractivos son los premios que toda persona quiere conseguir.
Este imaginario social se ha consolidado por el bombardeo en los medios de una imagen manipulada de las mujeres ya sea por la mano de la cirugía estética o de las maniobras digitales. Es en este contexto que el hombre -quien también ha sido socializado desde la infancia con la imagen de una mujer ficticia- espera a la “mujer ideal”, la cual deberá responder a los criterios estereotípicos de belleza definidos socialmente y que le ha sido prometida como compañera de vida por la industria mediática y fílmica.
No obstante, el sujeto al enfrentarse a la realidad imperfecta del cuerpo humano, el suyo propio y el de su “objeto amoroso” se siente defraudado, reclama a la sociedad esa muñeca de perfectos rasgos y medidas exactas que le ha sido prometida manifestando su frustración en la frecuente descalificación y humillación de su pareja.
Este tipo de violencia será generalmente invisibilizada y obviada al considerar que la violencia es solo aquella de carácter físico, sin embargo, la violencia estética contra la mujer va a concretarse en disimulados discursos cargados de hostilidad; el hombre avergüenza a la mujer, critica con ahínco su imagen y apariencia física, su modo de vestir, de peinar, de maquillarse; la anula, desprecia su cuerpo, sus formas, volumen, la descalifica y ridiculiza -en privado o frente a otros- pues desde su perspectiva el cuerpo de la mujer no responde a su expectativa.
Además de ello, el hombre frente a su inconformidad le exige, promueve e induce a la mujer a la modificación estética y corporal a través de dietas, cirugías, restricciones alimentarías y todo el conjunto de elementos constitutivos de la tiranía de la belleza; exigencia que además estará justificada y apoyada sobre el argumento del fortalecimiento de la relación amorosa y del autoestima de la mujer.
Ahora bien, ¿Cuántas de ustedes queridas lectoras se han enfrentado a este tipo de violencia? ¿Cuántas de ustedes han sido llamadas gordas, feas o viejas por no parecerse a lo que los medios le muestran a los hombres? ¿A cuántas de ustedes su pareja les ha “sugerido” realizarse algún procedimiento estético que les permita mejorar su aspecto físico?.
Fuente: contrapunto.com