Los conocidos jóvenes de San Carlos habían partido a Perú y al parecer una avalancha los sorprendió cuando escalaban el nevado Tocllaraju de 6,034 metros de altitud.
Altura Eterna
No deja de doler, de sorprender, de cuestionarnos. La mala noticia llegó el jueves 11 de julio, pero no se sabe bien cuando pasó en realidad. Los abrazos, las lágrimas, la intriga, las especulaciones e hipótesis se fueron multiplicando.
Lo peor de la vida, saca al mismo tiempo lo mejor de nosotros. Familiares, amigos/as, vecinos, conocidos y demás gente del pueblo, estirando su mano, ofreciendo su oración, solidarizándose.
Es muy fácil de explicar, pero muy difícil de entender que aquello que te mueve, apasiona, inspira, lo que te quita el sueño; aquello a lo que más dedicación le has puesto, lo que más alegrías te dio, lo que te hacía brillar los ojos y aflorar la mejor sonrisa, también pueda, en un suspiro, quitarte la vida, de una vez y para siempre.
¡Tantas veces subieron a los techos de piedra más altos porque ahí se sentían plenos! ¡Tantas horas, esfuerzos y sacrificios buscando altura! Esa altura que regocija, que premia, que llena eso que llamamos alma, espíritu, corazón… o vida.
Son cientos las anécdotas que desde sus círculos cercanos aparecen. Muchas de ellas de hazañas casi imposibles como subir el Maipo en el día o alcanzar la cumbre del Pirca en una mañana mientras otros tardaron todo un día. Eso marca que los seguirán considerando como unos “grosos” en serio.
Muchos los recordaremos también por la entrega solidaria que desde el Club Andino San Carlos hicieron por los pibes y pibas del lugar. Enseñando un deporte muy difícil, regalando conocimiento y pasión. Llevando a mucha gente a conocer lugares que ni siquiera sabían que existían o cumpliendo el sueño de subir montañas, participar de un torneo de escalada, cargar una mochila verdadera o dormir en una bolsa cama por primera vez en su vida.
El consuelo de saber que la vida se les fue haciendo aquello que amaban, aminora un poco el dolor, pero no alcanza. Los gestos de solidaridad, amor, respeto, cercanía y ánimo conmueven y dan fuerza.
El recuerdo de saberlos activos, lleno de proyectos, de iniciativas, de luchas, hace que la idea de imaginarlos sin vida parezca imposible. Una vida mirando al oeste, una vida subiendo a los cielos no se termina, continúa en los recuerdos, en los pibes, en la familia, en los amigos, en los colegas, en las piedras, sogas, mochilas y cumbres que vendrán. Hasta siempre.
Juan Jofré
“Carta inesperada para mi hermano”
Nos creíamos inmortales en las aristas de aquellos nevados mundos que atravesamos. Cuantos millones de veces debatimos sobre el sentido del vivir en este sistema de mierda. Los dos manteníamos ese sueño de cambiar las pequeñas cosas de nuestros alrededores.
Más de quinientas veces me desvele en esa carpa amarilla. Nunca fue por dolor de cabeza, falta de oxigeno o incomodidad, al contrario, era porque te sentía cerca mío despertándole al día de cumbre. Lo primero y esencial que hacías era darle bomba a ese calentador de bencina, y luego te ponías a cantar a gritos debajo de la bolsa de dormir. Todo aquello fueron locuras que muy pocos interpretarán.
Sabíamos muy bien que vivíamos al horno. Que bailábamos jugados sobre la pared a unos 20° bajo cero.
Solo nosotros entendimos ese ajedrez de verduras contra monedas. Ahora sí, al recordarlo bien varias veces los juegos quedaron empatados por el tiempo (… ya sabíamos que vos eras el REY NEGRO). Esta vuelta hermano te cuento que he quedado en “jaque”. El juego del destino se muestra ilusamente molesto para uno.
Además, al volver la vista sobre las fotos me doy cuenta que ya llevaba unos 4 meses extrañándote. Me cansaba de hablar de vos y de tu talento. Hasta me animé a repetir tu frase… “buena vida”.
Que loco viejo, tomaste por el camino corto en dirección hacia mi corazón. Caíste como esas tantas noches que reinventamos el pueblo. Hoy queda en mi un sinfín de enseñanzas, anécdotas, risas, aventuras y esos álbumes fotográficos que armábamos en las media tarde de montaña, sin más idea que buscar un crecimiento personal y sortear esas horas esperando la puesta del sol.
Andas adelante mío. Seguimos siendo “compañeros de cordada”. Seguimos dándolo todo para que el otro salga a la cumbre. Sé que estas arriba mío. Esta vez subiste muchísimos más alto.
Por aquí recorrí unas siembras con mis pies descalzos en la tierra. Mi cuerpo se transformó en una sola gota de lágrimas. En una sola imagen tuya. Al regresar veremos los frutos que nos depara la vida para quienes como vos y el pata decidieron hace rato salir a encontrarlo.
No sé cómo llamarte en la oscuridad, te quiero decir; Nato, guaso, loco, chabón, Miguel, Carmelo, Dan y miles de modismos por lo que atravesamos. Te cuento que tengo un dolor muy grande. No logro asimilarlo. Se me es imposible. Te quiero tanto que te veo en mis manos, en los abrazos, en los delirios que mantuvimos en pie.
Sé que charlamos de este tema que nos compete. Por eso hermano no te voy a fallar, continuaré la ruta. Pero te debo decir que ya armé ese espacio en la mochila donde necesito que vengas conmigo. Mantengo aquellos planes en la cabeza, tus sueños los llevo en mis ojos. ¡Vamos viejo! Sonreí que viene un porteo más duro. Me debo a ti y a esa amistad que se reencarno con las horas de felicidad y peligro.
Un abrazo desde Oaxaca a donde te encuentres. No deseo ver tristeza en mí pero me estaba sumergiendo en tu modo de hablar. Te dejo un abrazo grande como el que nos dábamos en las cumbres.
Tu hermano de ilusiones desmedidas. El Negro
PD: ¡Espérame un toque y dame cuerda! Báncame un segundo que tiro la piedra que detiene la rueda del auto. Aquella piedra si no mal recuerdo tiene olor a tu casa. La veo resistente y cálida. Además la encuentro en el interior de mi pecho zapatero. Te dejo mis cariños. Te dejo un beso. Cuídate.
Sebastián Quiroga
Amigo de la infancia y de la montaña de Natalio Funes (se encuentra de viaje por México hace 4 meses)
Carta a un amigo…
Conocí al Leo allá por el 2002, venía a Mendoza para las salidas de la Escuela de Guías y trabajaba como porter en las temporadas de Aconcagua. Cayó a casa, donde vivíamos con otros amigos en la ciudad de Mendoza.
Desde aquel momento han pasado 10 años, pero parece que fueron 100. Luego terminó la Escuela, volvió a Lago Puelo y solo nos veíamos en las temporadas de Aconcagua. Cada vez que nos encontrábamos, parecía que la última vez había sido ayer.
Los años pasaron y en el 2009 un nuevo proyecto de vida nos volvió a reencontrar. Imposible olvidar el día que llegaron de la Patagonia junto a Dani, su mujer, en el Falcon 69 que se caía a pedazos, cargado de sueños y trastos hasta el último rincón. En ese auto no entraba ni un suspiro, habían viajado más de 1400 kilómetros, llegaban a San Carlos para echar raíces y plasmar un nuevo sueño.
Aquí comenzó a ser “el Patagonia” o “el Pata”, como le decían los amigos. Durante el verano trabajaba como guía de montaña en Aconcagua y durante el invierno se dedicaba a la construcción, era un carpintero increíble. Hacia unos techos impresionantes y era un pésimo albañil!
En sus proyectos constructivos nunca era suficiente, siempre había algo más que debía hacer para que fuera perfecto, por supuesto que la mayoría de las veces los proyectos quedaban inconclusos bajo una excusa. “Ahora lo dejamos así, cuando yo vuelva lo terminamos”, decía acompañado de una sonrisa compradora.
Comenzó a construir su casa y a organizar las cosas en su lote. El primer año hicieron la huerta arando la tierra con el Falcon, había una energía increíble en esa pareja del sur, un empuje contagioso que al poco tiempo se plasmó con la llegada de Helena, un verdadero regalo del cielo.
También era un excelente deportista, no entrenaba, el duro trabajo de la construcción lo mantenía en un estado físico increíble. Escalaba cada vez más fuerte, daba envidia verlo hacer los pasos más difíciles con muy poco esfuerzo.
Al poco tiempo de llegado, ya estábamos trabajando en la construcción del Club Andino, desde el contrapiso hasta las paredes del muro. Siempre dispuesto hasta la hora que fuera necesario.
Al año siguiente, vinieron las actividades del club, las clases de escalada, las salidas a la montaña, las competencias, en todo lugar donde estaba dejaba su sello, su forma de hacer las cosas, su forma de ver el mundo, soñaba con una vida en comunidad, la huerta, el gallinero y su fabriquita de cerveza.
Como guía de montaña, cautivaba a sus clientes alentando y motivando para que lograran sus objetivos, disfrutaba del éxito de los demás como si fuera propio.
La semana antes de partir a Perú, estuvo trabajando en casa, construyendo un mangrullo para el tanque de agua, por supuesto que no lo terminó. Pero ambos sabíamos que iba a ser así!
Durante esos días, hablamos un montón de cómo vivir la vida, cómo incorporar nuevos proyectos para el Club, cómo burlar el sistema para poder llevar adelante los sueños, en fin, la gran pregunta era hacia dónde nos llevaría esta búsqueda. Creo que el Pata ya tiene la respuesta! Después de la tristeza tan profunda, percibo sus ganas de vivir y de hacer en cada suspiro. En cada bocanada de aire el universo se ha rebalsado de su ser.
Gracias amigo
Gerardo Castillo