Un barrio obrero, una orquesta infantil, un canal de televisión y una radio, un centro de alfabetización, unos telares, fotos caseras… Y todo en el mismo lugar, por el mismo precio.
Hicieron una cruz de sal en un rincón del patio la casa para que no lloviera. No creen estas mujeres en cuestiones especialmente celestes, pero en verdad hicieron la cruz y miraron al cielo como si imploraran, aunque sepan que la sabiduría brota de la tierra y que jamás desciende, pero, bueno, igual hicieron la cruz de sal, como si fuera una picardía, un acto de empatía barrial con lo más profundo de los misterios de la vida.
La casa es un lugar, digamos, santo: fue espacio para ollas populares a principios de siglo, después fue comedor comunitario por empuje del cura Jorge Contreras y ahora es un centro de actividades educativas en el que hay, entre varias cosas, una orquesta infantil, un canal de televisión popular, una radio comunitaria, un espacio para procesar fotografías y desplegar artes plásticas, talleres de alfabetización y, sobre todo, un enclave para el desarrollo de la educación y de la cultura popular en pleno pecho del barrio La Gloria de Godoy Cruz.
Digámoslo una vez más, aunque hartemos ya de tanto y tanto decirlo y aunque se enojen los que siempre se enojan: el barrio La Gloria es un barrio obrero, de hermosas gentes laburantes, en su amplísima mayoría, como todos los barrios obreros de la provincia.
Lo es, aunque apenas lo conozcamos cuando los medios de comunicación muestran algún hecho de violencia social en sus calles, donde se nace, sí, pero también donde se muere, a veces, como en todos los barrios y en todas las calles y en todos los rincones.
Y donde, por estas cosas propias de la vulnerabilidad social, todos los males quedan a la vista y todas las virtudes parece que no le importaran francamente a nadie.
Estábamos diciendo que hicieron una cruz de sal en un rincón del patio, atrás de donde armaron un arenero, cerca del columpio, pegado a la cisterna, casi a la sombra de un árbol, uno de los dos árboles que hay en el patio del lugar.
Karen y Dede la hicieron porque estaba por llover feo y resulta que estábamos de fiesta y el asunto se hubiera puesto peludo si empezaba a caer agua. De aquí, el ritual: esa ceremonia sin verdad, como la religión y el poema y el amor.
Era así la mano: el Centro de Actividades Educativas del barrio La Gloria se disponía a cerrar un año de mucho trabajo, con cientos de niños de este barrio y los barrios vecinos y no era cuestión de que, en medio del concierto de la orquesta, por ejemplo, cayera una tormenta que arruinara violines, flautas traversas, contrabajos y clarinetes y nos dejara a todos como pollos mojados, siendo que estábamos tan contentos.
El CAE 329 de la Gloria «Jorge Contreras» depende de la Dirección de Educación de Gestión Social y Cooperativa de la Dirección General de Escuelas y de la Asociación Coordinadora de Entidades Intermedias del barrio La Gloria, creada por el cura Jorge Contreras -aquel que se parecía a Dios- en 1997.
Dicen Karen Minasi, la titular del CAE, quien lleva veinte años apostando con su trabajo a cambiar la mirada sobre el barrio y a cambiar la mirada de quienes viven en él: Durante la crisis del 2001 comían en este lugar casi 1000 personas en lo que era el comedor comunitario del barrio. En el 2010 se presenta el proyecto para cerrar el comedor y abrir una escuela de educación popular, que ahora funciona a pleno, con muchas actividades para las familias de la zona.
Uno de los grandes aciertos fue incorporar la orquesta infantil del barrio, dirigida por Ignacio de la Rosa.
El grupo anduvo buscando espacio estable en distintos lugares del barrio -la iglesia, la sacristía de la iglesia, la escuela y hasta la plaza del barrio- hasta recalar aquí.
El viejo comedor es ahora una escuela de música, incorporamos también programas provinciales y nacionales, como el de alfabetización Yo sí puedo o Atajo, programa de acceso comunitario a la justicia y también actividades de la Sedronar, organismo responsable de coordinar las políticas nacionales de lucha contra las adicciones, aporta otra incansable trabajadora del CAE, Mary Perrone.
Volvamos a la fiesta.
Las chicas de La Gloria Tevé no se pierden detalle y todo lo filman. Han montado, incluso, su propio estudio, donde los invitados somos invitados a escribir un cartelito con un derecho a defender.
Este que escribe sin ser escritor elige escribir: Defendamos nuestro derecho a ser distintos de los demás (y de esto se trata, piensa, mientras mira en torno: de construir ciudadanía, comunidad, dignidad, justicia social, cultura, derechos, desde el lugar que a cada uno le toque, aunque seamos distintos, pensemos distinto, nos vistamos distinto, votemos distinto, hablemos distinto y, tal vez, seamos un poco distintos, jamás muy distintos).
Alguien, al pasar, como si fuera materia de todos los días, cuenta que los chicos van a editar un libro de fotografía estenopeica, mientras allá, en la cocina, las voluntarias -madres del barrio con más ovarios que la ostia- hornean pizzas y arman sanguchitos de miga con esas manos que evitaremos describir para no caer en los lugares comunes de lo divino, esos milagros del barro y de la sangre.
¿Qué imágenes mostrará ese libro? Las que regala el barrio, por supuesto, aquellas con las que conviven, aquellas que ellos mismos generan. Se trata, en este caso, de una búsqueda casi desesperada de otra forma de la belleza. Basta con ver algunas: esos son los mensajes que habrán de salvar al barrio del barrio: aquellas que dicen cómo en verdad son ellos, con sus miserias y maravillas.
Imaginen: hay sol y La Gloria está de fiesta: tocan los niños, canta el Gustavo Maturano, el taller de telar de Dede Bonoldi -con sus tejedoras a la vista- muestra sus bellas producciones, el Ale Rotta lee algún texto y, por aquí y por allá, hay varios trabajadores de lo social: Pablo Seydell, Chori Toledo, Sergio Ink, Natalia Brite, Patricia Lacave y los profesores a cargo de todas las actividades.
E incluso la radio hace un enlace con una favela de Brasil y los mensajes van y vienen. E incluso la biblioteca Popular Celador de Sueños, con el Pipo Arancibia a la cabeza, comparte zapatillas, nylon, libros y corazones de papel, que así son los corazones, de papel. E incluso una mamá voluntaria lee un poema propio, con rimas asonantes y palabras como panes, y pone a llorar a varios.
Después, no mucho después, lo de siempre: la tarde que tontea por los callejones del barrio y los grafitis en algún paredón implorando que no muera el rock y que viva el faso y el Tomba.
Sin embargo, el letargo de siempre se quiebra por una insólita imagen: ya casi doblando la esquina, una familia vuelve a casa y uno de sus niños carga su violín.
No encontraremos imagen más hermosa por el resto de nuestras vidas.
(Fuente: Diario Mdz Online / Ulises Naranjo)