Se refriega la cara para anunciarse despierto, ahí nomás se incorpora sobre sus huesos doloridos, cubre su humanidad y junta apenas una gavilla árida de coirón que va apretando entre soplidos contra las brasas de jarillas y el rescoldo del fuego de una noche que aún no termina. Pronto, entre la ronda de piedras en el fulgor nuevo, al agua del arroyo le nacen hervores que se borbotan en la ollita de fierro tiznada, mientras Don José ya apila la carona, los bastos, unos cueros sobados de oveja y las cinchas de trenzas crudas tras la cruz y sobre el lomo de su mula zaina, quien tintinea, como los puntos brillosos del cielo, las argollas del freno que tasca entre las muelas.
En la pirca, salvo las mulas y las vacas, todos duermen. Don José se llena de pan con grasa la boca entera, dos últimas chupadas hacen ruidos ásperos en el espacio entre la yerba húmeda y el agujero del mate. Mira la huella, repasa mentalmente el trayecto: piedras filosas, ascenso a las montañas, manchones de hielo, bajadas cansinas, acarreos de arenales, montes altos que le rasguñarán las botas, viento seco, cruce del río y de nuevo el ritmo de las herraduras contra los guijarros, las espuelas lloronas y el crujido de los aperos.
Sobre la zaina, entre el frío de las últimas sombras, como una esfinge de un arriero se recorta oscura la silueta del sombrero de ala ancha, el rostro grueso de Don José, la braza del tabaco cerca de sus labios mestizos y un cuerpo envuelto de poncho hasta la madera de los estribos. Sujeta bien las riendas y el cabestro, ata unos tientos sueltos, revisa que estén firmes las alforjas, pita el cigarro, sopla humo y vapor contra la brisa que se pasma de frío. Mira el cielo y después la huella, raspa en la barba el canto de la mano, apenas si agita las espuelas, afloja las riendas, chasquea la boca y el animal entiende enseguida que debe arrancar la marcha.
En la antesala de una esperanza cotidiana Don José inicia el camino de un ritual sagrado. Masca charqui en la cadencia de la cabalgadura que afloja a cada tranco la albarda enancada repleta de libros.
Al final de los infinitos senderos, tras cuatro horas, los cerros, el paso de la mañana sobre el agua torrentosa y el sol coronando las cumbres, doce alumnos esperarán los sueños del Maestro, quien ya va montado sobre su mula zaina.
Ricardo Nasif en http://la5tapata.net/don-jose/