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Hoy es el Día Internacional de Conmemoración en Memoria de las Víctimas del Holocausto

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Según investigaciones recientes murieron entre 15 y 20 millones de personas: judíos, testigos de Jehová, gitanos, homosexuales, y discapacitados, entre otros grupos, fueron víctimas de los nazis.

El 27 de enero de cada año la UNESCO rinde tributo a las víctimas del Holocausto. En esta fecha se conmemora la liberación en 1945 por las tropas soviéticas del campo de concentración y exterminio nazi de Auschwitz-Birkenau.

El Holocausto fue la persecución y el asesinato sistemático, burocráticamente organizado y auspiciado por el Estado de millones de judíos por parte del régimen nazi y sus colaboradores. «Holocausto» es una palabra de origen griego que significa «sacrificio por fuego». Los nazis, que llegaron al poder en Alemania en enero de 1933, creían que los alemanes eran una «raza superior» y que los judíos, considerados «inferiores», eran una amenaza extranjera para la llamada comunidad racial alemana.

Durante la era del Holocausto, las autoridades alemanas persiguieron a otros grupos debido a su percibida «inferioridad racial»: los romaníes (gitanos), los discapacitados y algunos pueblos eslavos (polacos y rusos, entre otros). Otros grupos fueron perseguidos por motivos políticos, ideológicos y de comportamiento, entre ellos los comunistas, los socialistas, los testigos de Jehová y los homosexuales.

Una reciente investigación a cargo del Museo del Holocausto de Washington estableció que las consecuencias del exterminio de judíos a cargo de los nazis durante la Segunda Guerra Mundial fue peor de lo que se pensaba.

En un adelanto de las cifras, publicado por el New York Times hace unos días, se establece que el número de centros de concentración asciende a 42.500; número que incluye 30.000 campos de trabajo forzado, 1150 guetos, 980 campos de concentración, unos mil centros de detención de prisioneros de guerra, además de unos 500 burdeles con esclavas sexuales y miles de lugares donde se aplicaba la eutanasia a ancianos y se realizaban abortos forzados.

Los volúmenes publicados por el Museo del Holocausto identifican entre 15 millones y 20 millones de víctimas del genocidio de judíos -así como gitanos, homosexuales, polacos o rusos-, una cifra que triplica los seis millones que se estimaban hasta la fecha.

En 1933, la población judía de Europa ascendía a más de nueve millones, y la mayoría de los judíos europeos vivía en países que la Alemania nazi ocuparía o dominaría durante la Segunda Guerra Mundial. Para el año 1945, los alemanes y sus colaboradores habían asesinado aproximadamente a dos de cada tres judíos europeos como parte de la «Solución final», la política nazi para asesinar a los judíos de Europa. Si bien las principales víctimas del racismo nazi fueron los judíos, a quienes consideraban el mayor peligro para Alemania, entre las otras víctimas se incluyen 200 mil romaníes (gitanos). Como mínimo, 200 mil pacientes discapacitados física o mentalmente, en su mayoría alemanes y que vivían en instituciones, fueron asesinados en el marco del llamado Programa de Eutanasia.

A medida que la tiranía nazi se propagaba por Europa, los alemanes y sus colaboradores perseguían y asesinaban a millones de otras personas. Entre dos y tres millones de prisioneros de guerra soviéticos fueron asesinados o murieron de inanición, enfermedades, negligencia o maltrato. Los intelectuales polacos no judíos fueron perseguidos y asesinados por los alemanes. Millones de civiles polacos y soviéticos fueron deportados para realizar trabajos forzados en Alemania o en la Polonia ocupada, donde generalmente trabajaban y muchas veces morían en condiciones deplorables. Desde los primeros años del régimen nazi, las autoridades alemanas persiguieron a los homosexuales y a otras personas cuyos comportamientos no se ajustaban a las normas sociales prescritas. Miles de oponentes políticos (incluidos comunistas, socialistas y sindicalistas), así como disidentes religiosos (como los testigos de Jehová), fueron perseguidos por oficiales de la policía alemana. Muchas de estas personas murieron como resultado de la encarcelación y el maltrato.

En los primeros años del régimen nazi, el gobierno nacionalsocialista estableció campos de concentración para detener a oponentes políticos e ideológicos tanto reales como supuestos. En los años previos al estallido de la guerra, los oficiales de las SS y la policía encarcelaban en estos campos a cada vez más judíos, romaníes y otras víctimas del odio étnico y racial. Para concentrar y controlar a la población judía y al mismo tiempo facilitar la deportación posterior de los judíos, los alemanes y sus colaboradores crearon ghettos, campos de tránsito y campos de trabajos forzados para los judíos durante los años de la guerra. Asimismo, las autoridades alemanas establecieron numerosos campos de trabajos forzados, tanto en el denominado Gran Reich Alemán como en territorios ocupados por los alemanes, para personas no judías a quienes los alemanes buscaban explotar laboralmente.

Después de la invasión de la Unión Soviética en junio de 1941, los Einsatzgruppen (equipos móviles de matanza) y más adelante, los batallones militarizados de oficiales de la Policía iban detrás de las líneas alemanas para llevar adelante operaciones de asesinato en masa de judíos, romaníes y oficiales del partido comunista y del estado soviético. Las unidades alemanas de las SS y la policía, con el apoyo de unidades de la Wehrmacht y de la Waffen SS, asesinaron a más de un millón de hombres, mujeres y niños judíos junto con cientos de miles de otras personas. Entre los años 1941 y 1944, las autoridades alemanas del régimen nazi deportaron a millones de judíos desde Alemania, los territorios ocupados y los países de muchos de sus aliados del Eje hacia los ghettos y los centros de exterminio, también llamados centros de la muerte, donde fueron asesinados en cámaras de gas diseñadas especialmente para tal fin.

Durante los últimos meses de la guerra, los guardias de las SS trasladaron a los prisioneros de los campos en tren o en marchas forzadas, también denominadas “marchas de la muerte”, en un intento por evitar que los Aliados liberaran a grandes cantidades de prisioneros. A medida que las fuerzas aliadas se trasladaban por Europa en una serie de ofensivas contra Alemania, empezaron a encontrar y liberar a prisioneros de los campos de concentración, así como a los prisioneros que estaban en el camino en marchas forzadas desde un campo hacia otro. Las marchas continuaron hasta el 7 de mayo de 1945, el día en que las fuerzas armadas alemanas se rindieron incondicionalmente a los Aliados. Para los Aliados occidentales, la Segunda Guerra Mundial finalizó en Europa oficialmente al día siguiente, el 8 de mayo (día V-E), mientras que las fuerzas soviéticas anunciaron su “día de la victoria” el 9 de mayo de 1945.

Después del Holocausto, muchos de los sobrevivientes encontraron refugio en los campos de refugiados que administraban las fuerzas aliadas. Entre 1948 y 1951, casi 700 mil judíos emigraron a Israel, incluidos 136 mil judíos refugiados de Europa. Otros judíos refugiados emigraron a Estados Unidos y a otros países. El último campo de refugiados se cerró en 1957. Los crímenes cometidos durante el Holocausto devastaron a la mayoría de las comunidades judías de Europa y eliminaron totalmente a cientos de comunidades judías de los territorios ocupados de Europa Oriental.

Testigos de Jehová: víctimas de una intensa persecución bajo el régimen nazi

Los Testigos de Jehová fueron víctimas de una intensa persecución bajo el régimen nazi, debido a que se negaban a aceptar la autoridad del estado por sus conexiones internacionales y porque se oponían con vehemencia tanto a la guerra en nombre de una autoridad temporal como a un gobierno organizado en temas de conciencia.

Transcurridos sólo algunos meses desde el momento en que los nazis tomaron el poder, los gobiernos regionales, en primer lugar los de Baviera y Prusia, comenzaron la ofensiva en contra de los Testigos de Jehová interrumpiendo sus reuniones y saqueando sus oficinas locales para luego ocuparlas. El 1 de abril de 1935, el Reich y ministro del interior prusiano ordenó a los oficiales locales a cargo disolver la Sociedad de la Atalaya.

Muchas de las acciones de los Testigos de Jehová suscitaban el antagonismo de las autoridades nazis. Los testigos sostenían que eran apolíticos y que sus acciones no estaban en contra de los nazis, pero el hecho de no estar dispuestos a realizar el saludo nazi, ni formar parte de las organizaciones del partido o permitir a sus niños formar parte de la Juventud Hitleriana, su negativa a participar en las denominadas elecciones o plebiscitos, y su negativa a adornar sus hogares con las banderas nazis los hacían blancos de sospechas. Una unidad especial de la Gestapo (policía secreta del estado) creó un registro de todas las personas sospechadas de ser Testigos de Jehová. Los agentes de la Gestapo se infiltraron en las reuniones de estudio de la Biblia. Si bien los Testigos de Jehová como tales no estaban prohibidos, muchas de las actividades básicas para el ejercicio de su fe se volvieron progresivamente blancos de ataque. Sobre todo, las autoridades trataron de prohibir la distribución de publicaciones, que se producían en forma local o que se ingresaban de contrabando de otros países en grandes cantidades, y que para los nazis eran claramente subversivas.

Cuando en marzo de 1935 se restableció en Alemania el servicio militar obligatorio, el conflicto con los testigos se agudizó. Por negarse a enlistarse o a realizar tareas relacionadas con la actividad militar y por continuar con las reuniones ilegales, se incrementaron los arrestos de Testigos de Jehová, quienes eran juzgados por las autoridades judiciales y encarcelados en prisiones y campos de concentración.

En 1939, un número estimado en 6.000 testigos (incluidos algunos de Austria y Checoslovaquia) estaban detenidos en prisiones o campos. Otros huyeron de Alemania, continuaron con sus prácticas religiosas en privado o bien las abandonaron por completo. Algunos fueron víctimas de torturas en un intento por hacerlos firmar declaraciones en las cuales renunciaban a su fe, pero pocos cedieron ante esta presión.

En los campos de concentración, todos los prisioneros llevaban marcas de distintas formas y colores para que los guardias y oficiales de campo pudieran identificarlos por categorías. Los Testigos de Jehová llevaban parches triangulares color púrpura. Aun en los campos, ellos continuaban con sus reuniones y sus oraciones, y las actividades misioneras para captar adeptos a su fe. En el campo de concentración de Buchenwald, crearon una imprenta clandestina y distribuían panfletos religiosos.

Las condiciones en los campos nazis eran duras para todos los prisioneros. Muchos murieron de hambre, por enfermedades, de agotamiento, por exposición al frío y por el trato cruel. Los Testigos de Jehová que estaban cautivos se mantenían en base al apoyo mutuo y porque creían que su sufrimiento era parte de su trabajo para Dios. Los testigos, en forma individual, dejaban atónitos a los guardias al negarse a realizar rutinas militares como pasar lista o enrollar vendajes para los soldados que peleaban en el frente. Al mismo tiempo, las autoridades del campo consideraban que los testigos eran relativamente confiables, ya que se negaban a escapar y no ofrecían resistencia a los guardias. Por esta razón, los oficiales y guardias de campo nazis utilizaban generalmente a los testigos como empleados domésticos.

De los 25.000 a 30.000 alemanes que en 1933 eran Testigos de Jehová, un número estimado en 20.000 continuó activo durante el período nazi. Los restantes huyeron de Alemania, renunciaron a su fe, o practicaron su fe dentro del ámbito familiar. De los que permanecieron activos, aproximadamente la mitad recibió condenas de un mes a cuatro años de prisión, con un promedio de 18 meses, en alguna oportunidad durante la era nazi. De los condenados o sentenciados, entre 2.000 y 2.500 fueron enviados a campos de concentración, de los cuales, entre 700 y 800 aproximadamente no eran alemanes (este número incluye alrededor de 200 a 250 holandeses, 200 austriacos, 100 polacos, y entre 10 y 50 belgas, franceses, checos y húngaros).

El número de Testigos de Jehová que murió en campos de concentración y prisiones durante la era nazi se estima en 1.000 alemanes y 400 de otros países, incluidos unos 90 austriacos y 120 holandeses aproximadamente. (Los Testigos de Jehová que no eran alemanes sufrieron un porcentaje de muertes considerablemente más alto que los testigos alemanes). Además, aproximadamente unos 250 Testigos de Jehová alemanes fueron ejecutados luego de ser juzgados y condenados por tribunales militares por negarse a prestar servicios en el ejército alemán.

(Fuentes: UNESCO http://www.unesco.org/

MUSEO DEL HOLOCAUSTO https://www.ushmm.org/

Infobae)