Nació el 4 de febrero de 1929, en Tunuyán, Mendoza. Tunuyán debería celebrar en ese día al arte del departamento. Es pintor, dibujante y grabador, y narrador, y crítico gráfico y coleccionista de emociones. Sus trabajos están ligados a nuestros grandes dolores, pero quién, como Goya, pintó el dolor es porque estaba clamando por la esperanza.
Carlos Alonso: Pintor con manos de pueblo
Seguramente debe emocionarse cuando escucha “Mañanitas de mi Tunuyán” de Jorge Viñas, porque él anduvo siendo niño por el espacio abierto al universo del Valle de Uco. No mucho, hasta los siete años, pero lo ojos niños suelen sacar fotografías imborrables. Después, sus padres lo emigraron a la ciudad de Mendoza. Siempre anduvo la imagen entre sus manos. Hasta en sus ademanes dibujaba.
Si usted puede acercar sus ojos a una exposición de Carlos, o a la reproducción de algunas de sus obras, no lo dude un instante. Va a encontrar ARTE con mayúscula, un tratamiento de la forma y del color que lo van a sorprender, y relatos pintados, gente que dice, circunstancias que claman, que gritan, que cantan, que, de alguna manera nos pintan a todos. Si usted puede acercarse a este mendocino, seguramente saldrá bulímico de orgullo.
Pequeña biografía
Como queda dicho, nació en Tunuyán. A los catorce años ingresó a la Academia de Bellas Artes (Gracias señora Academia por todos los talentos recogidos). Entre sus maestros estaban ramón Gomez Cornet (nada menos), y Sergio Sergi (nada menos de nada menos). En 1947 recibió el primer premio en el salón de estudiantes y en 1953 expuso en las galerías Viau de Buenos
Aires (no cualquiera). Con los pesitos juntados le apuntó a Europa. Expuso en París y Madrid. En Londres descubrió el acrílico que lo acompañó hasta ahora. En 1951 ganó el primer premio del salón de Pintura de san Rafael (Mendoza), el del salón del norte (Santiago del Estero) y el
de dibujo en el salón del norte (Tucumán). en 1957 fue el ganador del concurso convocado por la editorial Emecé para ilustrar la segunda parte de don Quijote de la Mancha y Martín Fierro
(1959), y dos años después obtuvo el Premio Chantal del salón de Acuarelistas y Grabadores de Buenos Aires. en 1963 se editaron en la Unión soviética unas tarjetas postales con imágenes
de «el Quijote». Para las ilustraciones eligieron a Gustave Doré, Honoré Daumier, Pablo Picasso y Carlos Alonso. Realizó múltiples exposiciones tanto individuales como colectivas
junto a otros artistas tales como Antonio Berni, Pedroni, Cerrito, Giovanni Bressanini, Monaco, Luis Videla, robirosa, Horst, etc.
Tras el golpe de estado de 1976 y la desaparición de su hija Paloma al año siguiente, Alonso se exilió a italia, y en 1979 se trasladó a Madrid. Dos años después regresó a Argentina, y a partir de ese momento realizó numerosas exposiciones: en la Galería Palatina
PINTAR CON EL PENSAMIENTO
Los cuadros de la niñez
La niñez nos marca. Todos lo sabemos. Hay imágenes capturadas por los ojos de niños que jamás nos abandonarán. En los ojos de Carlos, devolvedores de paisajes, muchas veces se pintó el miedo.
“Creo que es una atracción fatal, genética. Primero tengo una formación muy campesina y toda mi imaginería viene un poco de esos años entre los 10 y los 13 o 14, o antes quizás, cuando vivía bien en el campo y, si no vivía, pasaba con mis abuelos los tres meses de las vacaciones. Mis abuelos, que eran sicilianos e hijos de campesinos plantadores de naranjas, tenían una chacra en Tupungato, un rancho que ellos mismos hicieron con paja y barro. Ese es el origen y yo tengo muchos dibujos que provienen de esos terrores infantiles que son muy distintos a los urbanos, tienen otras connotaciones. Los aparecidos, la luz mala, los santones; había toda una imaginería que me tocó mucho y me produjo terrores infantiles. Después, cuando empecé a dibujar recuerdo esa tendencia muy natural a elegir esos momentos medios rotos, trizados, viscerales, momentos que no eran los académicos”
“En cuanto a aquellas escenas de la infancia, para un niño no eran algo tan espantoso; despertaban, más bien, una enorme curiosidad. Ahora soy abuelo por y veo a mi nieto, que descubre una flor y es como una fiesta; no habla, pero el rostro, los brazos y su expresión reflejan que vio algo asombroso. O cuando le mostramos la luna llena por primera vez. Me miraba como diciendo: “¡Pero te das cuenta, lo que es esto!”. Esa escena lo marcará, o al menos empezará a ser suya, a ser parte de él. Si busco en mi propia raíz, siempre pensé que la injusticia es uno de los motores que me producen necesidad de respuesta. Eso, que no pertenece al plano específico de la pintura, siempre me provocó reacciones que determinaron mi espacio y mi camino”.
Cuando el odio se pintó de verde
Comprometido hasta la médula, el país nunca le pasó al lado, le pasó por el centro. La prepotencia viajaba en Falcon Verde, Carlos estaba en su mira.
“La noche entre el 23 y el 24 de marzo de 1976, nos encontrábamos reunidos en mi taller de la calle Esmeralda Hamlet Lima Quintana, Armando Tejada Gómez y el pintor Enrique Sobisch. Seguíamos por radio los acontecimientos del nuevo golpe de Estado. No imaginábamos esa noche cómo iban a cambiar nuestras vidas. Lo supimos a la mañana siguiente, cuando apareció muerto nuestro entrañable amigo, el editor Alberto Burnichón, que fue secuestrado por un grupo paraolicial junto a su hijo menor. Tiempo después, recogí el testimonio del hijo, que fue trasladado con él en el mimo Ford Falcon. Recordaba que su padre, durante el trayecto, increpaba con furia a los raptores, diciéndoles en la cara que eran unos «cobardes mal nacidos» y unos «sanguinarios asesinos». Les exigía, además, que dejaran en libertad a su hijo, que era menor de edad. Increíblemente, logró que dejaran al pibe en un descampado. Alberto Burnichón fue asesinado esa misma noche y arrojado a un pozo en la localidad de Mendiolaza, provincia de Córdoba. A partir de este crimen supimos cómo sería la muerte que nos estaba destinada por el Proceso.
A los pocos días recibí en mi estudio la visita de dos personajes que, munidos de una carpeta mugrienta, con fotografías de indocumentados, se presentaron como funcionarios de migraciones. Mientras uno me mostraba hoja por hoja la carpeta para que yo reconociera a alguno, el otro husmeaba por mi taller. Luego de haberme informado sobre la falsedad del procedimiento, decidimos con mi familia dejar el estudio e irnos a dormir al departamento que nos facilitó un amigo. Teresa, mi mujer, estaba en el último mes de su embarazo y yo preparaba la muestra «El ganado y lo perdido», que se inauguró en Art Gallery por esos días, con amenaza de bomba y desalojo de la galería incluido. Mi hijo Pablo nació el 12 de abril y un mes después decidimos salir del país. Esa mañana tomamos un taxi hacia el aeropuerto de Ezeiza. En la vereda de Esmeralda y Paraguay, quedó saludándonos, con los brazos en alto, mi hija Paloma”.
Fue la última vez que la vi.
“Yo estuve paralizado bastante tiempo. Ante cosas como esas hay una pérdida de confianza en la humanidad. Un poeta decía «el asesino desequilibra la naturaleza» y es así, desequilibra la propia naturaleza y lo que uno entiende como equilibrio general del comportamiento. Hay un nivel de crueldad, de salvajismo, de canibalismo en los militares que desorganiza la naturaleza y nos desorganiza. Por mucho tiempo. De alguna manera aún no nos curamos. Yo no me curaré más, pero la sociedad todavía no se cura. Todavía está enferma, está herida de ese genocidio. Y será también con el arte que se va a elaborar el remedio. Será a través de enfrentarnos muchas veces con el hecho, de analizarlo, de vivirlo, de sufrirlo, de reproducirlo, de pintarlo, de escribirlo, de filmarlo”.
“Tragedias donde el corazón nunca se cura. De ahí en adelante el mundo es otro, uno es otro, todo el resto es otro”.
La infección del temor
“Le temo a no poder. Porque es muy difícil saber cuántas reservas tiene uno para enfrentar ese golpe. Esas situaciones límite son verdaderamente tan límite que no se pueden imaginar. Actuás como reacciona todo tu ser en ese momento. Con cobardía, o con valentía o con audacia o con violencia o con parálisis. Es un misterio. Y no frente al deterioro. El deterioro es un deterioro de la calidad que tiene la vida. A mí se me han muerto muchos amigos, entonces mi vida se ha deteriorado enormemente. He perdido diálogos, he perdido poesías, he perdido abrazos, he perdido todos aquellos ojos para los que pintaba”
Paloma sin alas
Paloma tenía vuelo, Paloma tenía estructura de ángel. Un día se la llevaron, los monstruos con charreteras. El corazón de Carlos ya no fue el mismo. Se arrugó de ausencia, comenzó a latir sin sangre. Solo la pintura podía conversar con él. Entonces aparecieron las más hermosas imágenes del horror. La realidad pintada con acrílico y gritos. La pintura de las lágrimas. Paloma militaba en la Juventud Peronista con toda la esperanza puesta en un país más justo, más de todos. Se la llevaron en junio de 1977. Las investigaciones de la Conadep no lograron ubicarla en ningún centro de detención. Carlos viaja hacia el exilio, primero Italia, luego Madrid, pero siempre la Argentina en el pensamiento diario, ese que se miente cercanía. En 1982 no puede más. El país ya había resuelto sacarse la lacra de encima, se asomaba la democracia. Pero Carlos, enamorado de Buenos Aires descubrió otro amor, sin asfalto y sin cemento.
Unquillo
“Cuando volví del exilio, con Teresa, mi mujer, y mi hijo menor, Pablo, Buenos Aires tenía una carga diabólica bastante manifiesta, se había transformado en algo mucho más gris, triste, con gente mucho más desconectada entre sí. Ahí estaban todos los miedos, las reservas, las precauciones que había que tener para los encuentros. Y, además, la sensación de los asesinos caminando por la calle era muy fuerte. Así que pensé que este lugar chiquito, perdido entre las serranías, Unquillo, era apropiado para mascar y elaborar mi propia tragedia personal. Fue una buena elección, me sirvió para recuperar el trabajo, para volver a encontrarme con elementos de la pintura que incluso nunca pensé que me pertenecerían. El paisaje, por ejemplo, que siempre sentí ajeno, resultó una forma de reencontrar salud y elementos de la pintura con vivacidad, encantamiento, sustancia, materia. Unquillo significó fundamentalmente un retiro, un silencio, un sitio pequeño que recupera mi principio campesino, la naturaleza, el manejo de los tiempos, pautas de mi existencia de niño, el momento de sembrar, el momento de cosechar, las no urgencias, se podrá cambiar todo menos los nueve meses de embarazo, decía un poeta”
La persistencia de Paloma
Pero cómo sacarse de encima el horror vivido, la ausencia de ese ser con el que andaba cielos desconocidos. Volver no significa perder el pasado. El pasado es una pintura rupestre que todos los días vuelve a brotar en los frisos de la caverna. Carlos tenía una Paloma de vuelo ausente en el alma, y también en las manos.
“A partir de mi vuelta pensé que era algo que debía hacer, en algún momento. Lo intenté durante años. Creo que al primer dibujo de la serie Manos anónimas lo hice en 1986. La sensación de parálisis era muy profunda. Fue muy difícil sobreponerse, incluso pictóricamente. Sobre todo por esa convicción de que no quería que cambiara de materia ni que se transformara “en un motivo estético”; quería que las circunstancias quedaran como estaban. Como si al pintarla comenzara el olvido. Para mí. Y al mismo tiempo, al menos ésa era mi aspiración, y no digo que lo haya logrado, era como empezar a integrarla a la memoria colectiva. La lucha entre hacerlo y no hacerlo fue importante. Está, además, lo difícil que es tocar esa materia cuando uno está involucrado. A El matadero o a la serie de Lo ganado y lo perdido podía hacerlo como una forma de militancia, de participación, pero esto era de la más profunda intimidad. Los primeros dibujos eran muy pequeños y de ahí fui tratando de crecer, porque a partir de ese momento mi vida tenía sentido si podía reflejar, incorporar a mi trabajo y a la memoria colectiva esas pinturas. Todo lo que hice fueron pequeños estudios, bocetos, y algunos pocos cuadros. Uno de ellos está en La Habana, un tríptico, el único que realmente logré”.
La belleza del horror
Entonces es lógico que la violencia, el horror, se le meta en sus obras, lo viva sangre adentro y pincel afuera. La obra no puede renunciar a su creador, la obras es como su creador. Poco sabemos del Shakespeare cotidiano, si tenía insomnio, si le gustaba cantar, si se emborrachaba con wisky de segunda, pero conocemos su obra, entonces, lo conocemos. Carlos y el dolor, Carlos y la violencia. –
“A pesar mío, diría. Soy todo lo contrario a una persona violenta. Desde pibe era una especie de componedor de relaciones, de diferencias. Ni soy ni fui un tipo violento. Pero la violencia es un sino argentino. Nací en el ’29, con el primer golpe. Yo diría que en mis cuadros la violencia está como forma de reflexión acerca de su capacidad destructora. Hay otro tipo de violencia, más estética; en mi caso apunta más a un exorcismo, a intentar borrarla. Siempre lo sentí así. Y sigue siendo indudable que después de El matadero, de La guerra del malón y del Proceso, seguimos aprendiendo sobre el dolor y la muerte. Siempre vamos detrás. Son las muertes violentas las que de alguna manera producen en la sociedad la necesidad de cambios, las grandes reflexiones y rebeliones”.
¿Puede una pintura que muestre el horror de un asesinato ser una bella pintura? Me veo en el museo del Prado, frente a la obra de los fusilamientos del 3 de mayo de 1808. Me veo durante una hora sin moverme contemplando el cuadro y me escucho decir: ¡Qué maravilla! ¿Es correcto? Si la obra muestra una muerte horrible ¿es correcto que yo me maraville con la obra?
“Pasa que la contradicción está implícita. Es indudable que al tratar la materia el autor tiene un disfrute, un placer. El placer del logro, la realización. En el crecimiento de una obra hay dificultades, tropiezos, fracasos, pero el hecho de poder hacerla confirma la propia capacidad y potencia y ahí hay un disfrute, sin duda. Y en el espectador se produce lo mismo; de pronto el encantamiento de la factura, de la realización de una persona en busca de lo estético, lo bien pintado, puede llevar a alguien a decir “qué magnífico” o “qué bello” sobre una escena que, en realidad, es una tortura de una embarazada. Se produce esta dualidad”.
“Recuerdo un hecho concreto cuando hice la exposición que se llamó Manos anónimas, en Palatina. Yo estaba entre la gente de la muestra y una señora miraba uno de los cuadros de la serie de las mujeres embarazadas cuya panza es pateada por una bota militar, y la mujer decía “Qué maravilla”. ¡¿Qué es la maravilla?! Se refería, seguramente, a la pintura, pero de todas maneras el comentario era un gran equívoco, estaba al borde de un equívoco insostenible. Insostenible para mí mismo. Ese era el conflicto que nunca resolví”.
Rutina de pinceles
.Carlos pinta y expone con una prepotencia de trabajo que asombra. La tarea es la del sembrador, todos los días mirar al cielo, todos los días hacer un surco.
“Trabajo todos los días de nueve a doce. Tengo un taller grande donde despliego las telas. Y abiertas, las telas me piden que avance. Después almuerzo, duermo una buena siesta, y por la tarde dibujo en mi casa, hasta la noche. A veces tengo insomnio, así que sigo dibujando después de cenar, y allí surgen los dibujos más turbios, más eróticos, más nocturnos, los dibujos de sonámbulo. Cambian mucho mis dibujos del día en relación con los de la noche”
Carlos pintado por Carlos
Sus cuadros son admirados hasta el paroxismo. Es requerido por famosas galerías, encumbradas salas, salones internacionales. Tener “un Alonso” es tener una joya, de las buenas, no de esas que se encuentran, por fortuna en la naturaleza, sino de las verdaderas, de las creadas por las manos de un hombre. Pero a veces lo que piensan los otros del artista no es lo que piensa el artista del artista. Un día dijo: “Pinto siempre, pero lo que hago me conforma cada vez menos”
“Bueno, no siempre fue así. Cuando uno tiene treinta años y pinta, todo es la consagración de la vocación. Y eso va mucho más allá del conformismo y el logro; el estar en lo que uno elige, o para lo que uno fue elegido, es un disfrute que va mucho más allá de si está bien o mal, mejor o peor, si se vende o no. Todo es más catártico y menos especulativo. A medida que uno crece ve más, va creciendo también el crítico y surge un grado de “responsabilidad” por el propio trabajo. No sé si eso es sano o no. Y tampoco sé si es mejor esa cierta “irresponsabilidad” que tienen otros autores, que yo admiro. Rómulo Macció es quien mejor ofició este último punto de vista. Porque él pinta. Y como él mismo dice, la pintura resiste. A uno podrá gustarle más un cuadro que otro, pero un autor es eso, no es un profesional que hace sólo cuadros “buenos”, “logrados”, “de museo”. La del pintor es toda una vida de batallas: muchas se pierden, algunas se ganan, otras se empatan. Macció tiene una vitalidad que es superior a lo crítico, al juicio de la historia, al propio juicio, al de la sociedad. Se trata de hechos contundentes que reflejan la experiencia de un pintor frente a la tela. Yo no he logrado ese ideal, no he sido un pintor puro, he estado mucho más contaminado. Para mí el ciudadano era más importante que el pintor”.
Claroscuros
Le he escuchado decir, a aquellos que saben de pintura mucho más, pero mucho más que yo: “Carlos es mucho mejor dibujante que pintor”. “Carlos es un gran pintor que magnifica el dibujo”. Digo yo, con mi ignorancia académica: es un artista total, pleno. Si un artista logra emocionar al espectador al grado que Carlos lo logra, no sólo está transmitiendo belleza, está compartiendo vida, que es otra cosa. Pero la crítica ¿los críticos?, son capaces de analizar con crueldad aquellas obras que ellos nunca podrán hacer.
“Sufrí eso algunos años. Me hostigaron mucho diciendo que era un excelente dibujante pero un pintor malo. Luego están todos los enemigos que derivan de una posición de militante en el Partido Comunista, pero eso no lo sufrí, porque era una elección. Ahora, cuando me echaron del PC (a fines de los ’60), ahí sí sufrí. Porque fue algo totalmente inmerecido. Yo era una persona convencida y fiel, aunque pintaba lo que me salía de los cojones y no lo que me dijeran acá o desde Moscú. Se consideró un delito ideológico que hiciera así esa serie de Spilimbergo: yo lo pinté como lo vi. Me tiraron al tacho de la basura y me excluyeron de una comunidad de pares que había elegido para trabajar y militar, incluso para pintar. Eso fue doloroso. Lo otro no, porque la propia historia del arte enseña cómo son los amores y los odios, los favoritismos y los rechazos. Son tantos los pintores fustigados que luego tuvieron su reconocimiento que uno ya tiene eso asimilado”.
Carlos espectador
Borges decía que era mejor lector que escritor. Creo que tiene que ver con el asombro de la contemplación, uno puede sentirse orgulloso de su obra pero no asombrado. También creo que tiene que ver con el aprendizaje. Cuando uno siente que el colega ha construido una maravilla tiene ganas de que se le peguen en la piel, hilachitas de ella, uno se contagia. Pero creo, en definitiva, que tiene que ver con la humildad, con la certeza incuestionable, de que hay gente que puede hacer las cosas mejor que nosotros.
“Yo disfruto mucho de la pintura de todos los tiempos. Soy un espectador abierto. Disfruto tanto la pintura abstracta como la figurativa, soy bastante ecléctico en eso. Y además están, desde luego, los pintores que yo sigo desde siempre, los pintores carnales como Rembrandt, como Gutiérrez Solanas, como Picasso, como Goya”.
La próxima muestra
Se está gestando, no se sabe dónde se hará o si los cuadros alguna vez serán colgados, pero se está gestando. La obra que más importa es la que haremos mañana. Carlos sale al día a tutuearse con el dolor, con los recuerdos, pero también con la esperanza. La obra bella de los humanos cuenta con él. Vive en Unquillo, pero sigue cantando por el Valle de Uco: “Mañanitas de mi Tunuyán….
Autor de la nota: Jorge Sosa. Publicada en Diario Jornada, 12 de Enero de 2014
Un comentario
Hola. Gracias por la nota! Les consulto si saben si Alonso enseña actualmente o hay posibilidad de charlar con el.
Desde ya muchas gracias.
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