El portal de noticias Los Andes publicó una nota redacta por la periodista Gisela Manoni, donde cuenta las actividades que realizan los jóvenes, quienes cursan materias y participan de los distintos talleres que se dictan en el establecimiento.
Marcelo es quien maneja el torno con mayor destreza, por eso termina cortando él la mayoría de las partes. A Nahuel le gusta unir y proyectar estructuras. Camila prefiere los detalles de pinturas y agregados. Para ellos, las trayectorias educativas no han sido fáciles y saben que el futuro laboral, tampoco lo será.
Sin embargo, en el taller de Carpintería de la profe Azucena González aprenden a trabajar en equipo y ser valorados por las artesanías y elementos que producen. “Hay gente que les gusta tanto que nos compran percheros, cuadros…. y con esa plata compramos más madera”, comenta Camila, mientras termina de pintar una fuente para el mate.
“Lo que pretendemos es que los chicos se sientan útiles y respetados por todos”, confía en voz baja la directora Gimena Rizzanti. Y no hay dudas que esa magia es la que transcurre cada tarde -algunas con mayor éxito que otras- en un viejo salón de fiestas de Eugenio Bustos, transformado hoy en la escuela de Formación Integral 7-016.
Esta propuesta educativa para adolescentes y jóvenes (de 14 a 21 años) con discapacidad fue creada el 8 de abril de 2014 en San Carlos, después de años de que las familias de la zona demandaran capacitación y estudios para los chicos que egresaban de la primaria especial Marcelino Benavente y escuelas aledañas.
Hasta meses atrás, funcionó en la mismo establecimiento primario -como hoy lo hacen la mayoría de estos ‘postprimarios’- con los problemas propios de compartir espacio y de convivencia entre poblaciones de distintas edades e intereses. Sin embargo, las gestiones e insistencia de las seños y de la comunidad hizo que desde fines de mayo cursen en “casa propia”.
Afuera, un portón negro sobre la calle Bonfanti oculta la gran obra que se teje dentro. “Todavía no alcanzamos a confeccionar el cartel de la escuela”, se excusa la dire. Recibe en medio del pequeño patio un mástil con su bandera.
Al costado, en un rincón, aparece una plantación de aromáticas y florales improvisada en palets. “Hay que usar la imaginación”, acota el profe de Huerta, José Sepúlveda. La institución está buscando un espacio para cultivar, pero mientras tanto ha propuesto un proyecto de embellecimiento y plantación de forestales y flores en el parque de Eugenio Bustos, que les queda a media cuadra.
Adentro, unos diez chicos están absortos en sus dibujos. La seño de Teatro, Gisela Sandoval, frena con señas y muecas cualquier intervención que pueda romper el clima de silencio y concentración que reina en su clase.
“Cuesta conseguir que se involucren así con la tarea”, dice sonriendo. Están armando sus propias historietas y la idea es corregirlas y que las publiquen en un diario escolar. “Eso los tiene muy entusiasmados”, aseguran.
“Más que saberes, lo que se pretende aquí es la inserción en el mundo laboral y social, dice la directora Gimena Rizzanti.
Entonces, la directora le explica en lenguaje de señas a uno de los chicos que saldrán en diario Los Andes y todos confirman la noticia con sus manos. “Más que saberes, lo que se pretende impartir aquí es la inserción en el mundo laboral y social. Por eso es tan importante que generen vínculos de ayuda y respeto con sus pares. Los chicos mismos aprenden las señas para comunicarse con su amigo», destacó Gimena.
A esta escuela asisten cerca de 30 alumnos con distintos tipos y niveles de discapacidad (motriz, intelectual, auditiva, síndrome de down, etc.). Allí cursan diferentes materias, claro que la que tiene más adeptos es Educación Física. También cuentan con talleres de Teatro, Música, Carpintería, Huerta, Orientación Pedagógica, Artes Aplicadas y otros espacios especiales, como la murga que están armando.
“Los chicos se sienten más valorados al tener lugar propio y a nosotros nos da libertad para organizarnos y poder proyectar”, sostiene Rizzanti. Desde el 23 de mayo, tienen clases en un edificio que la Dirección General de Escuelas les alquila, que antes era un salón de fiestas.
“Con ellos aprendés algo nuevo todos los días. Te exige mucho como docente, porque tenés que adaptar cada actividad a sus gustos, intereses y habilidades particulares. Hay días que venís con una propuesta y terminás haciendo algo totalmente distinto”, reconoce la profe Azucena.
Fuente: Los Andes