Parte de la filmación se realizó en el Valle de Uco, Mendoza.
Hace seis años el cineasta mendocino Alejandro Fadel deslumbraba en el Bafici con su ópera prima en solitario «Los salvajes» y ahora acaba de presentar «Muere, monstruo, muere», la segunda película argentina de la Competencia Internacional, que propone una historia muy distinta.
Esta vez el relato parte de una tempestad de nieve que se abate sobre la cordillera cuando los cuerpos de varias mujeres decapitadas son encontrados cerca de un puesto fronterizo aislado, a los pies de la montaña, y un hombre, desaparecido desde hace varios días, es buscado sin éxito por la policía rural.
La historia, de género de terror pero llevada a un plano más intelectual, la hace aún más interesante porque nada es lo que aparenta y todo se yuxtapone, en medio de singulares reflexiones, donde la cordura y la locura terminan invadidas por la realidad fantástica en forma contundente.
Fadel, que para esta propuesta que participó en la sección Una cierta mirada del Festival de Cannes, hablo con la agencia Télam sobre su estreno.
-¿Qué cosas ocurrieron entre «Los salvajes» y esta nueva propuesta?
-En principio, varios años, un amor y una hija. Pero si hablamos de las dos películas, en el caso de «Los Salvajes» se trató de una película pensada para ser producida de manera inmediata, contando con mínimos elementos y mínimo presupuesto. Era parte esencial de la propuesta y la energía de la película, filmar con lo que teníamos y encontrar un grupo de amigos que se sumaran a la aventura.
-¿Y en este caso?
-Desde el guión la película nos requería otra estructura y otro presupuesto, así que parte de ese tiempo, además de dedicarlo a escribir y diseñar estrategias, fue invertido en, primero, encontrar socios que se sumaran con cariño y pasión al proyecto.
–¿Cómo surge tocar este género desde una perspectiva no convencional?
-Creo que si uno se detiene en el argumento, en la línea dramática principal, se trata de una historia simple, incluso casi canónica de los filmes policiales o fantásticos clase B de los años 50. Están ahí todos los elementos del género. Quizás lo que la película intenta, o ambiciona, es diseccionar, abrir al medio estos elementos, para hacer de ellos no tanto un eslabón narrativo sino un lugar de preguntas, ideas o emociones nuevas.
–El título parece recordar el del clásico «Mata, bebé, mata», de Mario Bava.
-Reconozco no haber visto la película de Bava aunque es un director que admiro y sí fue una fuente de inspiración, sobre todo para el color y las tonalidades. La película toma su titulo, traduciéndolo a nuestro castellano, de otra existente, «Die Monster Die», de Daniel Haller. Y aunque no tengan demasiado en común me parecía una manera lúdica de inscribir a nuestra película en cierta tradición del terror y el fantástico, cercano a la artesanía y a cierta inocencia y fe en las imágenes.
-En este caso parece haber un juego entre lo que se dice y lo que se ve…
-El título es un juego de palabras que forma parte del argumento del filme. Sin anticipar mucho, podemos decir que el monstruo va emergiendo a lo largo de la película. Dudamos hasta último momento si debía llevar signos de exclamación o no. Decidimos que no, para que ese MMM no fuese un grito, una orden, sino una voz susurrante, repetitiva y pegajosa.
–Una voz subjetiva, un eco…
-De esas frases que pueden adherirse fácilmente a nuestra cabeza y torturarnos durante todo un día, en el mejor de los casos. Respecto a lo que se ve o no en cuadro, creo que el horror es el género que mayor tensiona la relación del espacio en off, y con ello la relación entre imagen y sonido. No se trata, creo, de una película que busque el shock, el efecto, sino que propone un acercamiento al misterio, a lo opaco y difícil de definir, aunque también se permita su acercamiento al gore y la experimentación visual.
Fuente: Diario Uno