Por Juan Jofre
Pensar lo de Paraguay como aislado, democrático y hasta justo, es la visión que más ha circulado por los grandes medios de comunicación nacionales e internacionales. El sólo hecho de ser el punto de vista que ellos muestran y repiten, ya nos pone en alerta y en estado de sospecha.
Es real que Paraguay es un país con muchas historias de destituciones, acusaciones, encarcelaciones, indultos y otras idas y vueltas políticas que lo convierten en un país muy inestable políticamente.
Es verdad que algunos conflictos sociales y económicos venían acorralando a un Lugo que estaba un poco solo y corto de respuestas.
También puede ser verdad que el Presidente elegido democráticamente había perdido un poco de apoyo popular por las cientos de acusaciones acerca de su vida personal con las que lo habían bombardeado los medios masivos de su país, que están, como en casi toda América Latina, en manos de monopolios pertenecientes a los sectores que conservan el poder económico desde que la memoria es memoria.
Pero si agotamos el análisis ahí, estamos perdidos, porque nos estamos quedando en el simple análisis de la coyuntura. Nos estamos perdiendo la parte estructural del fenómeno, que precisamente por estar más oculta es menos obvia y visible.
Paraguay arrastra una historia de dependencia económica, política y simbólica inmensa.
La primer Guerra lo destruyó completamente. Sus vecinos (Argentina, Brasil y Uruguay) financiados por Inglaterra, destrozaron al único país independiente económicamente que existía enla Américadel siglo XIX. Guerra dela TripleAlianzala llaman los liberales libros de historia.
Fue la primera gran guerra entre países hermanos de Latinoamérica. Luego ese cuento se repitió muchas veces y fue siempre igual: potencias extranjeras financiando y sectores internos pro extranjerizantes atentando contra los intereses nacionales y regionales.
A partir de ahí los paraguayos nacían repitiendo “somos indios inútiles”; “nosotros no solos no sabemos ni manejar un país sin mar”; y otras tantas maldiciones que ellos mismos repiten de haberlas aprendido de aquellos que las viven repitiendo. Claro está que ese tipo de “verdades” son mantenidas y alimentadas por aquellos que se benefician de un pueblo sin estima por sí mismo.
Los argentinos lo sabemos muy bien. Vivimos escuchando que “somos chorros”, “que somos corruptos” y otras cosas que favorecen a desprestigiar la política para que todo lo maneje el mercado, o sea, los dueños de las riquezas y el poder económico desde que la memoria es memoria.
El siglo XX tuvo 40 años de manejo militar antidemocrático y anticonstitucional en Paraguay. Los sectores poderosos de la mano de Stroessner y todo el partido Colorado manejaron al país con las ideas liberales y dependientes, siendo durísimos con sus compatriotas y muy complacientes con el extranjero opresor. Estados Unidos fue siempre la mano que manejó los hilos de Paraguay, como de casi todos los países de Latinoamérica, ayudados por los acomodados conservadores defensores de los privilegios de unos pocos por sobre los derechos de todos.
El neoliberalismo imperante en la década del 90 terminó de destruir a Paraguay. A la ilegalidad de la distribución de las tierras durante las dictaduras, se le suma en esos años el achicamiento del Estado y el socio que faltaba: los grandes pooles sojeros.
Desde ahí el empleo se convirtió en un milagro para los paraguayos. La vida digna significaba como mucho la ilusión de emigrar a Brasil o Argentina para ver si la suerte les deparaba algo mejor.
El pueblo paraguayo a punto de estallar vio en Lugo al líder carismático que podía devolverle un poco de todo lo que le habían sacado. Así, el retirado sacerdote ganó las elecciones de 2008 rompiendo con 60 años de dominio del partido colorado: liberal, militarista, pro extranjerizante y adulador de los yanquis.
En los casi 4 años de gobierno Lugo y sus alianzas consiguieron mejorar el sistema educativo y el sanitario de un modo histórico, nunca antes visto. Apoyado en una Suramérica fuerte y unida tomó el valor para impulsar varias reformas más. Eso implica mas igualdad y a la larga genera legítimamente mayores reclamos por más derechos: como es el caso de los que peleaban por la restitución de las tierras que les habían robado durante la dictadura y que terminó con la represión del ejército produciendo 17 muertos.
Los conservadores saben de esto y mucho. Ellos ya han adquirido cierta experticia en detectar cuándo las clases populares han ido demasiado lejos, así como han demostrado que no les tiembla el pulso para nada a la hora de manchar con sangre la historia.
La unión de los países del sur a favor de la continuidad democrática, ha frenado golpes mediático-institucionales en Venezuela, Argentina, Brasil, Perú y Ecuador por nombrar algunos. Por eso, los muchachos paraguayos pro yanqui sabían que debían actuar rápido.
La destitución de Lugo no respetó los plazos ni los tiempos, para no dar tiempo ni plazos a la reacción. Pero por si al resto de los vecinos se les ocurría intervenir, los “cuidadores” del norte de bandera con franjas y estrellas ya estaban apostados y listos para defender “la institucionalidad” de la salida de Lugo.
No debiera sorprendernos que los conservadores quieran destituir gobiernos democráticos y populares; no debiera sorprendernos que los medios de comunicación solo hagan análisis coyunturales y en defensa de los intereses de las potencias extranjeras y los grandes grupos económicos; no debiera sorprendernos que los que aplaudieron el regreso de los soldados yanquis a las calles paraguayas se parezcan tanto a los que días atrás protestaban en Barrio Norte por no poder comprar dólares pidiéndole a Estados Unidos que nos ayudara a salir de este infierno; no debiera sorprendernos que Estados Unidos quiera volver a generar una Latinoamérica dependiente; no debiera sorprendernos que esa potencia extranjera “recupere” un punto estratégico como es Paraguay.
No debiera sorprendernos que algunos escribamos enojados con la situación y nos mostremos abiertamente anti neoliberales, o denunciemos que nuevamente las derechas han sobrepasado los límites y han recurrido a la violencia por ver agotados los medios políticos.
No debiera sorprendernos pero algunos (muchos) todavía se sorprenden cuando aparece algún desubicado a defender nuestros intereses.
Me encantaría que no nos sorprendiera que todo el resto de los países desconozcan a ese gobierno paraguayo por ser ilegítimo. Festejo que por lo menos los gobiernos de Latinoamérica se unan para defender las democracias, aunque muchos ciudadanos piden a gritos el regreso a los gobiernos que organizaban cumbres del MERCOSUR para firmar los tratados de libre comercio que Estados Unidos dejaba sobre la mesa con la orden de ser firmados.
No debiera sorprendernos que dentro de una semana ya nadie se acuerde que Paraguay va a estar durante unos diez meses bajo un gobierno ilegal e ilegítimo.
Ojalá nos sorprendiéramos de aquellos que no usanla MEMORIAy la deshonran para que nadie recuerde y para que cualquier futuro nos dé lo mismo.