No puedo dejar de sorprenderme con tanto resabio de la época de dictadura o de los blandos gobiernos democráticos manipulados por los poderosos de siempre. A manera de chips incrustados en nuestro inconsciente individual y colectivo seguimos repitiendo frases o actitudes que se colaron en nuestra sociedad con el único objetivo de destruir el tejido social que pudo sobrevivir a las desapariciones, las torturas y los miedos.
“Que la política es sucia”, “que el estado siempre anda mal”, “que los políticos son todos ineptos y corruptos”, son casi slogans que siguen sonando y marcando el rumbo de muchos que también parecen creer que el mejor periodismo es el que sigue diciendo que es “independiente y objetivo”, apolítico por sobre todo.
Señores, todo es política, porque la política es la herramienta con la que una sociedad se organiza. Entonces, de alguna forma, todos hacemos política. O mejor, todo lo que hacemos tiene un sesgo político. Sin embargo, más allá de esta certeza, existe otra vuelta de tuerca para los “chips” que mencionábamos, y tiene que ver con esa esencia especuladora y egoísta (versión 2.0 de la especulación financiera de los ’70 que multiplicó la deuda externa que después pagamos todos), con la creencia de que lo primero es salvarse uno y después que se salve quien pueda. Y es ahí, donde aparece esa tibieza, ese grisáceo político, o hasta mercenario, para quedar bien con los que están arriba, pero no quedar tan mal con los que pueden llegar a subir.
Desde estas páginas no compartimos esas posturas, creemos que parecer (más que ser) imparcial es más cercano a la señora de los almuerzos que a un medio que se propone comprometerse con su lugar y con su gente. No se trata de tirar bombas mediáticas o de ser obsecuentes, se trata de acompañar y reforzar cada acto, cada iniciativa, cada avance que demuestre ser en favor de un proyecto político en el que el bien común sea la premisa y, analizar, reprobar o hasta, si es necesario, repudiar hechos o maniobras que sólo busquen el beneficio de unos pocos.
Si perdemos espacios publicitarios porque “el semanario está muy politizado”, que así sea, tal vez algunos preferirían que estuviera “militarizado”. Otros pensarán que lo más acertado sería dar más espacio a señoras gordas tomando el té y hablando sobre la próxima obra de caridad. No es nuestro objetivo, tal vez nuestra meta sea una utopía, pero como dice Galeano, son las utopías las que nos motivan a seguir caminando.
Algunos dirán que el verdadero periodismo es el que no tiene banderías políticas. Malas noticias, todo periodismo las tiene. Todo producto comunicacional es una herramienta política, hasta los dibujos animados y si no, pregúntele a los estudiosos latinoamericanos de la comunicación y la cultura sobre el imperialismo cultural comandado por el Pato Donald.
Más allá de todo, identificarse con un gobierno, o un partido, o un sector, o una unión vecinal o un club de fútbol, o una religión, o hasta una orientación sexual, no significa perder de vista la función social de la comunicación y el rol de los medios en la sociedad. Ni tampoco es transformarse en megáfonos de quienes nos son más afines. Se trata justamente de mediar y construir. Y de discutir y hasta luchar si hace falta. Así lo entendimos siempre y esa es nuestra principal consigna.