El resultado ha quedado a la vista: todos fuimos testigos de lo ocurrido el pasado jueves en la cancha de Boca, digo, en la mítica Bombonera, porque si de algo estoy seguro, es que ese campo de juego esconde, como muchas otras canchas, una mística particular, única, inigualable, que lo lleva al plano de lo legendario. Cientos de historias han sido contadas en ese espacio, desde el gol de Palermo a River en la Libertadores, a los goles del Beto Alonso con la pelotita naranja allá por el ‘89. Anécdotas maravillosas, historias de héroes, de tacos, de caños (como el de Riquelme a Yepes), de fútbol… Pero esta vez no, no fue el fútbol la estrella de la noche, no fue que Boca eliminó a River en el último minuto, ni que River dejó en su cancha eliminado al propio Boca (como pasó allá, cuando Maxi López erró el penal frente a Abondancieri y River se quedó en la semi en su casa). Esta vez fue la violencia la vedette de la noche, la única ganadora, la que se impuso desde una tribuna, la que se impone desde los negociados, la que se impone desde los gestos.
Cierto es que la gran mayoría de los que estaban en la cancha, al momento de saberse suspendido el partido, decidieron retirarse en paz a sus hogares: ni disturbios en la calle, ni incendios, nada, salvo un grupo de inadaptados, y la siempre odiosa barra brava. Sin lugar a dudas, no es la sociedad la violenta, no somos todos, como se pretendió manifestar desde algunos medios, cuyo único interés era deslindar responsabilidades del presidente de Boca, (amigo de Mauricio Macri). Bajo la excusa de que “estamos en una sociedad violenta”, la responsabilidad de un dirigente buscó reducirse, básicamente porque “somos todos”. Bueno, la realidad es que no somos todos y la gran mayoría se fue a su casa tranquila. Otro acto lamentable (además de la violencia en sí) se vio claramente cuando los jugadores aplaudieron a la barra brava. Parece que ahora vale más la hinchada que el mismo equipo, entonces en pos de que no se ofendan, por más incidentes que ocasionen, hay que saludarlos respetuosamente. ¿Qué es esto? ¿Vivimos patas para arriba? Sin duda, saludar a la barra después de los incidentes que ocasionó, es cuando menos un hecho bochornoso por parte de los jugadores, además de un mal ejemplo.
A partir de lo ocurrido, puede inferirse claramente que la violencia en el fútbol ha dejado de ser una responsabilidad de los ciudadanos de a pie: el desguace de las mafias detrás de las barras bravas debe constituirse a partir de un trabajo coordinado entre los Estados y los clubes de fútbol. Pero más allá de esto, es necesario que como sociedad reflexionemos en relación a los mensajes que damos; incluso las instituciones deportivas, deben mejorar la formación de sus jugadores en cuanto que no son solo atletas, sino más bien importantes actores sociales con responsabilidades concretas. ¿Cómo puedo explicarle a un niño que tirar gas pimienta en una cancha al rival está mal, cuando sus ídolos, sus superhéroes, aplauden a quien lo tiró? Como sociedad ¿Qué mensaje emitimos cuando en lugar de salir a repudiar el hecho masivamente, nos dedicamos a darnos cargadas unos a otros, justificando y masificando la violencia? Días después de los sucesos lamentables, en una escuela primaria un grupo de niños llevó gas pimienta para agredir a un compañerito; casualidad o no, lo cierto es que el mensaje estuvo ahí, el mensaje de parte de quien lo hizo, pero también de quienes lo sostuvieron y lo aplaudieron. Yo no puedo más que decir que me duele el fútbol: todos estuvimos ahí para ver y sentir un espectáculo deportivo, apasionante, único, pero alguien nos lo robó. Habrá que aprender que, aunque no seamos responsables directos, las acciones cotidianas aportan nuestro granito de arena. Es así como se construye una sociedad mejor.
Prof. Rodrigo Hinojosa