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EDITORIAL: «La responsabilidad docente de pensar y enseñar a pensar»

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Por Marcela Hinojosa

En el mes de los estudiantes, de los profes, del maestro, de la educación, inevitablemente se hace una panorámica sobre la realidad local y sus actores. Por suerte, el balance vuelve a ser positivo, más allá de situaciones concretas, más o menos extendidas, o acciones puntuales. El llamado de atención es fundamentalmente para los educadores: cada uno puede pensar y actuar como mejor le parezca, lo triste y grave es cuando quienes educan solo repiten frasesitas hechas de quienes siempre se esforzaron para manipular y someter a los demás.

La educación pública y gratuita la sigue remando a pesar de algunos que la defenestran o que incluso colaboran para su decadencia. Mientras  en nuestro hermano país de Chile, miles de estudiantes se manifiestan por una educación superior para todos, nosotros (en muchos casos) tomamos posiciones más o menos livianas, suponiendo que la educación pública es algo casi tan natural y obvio como la salida del sol, o asumimos posturas de crítica autodestructiva, señalando al sistema como semillero de formación mediocre, vagancia e irresponsabilidad. Lamentablemente, muchos de los que asumen esta última postura son trabajadores de la educación pública, docentes que critican con ferocidad el sistema, con planes, directivos y estudiantes incluidos.

La crítica, que en general dispara dardos a un sistema materializado en la imagen de la presidenta Cristina Kirchner, se oye en los espacios tradicionales, como salas de profesores o charlas de café, pero también se expande como reguero de pólvora en redes sociales. Pareciera que algunos trabajadores de la educación no saben de la masividad de un mensaje sembrado en la web, o peor que eso, no son conscientes de la influencia de un mensaje emitido por un referente de opinión (todo docente lo es). Y en ese marco, emiten no solo opiniones o críticas que pueden ser más o menos acertadas, sino que fomentan un odio hacia un sistema del que todos nos beneficiamos en mayor o en menor medida.

No voy a profundizar (seguramente será en una próxima columna) lo nefasto, lo poco ético y hasta apológico de la muerte sistematizada, que resulta de que algunos educadores dejen deslizar frente a las aulas su acuerdo con las épocas de dictadura y sus protagonistas. Tampoco me voy a detener en las mofas o acusaciones hacia jóvenes y adolescentes vertidas por educadores y cuyo origen es la militancia política. Solo hago mención de estas situaciones para ponerlas en conocimiento público y como invitación a la reflexión.

Por suerte, lo bueno, las actitudes y el trabajo constructivo son superadores de lo nefasto. Y aunque pareciera paradojal, muchos docentes que repiten críticas con vehemencia, en la práctica educativa entregan compromiso, creatividad, tiempo, esfuerzo y hasta cariño.

En relación a los jóvenes, he visto y escuchado con mucha gratificación las voces y acciones de numerosos pibes que se sobreponen no solo a sus propias tendencias caóticas típicas de la edad, sino también al descreimiento y visión negativa de los adultos. Las semanas estudiantiles son muestra de cómo los chicos fusionan el trabajo, la diversión, el deporte, la amistad, la sana competencia, el arte, la creatividad y la iniciativa propia. No es poca cosa, sobre todo si nos preguntamos cuántos adultos podemos lograr algo parecido con nuestras vidas.

En otros ámbitos, hemos visto por televisión la toma de colegios en Buenos Aires. Seguramente, muchos en este tema tendrán discrepancias. Pero lo que no se puede negar es la formación, la seguridad y el compromiso de estos estudiantes. Aún cuando el acontecimiento sea transmitido por un canal y un periodista archiopositor, el discurso de los pibes arrolla, deja sin argumento a más de uno, y hasta avergüenza a comunicadores empecinados en descalificar a los jóvenes movilizados.

Es inevitable la comparación con otros estudiantes, aquellos que ya por rótulo deben ser inteligentes, bien formados, bien orientados. Me refiero a los de Harvard, prestigiosa universidad si las hay. Esta semana la presidenta CK estuvo en la institución educativa y después del discurso, los estudiantes pudieron realizar algunas interrogaciones. Esperaba que las luces de la academia destellaran en preguntas o argumentaciones, obviamente opuestas a la línea ideológica y práctica del gobierno de CK, pero rotundas, bien fundadas, ingeniosas. Solo escuché las mismas frases (con signos de interrogación) que en los cacerolazos últimos; la mayoría de los jóvenes que preguntaron manejaban información errónea, y algunos, incluso, dejaron traslucir cierta arrogancia, o sarcasmo, también propio de las cacerolas.

En esta moda clase y media y, mediática de “péguele al gobierno, y especialmente a Cristina”, muchos se embarcaron por conveniencia, pero muchos otros por tomar como referencia indiscutida el discurso de medios de comunicación y periodistas “reconocidos”. ¿Habrá posibilidad de pensar y luego, si nos conviene, repetir?

La manipulación o la influencia de los medios de comunicación no es nueva ni casual. Hay muchas décadas de estudios y miles de millones invertidos. ¿O acaso creemos que es casual que casi todos los adultos y mayores tengamos todavía la imagen del japonés malo y del alemán malo y tonto? No es casual. La industria cinematográfica fue un poderoso instrumento para grabarnos a fuego que solo los soldados yanquis eran buenos, lindos, inteligentes, bondadosos…

Hoy también los medios de comunicación son poderosas herramientas de formación de opinión. Este medio intenta serlo. Pero lo fundamental es que cada uno de nosotros pueda pensar y opinar por sí mismo. Y aquí, los educadores tienen su gran responsabilidad: dar y darse la posibilidad de un pensamiento propio. Un pensamiento que tendrá sin dudas la influencia de factores sociales, culturales, económicos, políticos, pero que por sobre todo no permitirá la manipulación de ninguna manera.