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«¿Evolucionamos o nos quedamos en un mojón retrógrado?»

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EvoluciónEs una macana esto de usar la palabra evolución como eje de la editorial, ya que para muchos la acepción más próxima remitirá a la teoría de la “evolución” de las especies, en contra de los que creen en la creación divina. En realidad no quiero usar el término desde ese lugar, es más, me molesta eso de la evolución de las especies y de la “selección natural”: con ese argumento la Academia Inglesa justificaba todas las colonizaciones, sometimientos, abusos, esclavitud y matanzas que Inglaterra llevó adelante en los siglos pasados. Se decía que estaba más cerca de ser un lord inglés un chimpancé que un negro africano, por lo que en esa línea, a los negros, a los aborígenes americanos y a los que se les ocurriera, se les podía arrollar sin pena ni remordimiento.

Me gusta pensar la palabra evolución como sinónimo de crecimiento, desarrollo, mejoramiento. Cerca de su raíz etimológica, esto es “girar hacia afuera”, algo como abrirse y avanzar, algo como poner en común y crear comunidades, o relacionarse mejor entendiendo que no hay bien individual sin un bien colectivo. Desde ese lugar, pienso la palabra evolución y la propongo como eje en esta editorial.

¿Hemos evolucionado o involucionado? Seguramente que habrá muchísimas respuestas posibles, y está bueno que así sea, ya que, eso es justamente una muestra de evolución: la pluralidad de voces. Antes solo se escuchaban unas pocas: la del rey, la de los señores feudales, la del dueño de la fábrica, la de los ganadores de la guerra, la de los medios de comunicación monopólicos. Hoy, hay muchas posibles respuestas a una pregunta, también hay muchas preguntas posibles de hacer, y cada vez más personas pueden preguntar y responder (un gran logro de derechos cabalgando en la evolución de la ciencia y la tecnología).

Es difícil (y seguramente relativo) responder a la pregunta de si hemos evolucionado o involucionado. Pero en esto de que “la única verdad es la realidad”, me propongo ejercicios simples, a partir de situaciones concretas. Antes, no había agua corriente, ni corriente eléctrica, ni servicio de transporte, ni lavarropa automático, ni internet, ni votaban las mujeres, ni los transexuales podían ser lo que eran, ni tenían voz lo obreros, ni vacaciones los trabajadores; antes casi no había autos, ni motos, ni motitos, solo los ricos tenían dos o tres pares de zapatillas, antes se remendaban las medias, las cubiertas de los rastrojeros, y los asientos de las bicicletas; antes, los estudiantes bajaban la mirada, no votaban, y ni siquiera soñaban con tener una carrera de nivel superior, porque ni siquiera había universidades cerca, y porque además, el privilegio era de algunos. Antes, ser mujer era ser inferior, y el maltrato era legítimo; ser pobre era un destino de nacimiento; ser rico un privilegio heredado; antes, los derechos eran solo para unos pocos; antes (y hasta hace muy poco) hablábamos de “tolerar” al otro, hoy pensamos en “aceptarlo”. En esa línea, y sabiendo que falta mucho muchísimo más, y que algunas cosas me disgustan (y me asustan) como el consumo desmedido o el desprecio por el medioambiente, me animo a creer que evolucionamos, no solo en relación a la calidad de vida material, sino fundamentalmente en el reconocimiento del otro, del hermano, del que construye inevitablemente junto a mí.

Ahora, lo lamentable es que algunos pareciera que no captan esto de “abrirse y girar”, dejándose llevar por vientos frescos, y evolucionando. Y aunque no llegan a involucionar, se anclan en mojones retrógrados, perjudiciales para ellos mismos, y para la sociedad en general. Hablo de los que creen en una política anacrónica, de mentiras, de “te doy una migaja para que me votés”;  de creer que el pueblo es zonzo, de “politiquear” a la vieja escuela (la que dio argumentos para que generaciones aceptaran los chips de “la política es sucia” o “la política es una porquería”); de hacer cosas solo para que salga en los medios de comunicación; de hacerse el que se trabaja cuando no se hace nada; del puro palabrerío sin sentido; de la especulación; de la falta de códigos; de no aceptar que la gente tiene derecho a mejorar su vida; de no entender que la educación es el arma más letal para la inseguridad, y la herramienta más precisa y poderosa para transformarlo todo.

Creo que me equivoqué en el título de la editorial, no se trata de saber en qué lugar estamos, sino de pensar en qué lugar queremos estar. Como diría Paulo Freire, “el mundo no es, el mundo está siendo”, y gracias a Dios, podemos tratar de mejorarlo.