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EDITORIAL: «El Estado debe ser ejemplo para la comunidad»

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Por Rodrigo Hinojosa

Hace algunos años que como sociedad no sabemos muy bien dónde ubicarnos, es decir, hace algunos años que los límites como comunidad se han ido corriendo, volviéndose cada vez más difícil la estandarización social. Qué quiero decir con esto, básicamente que cada uno diseña sus propios principios éticos y morales, sus límites, y no hay un precepto general que dé un encuadre global, o comunitario. Lo que es bueno para vos, para mi quizás ya no lo es.

Creo efectivamente esto precisa de una análisis de carácter sociológico e incluso de psicología social, pero me atrevo a decir que esto es producto de un mercado global que tiende al individualismo como carácter general. Sin embargo, esta situación quizás sea fácil de comprobar en las aulas de cualquier escuela, donde conviven parámetros institucionales de comportamiento propios del siglo XIX, con estudiantes del siglo XXI. Para dar un ejemplo de más cercanía en lo cotidiano: cederle a una anciana el asiento en el colectivo debiera ser una consigna general a cualquier pasajero, sin embargo es una lotería, algunos sí, otros no, otros se hacen los dormidos…

El lector quizás no comprenda hacia dónde va dirigido el presente escrito, algún sociólogo habrá dilapidado mi primera apreciación sobre las causas del problema y algún psicólogo social seguramente calificará de liviana y superficial mis primeros párrafos. Sin embargo, ninguna de mis intenciones hacen pie en la ciencia como madre, sólo es una mera observación de algunos patrones de conducta.

En fin, donde no hay límites claros, no hay identidad. Esto es tanto para lo individual como para el colectivo humano. Ahora bien ¿Cómo hace para funcionar una comunidad sin límites definidos? Si quienes hasta ahora detentaban el poder de decir qué es lo bueno y qué es lo malo, nos engrupían, o las instituciones que eran garantes de cierta moral, resultaron garantes en lo discursivo, porque en las acciones negociaban con genocidas, eran pederastas, entre otras tantas falencias morales.

¿Cómo nos paramos en un sistema complejo que, todos los días nos pone frente a los ojos que la ética y la moral son valores con la duración de una temporada otoño/invierno 2012? ¿Quién va a regular las relaciones sociales, las económicas, culturales? Sin duda que la complejidad es abrumadora, pero creo que es fundamental la ley, como elemento regulador de la vida en comunidad, no solo que lo creo, sino que la historia de la humanidad así lo ha comprobado.

Ahora bien, si la ley es un principio de organización, debe de existir un garante sobre la aplicación, un garante que además sea parte de todos y donde todos, seamos parte de éste. Ese garante es, ni más ni menos, que el “Estado”. Es, con sus deficiencias, el primer garantizador de convivencia, de compensación de las desigualdades y de parámetros éticos. Por ello, quien administre el Estado debe dar garantías: todo organismo y todo individuo debe ser ejemplo dentro del marco de la comunidad. No podemos darnos el lujo de perder, en medio de tantas pérdidas, el elemento fundante y garantizador de nuestra organización.