Hace algunos días, mientras hacia un escaneo por los canales de noticias, me encontré con un programa bastante interesante, con la conducción de un diputado nacional, el “Chino” Navarro y la participación especial de Carlos Delfino (conocido basquetbolista), quienes inauguraban un playón deportivo en un barrio marginal de la provincia de Buenos Aires. El objetivo: la lucha contra el paco. Sin embargo, la trama del programa se situaba en la necesidad de conocer “al otro”, en vencer los prejuicios y en generar lazos de solidaridad y amistad. Para lograrlo, uno de los trabajos encarados fue integrar chicos de un barrio marginal del tercer cordón del conurbano bonaerense, con chicos de clase media de Santa Fe, a través del deporte.
Me pregunté después de esto, como sociedad ¿estamos dispuestos a abrazar al otro, al distinto, al de al lado? Muchas veces escucho hablar de las villas miserias, de los márgenes, del costado de las grandes urbes, pero también del barrio ese, “el que esta acá al lado, no paga luz ni impuestos, vive de los planes sociales”. Sí, la realidad es que ahí vive gente, personas que sienten, aman, trabajan, estudian, sufren… descubrir que la barrera puede romperse es tarea difícil, pero está ahí, son un par de metros.
Si bien es común confundir el barrio de techos de nylon con escondites de la delincuencia, la verdad es que estos “asentamientos” están habitados, en su mayoría por trabajadores, seguramente menos afortunados que otros, y donde los delincuentes son los menos. Para ser francos, delincuentes también hay… en las reparticiones estatales o en las oficinas de las mejores empresas. Por ahí, son grandes empresas, de nombres marketineros y carteles de diseño, las que más te roban, y si no basta preguntarle a las comunidades catamarqueñas como se sienten con su “Barrik G…”.
Lo cierto es que, conocernos es primordial, si somos católicos, evangélicos, judíos, musulmanes, o de cualquier credo, todos nuestros libros sagrados hablan del amor al prójimo, de la solidaridad como forma de vida. Y si somos ateos empedernidos, también tendremos razones suficientes para comprender al otro, si nos animamos a conocerlo.