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EDITORIAL: “¿Algunos sindicalistas olvidaron sus orígenes?”

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toscoReafirmar los derechos del trabajador debe de ser un deber. Todos aquellos que ponderamos el valor del trabajo como elemento dignificante en la vida de los hombres, tenemos la obligación de “ponernos la camiseta” a la hora de la defensa de los derechos de los trabajadores, que son los derechos de todos. Cada momento en que lo hacemos, estamos reafirmándonos como tales, porque al fin y al cabo todos somos trabajadores.

Reafirmar un derecho, cualquiera que sea, de género, del niño, de adultos mayores, humanos, del trabajador, etc, es admitir su condición histórica y cultural; es comprender que los derechos no son un elemento de la naturaleza, sino la consecuencia de condiciones históricas y culturales, y mucho más aún, son el resultado de fuertes disputas y luchas.

Admitir su origen histórico y cultural, es saber que no siempre existieron, ni el salario, ni las vacaciones, ni las asignaciones familiares, ni la participación en las ganancias… sino que son producto de la revolución industrial, de la separación entre trabajadores y dueños del capital, y de profundas luchas sociales. No es la intención de esta editorial hacer una columna histórica, pero es importante volvernos hacia el pasado para comprender dónde estamos, ya que pareciera que algunos padecen de amnesia, olvidando con facilidad de donde vienen, desconociendo no solo su origen personal sino también los derechos que dicen defender.

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Agustín «El Gringo» Tosco

Es difícil esta columna, sobre todo porque en incansables ocasiones desde nuestros escritos hemos revindicado el valor de las organizaciones sindicales y de dirigentes sindicales como el “gringo” Tosco o Rodolfo Walsh, que dieron la vida en nombre de los trabajadores y la lucha por sus derechos. Más cercanas en el tiempo, durante la década de los noventa muchas fueron las organizaciones sindicales  que denunciaron y combatieron la entrega del país a las corporaciones económicas. Pero como dijo un dirigente sindical, si nos quedamos sin diarios, “la verdad debe escribirse en las paredes” y así como cuestionamos a empresarios y políticos de turno, es preciso que defendamos la verdad sobre todo, aunque también debamos cuestionar a sindicatos y dirigentes sindicales.

Hace algún tiempo que en la Argentina gran parte de la dirigencia sindical dejó de representar los derechos del trabajador, algunos decidieron ser aplaudidores y descuidaron a sus representados, los otros solo los nombran en sus discursos y se han dedicado a entorpecer y poner palos a todo aquello que se pretenda hacer. Cuesta creer que dirigentes de la talla de Hugo Moyano o Pablo Micheli, que en algún momento denunciaron y se opusieron fervientemente a la entrega del país, hoy se hayan transformado en la fuerza de choque de los grupos económicos concentrados, convocando a paros  en nombre de los derechos del trabajador, cuando sus gremios ostentan sueldos por arriba de los treinta mil pesos. Pareciera ser que sus autos blindados y sus camperas de cuero les hicieran olvidar que hay un treinta por ciento de trabajadores que no pueden hacer paro, básicamente porque están en negro, o que la mayoría de los trabajadores no superan los siete mil pesos, o que los transportes y los servicios que paran solo entorpecen a trabajadores menos afortunados que hacen uso de estos.

Y si hablamos de la provincia de Mendoza, la cosa sigue parecida. Básicamente, no queda muy claro si algunos sindicalistas tienen como objetivo principal la defensa de los derechos de los trabajadores o, el enfrentamiento con el gobierno. Un punto áspero es que, muchas veces en el área estatal, algunos dirigentes gremiales apañan a quienes no cumplen con sus funciones, dificultando la aplicación de cualquier sanción, y perjudicando no solo al Estado, sino a los empleados que sí realizan sus tareas como corresponde. Y si hablamos de sueldos, cuesta creer que algunos trabajadores cobren sueldos exorbitantes que llegan a los noventa mil pesos, cuando la gran mayoría, con suerte cubre la canasta familiar. Lo peor es que,  si esto pretende modificarse a favor de las mayorías, aparecen las amenazas, los cortes de calle, las denuncias…

Se acerca un paro general convocado desde las centrales sindicales, enfrentadas con el gobierno nacional. Duele decir que ya es la tercera huelga a la que muchos trabajadores no adherirán, porque entienden que lo que antes se hacía para dignificarlos, ahora se hace con el único fin de golpear al Estado. Muchos preferimos quedarnos con un relato de principios del siglo XX: “en medio de la calle un hombre cae al suelo, producto del hambre; al levantarlo descubren que en su bolsillo tenía siete pesos. La gente le pregunta porqué con ese dinero no compró comida para alimentarse, el responde que no podía, porque ese dinero pertenecía al sindicato”.