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Editorial: «¿Y si nos gana el optimismo?»

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Por Rodrigo Hinojosa

¿Qué nos pasó, en qué momento perdimos la esperanza? ¿Dónde quedaron los sueños? ¿Cómo puede ser que un pueblo que se levanta a laburar todos los días, que manda a sus niños a estudiar, que hace música, que se ríe entre amigos… tenga en su discurso el pesimismo como bandera? ¿Tantas crisis superadas no son motivo para querernos un poquito?

Pecar de soñador no debería ser un pecado, pero los discursos cotidianos parecieran apuntar directamente contra el optimismo. Permanentemente escuchamos hacer gala a nuestros vecinos, amigos, docentes, medios de comunicación, hablar sobre lo malo que somos, lo mal que nos va, pareciera ser que nadie a lo largo de nuestra historia hizo nada bien. ¿Pero esto es del todo cierto?, ¿No tuvimos ningún Favaloro? ¿No hubo acaso una abanderada de los humildes? ¿No existió una generación volcada a la solidaridad? ¿Nuestros abuelos no levantaron una provincia en medio del desierto?

Pero no es siempre necesario remontarnos al pasado, en ocasiones solemos hacer este ejercicio, pero con el solo objetivo de ser aún más crueles con nosotros. ¿Encontrarnos con nuestros vecinos saliendo rumbo al trabajo, no es un signo doblemente positivo, primero, por la voluntad de hierro en ello y, una doble satisfacción por el hecho de que tenemos efectivamente trabajo? ¿No es acaso positivo saber que, aunque nos parezca mentira, el pueblo argentino está invirtiendo el 6% del PBI en educación? ¿Frente a una catástrofe de cualquier índole no somos acaso solidarios?

Sin embargo, lo cotidiano es la autoflagelación, ¿padeceremos de excesiva autocrítica? Si mirarnos un poquito es motivo de disgusto, lo ideal sería no mirarnos, pero lo cierto es que mirarnos realmente nos tendría que enorgullecer. El problema pareciera ser que, por lo general, no nos miramos si no es a través de otros, la mirada propia esta mediada, nos miramos desde los que nos dice el canal de noticias, y esto, nos impide una apreciación  de lo que realmente somos.

Pero no quiero pecar de ingenuidad y tal vez caiga en el entramado complejo que intento desarticular, (algún amigo supo decirme “menos mal que tiene trama, sino sería la nada misma”), también lo cierto es estamos repletos de miserias. Miserias que no logramos superar por más que nos esforcemos: la indiferencia con la que nos movemos frente al dolor cotidiano, las faltas de respeto a nuestro ambiente, la corrupción inmersa en nuestra sociedad, desde el político deshonesto pasando por el empresario que no paga sus impuestos, y hasta el kiosquero que aumenta sus precios solo por las dudas o el maestro que no cumple con sus estudiantes. La única duda que me surge es preguntar si esto es condición inherente a nuestra sociedad, forma parte de nuestra idiosincrasia o es condición de cualquier sociedad en cualquier parte del planeta.

Pretenderé concluir, con más dudas que certezas, ¿somos mala gente o nos hacen creer que lo somos? ¿Nos animaremos a cambiar nuestra forma de ser o solo bastará con aprender a mirarnos un poquito mejor? Cuando nos comparamos con las “grandes sociedades”, las del primer mundo, para poder imitarlos, ¿las conocemos realmente, sabemos de sus contradicciones? ¿Será el tango culpable de nuestra autoflagelación permanente o seremos por naturaleza admiradores de nuestros fracasos? ¿Seremos buena gente? ¿Estaremos condenados de por vida, casi como un destino trágico, al fracaso permanente o cabrá por algunos instantes el optimismo en nuestras palabras y en nuestra vida?

Podríamos eternizar los interrogantes, argumentar a favor y contra nuestro ser criollo, pero pretender la exaltación absurda es desconocernos, pretender la comparación odiosa con otros lugares del mundo también, sin embargo acercarnos a nuestras alegrías, reivindicar nuestras esencias más nobles, entablar un diálogo fluido con nuestros aciertos, es más que necesario, al fin y al cabo “los pueblos tristes no vencen, por eso venimos a combatir con alegría”, un combate que cada día libramos en nuestras aulas, calles, bares, fábricas, chacras, oficinas… y que se ha tornado necesario ganar todos los días.