Por Juan Jofré*
El comienzo de año es siempre una fecha donde vuelve a surgir el tema de los resultados de “nuestros chicos” en las escuelas. Es la ocasión propicia para que a partir de un par de datos salgan a volar miles de opiniones que no hacen más que llenar espacios con ruidos baratos, desafinados y desatinados.
Opina el señor que cree que esto es porque se sacó el servicio militar y también el que pide que se cobre por la educación, como en Chile. Además, encuentran su espacio las señoras que ven que todo está mal y lamentan que el mundo cambie. Pero no solo el ciudadano de a pie aprovecha para opinar sin reflexión ni fundamento, también lo hacen algunos “especialistas”, que escriben notas (como ésta) o ganan algún espacio en radios o TV para explicar las causas acerca de por qué los estudiantes no alcanzan los niveles o resultados esperados.
Porcentajes, estudios, evaluaciones estandarizadas, ausencia de docentes, problemas familiares o económicos y cientos de explicaciones ganan terreno. Miles de opiniones, con más o menos razón. Pero entre tanto ruido podemos encontrar una coincidencia y es fundamental: siempre la culpa la tiene el otro. Hay quienes culpan al docente, otros a los padres, o a los chicos… y hasta la televisión y la compu se ganan sus enemigos cuando se habla de estos temas.
Para ser sinceros, el tema de la educación es siempre complejo e imposible de resumir en breves explicaciones lineales de causa- consecuencia. Por eso, cuando surgen estos temas, todo intento de explicarlo brevemente termina siendo una verdad a medias, porque siempre deja una parte del tema sin tratar; por lo tanto esa otra parte de verdad se mantiene oculta.
Casualmente en algunos casos, e intencionadamente en otros, lo que siempre queda afuera, invisible o sin decir, es la parte más crítica y menos hipócrita de la verdad.
Para quien escribe éstas líneas, todas las explicaciones que vi, escuché o leí estos días (y que se repiten año tras año) no quieren hacer frente a la parte dura o estructural del tema: éste es, que la institución escolar no sirve para educar.
No leyó mal señor/a lector/a… dije que la escuela no sirve para educar. Así como está, con sus estructuras de tiempos, espacios, materias, urgencias y carencias no puede cumplir con el mandato social de ser un espacio destinado a educar.
Las escuelas nacieron como espacios físicos destinados a socializar, disciplinar y homogeneizar a las jóvenes generaciones, y cumplieron ampliamente esa función basándose en la enseñanza o la instrucción. Hoy, más renovada en varios aspectos, no deja de ser una institución pensada para algo distinto de lo que hoy se le pide.
Hoy necesitamos instituciones educativas con otros tiempos, espacios, reglamentaciones, con adultos y jóvenes viviendo experiencias más reales donde los grandes decidamos y guiemos a los chicos a los aprendizajes que queremos. Seguimos pidiendo que los chicos aprendan solamente estudiando, como lo hacían hace siglos, porque no tenían las herramientas que tenemos hoy.
En la actualidad, el estudio o la acción de sentarse durante horas a solas con un libro o fotocopia, es por lo menos anticuada y hasta carente de sentido. Con la cantidad de información, soportes y alternativas que ofrece el mundo de hoy, insistir en que los jóvenes tienen que pasar, horas y horas sentados, en silencio y leyendo, suena a época de cavernas.
No digo que la lectura o el estudio no sirven. Claro que no. Siguen siendo muy importantes, pero hay que renovar esos métodos, incluirlos en otros modos de enseñanza, con otros tiempos, ritmos, espacios y experiencias.
Necesitamos una nueva educación. Una nueva institución educativa. Recuperando lo mejor de nuestra historia, poniendo en valor todo lo aportado por el pasado, pero siendo conscientes que lo que hoy ofrece la escuela está muy lejos de ser la educación que necesitan los jóvenes, si es que queremos que las generaciones futuras sean inteligentes y capaces de vivir cada vez mejor.
Somos una sociedad que solemos escaparle a algunos temas que requieren de seriedad y trabajo a largo plazo, pero si realmente nos preocupa la educación, el futuro de “nuestros chicos” y todo lo asociado a él, debemos empezar a pensar seriamente en cambios profundos y estructurales que transformen la educación. Hay países de Latinoamérica que ya lo vienen haciendo hace tiempo, como Cuba o Venezuela.
Los docentes de Mendoza estamos iniciando un nuevo ciclo con jornadas de discusión para hacer aportes a la próxima Ley de Educación Provincial. Esos son espacios importantes para discutir lo que quieren de la educación los propios trabajadores de esa actividad. Claro que no son los únicos en aportar, porque desde otros sectores interesados (Iglesias, empresas, etc.) también hacen llegar también sus aportes.
¿Seremos capaces de adentrarnos como sociedad en las discusiones profundas que necesitamos? ¿Seremos honestos con nosotros mismos sin culpar a otros y discutiremos lo que queremos? Como venimos discutiendo qué tipo de medios de comunicación queremos, quienes tienen derecho a casarse, si queremos o no minería y de qué tipo, quienes deben ser los dueños de la tierra, el petróleo o el agua, la educación es uno de los temas que tenemos que ir abordando socialmente y sin hipocresía.
¿Vio que el tema no era tan simple? Nadie puede tener la respuesta certera y precisa, por más que le pese a algunos. Estas problemáticas solo se superan avanzando, y la única forma de hacerlo es a través de acuerdos surgidos por las construcciones colectivas.
Sueño con el momento en que los individuos dejemos de jugar el juego de creer que sabemos cómo solucionar todo, y con un toque de humildad nos despojemos de la hipocresía, avanzando en discusiones sin violencia y con madurez. Ojala no me despierte.
*Profesor en Ciencias de la Educación