El fútbol debe de ser el hecho más significativo de la cultura argentina: niños, jóvenes, mujeres, hombres, ancianos, conforman la multitud futbolera de nuestros pagos. Difícil encontrar algún parangón comparativo, todos absolutamente todos algo tenemos que ver con el fútbol. Es, sin duda, un hecho común que nos abraza, nos da alegrías y tristezas, nos emociona, nos atrapa, nos pone frente al espejo de nuestros deseos.
“Quiero ser futbolista” dice un niño y debe ser, la profesión más deseada. Lo cierto, es que no existe facultad en la cual te enseñen a jugar y de la cual te recibas como “futbolista”: el ser futbolista y poder vivir de esa profesión es solo para algunos fenómenos que son forjados al calor del esfuerzo y el talento. Para el resto de los mortales solo nos valdrá el mote de “futboleros” (dícese de aquel que sistemáticamente se sienta frente al televisor a admirar y disfrutar de los que juegan al fútbol; también se aplica a aquellos que van los domingos y sábados a mirar al equipo de sus amores a la cancha). Como siempre están los que juegan y los que van al banco o más lejos aún, la tribuna o el sillón.
El fútbol, como cualquier deporte encuentra adversarios, es decir, que por defecto es necesario enfrentarse. Enfrentar a otro en el campo de juego es un hecho que podría decirse “natural”, es lo constitutivo del juego, se “necesita” del adversario. En el fútbol el objetivo es simple, hay que hacer goles en el arco del equipo contrario y lograr que éste no haga goles en tu arco. A esta supuesta simpleza se le debe agregar que, frente a la incompetencia de algunos (los que no están preparados para competir futbolísticamente, más conocidos como “pata dura”) se le anteponen los que sí saben jugar; por ende, alguien seguramente va a ganar, sabrán ustedes quién, aunque en el fútbol es difícil hacer premoniciones.
Pero esta columna no tiene por objetivo hablar de fútbol, más bien pretende que quienes saben de esto lo hagan. Lo que apunta esta editorial es hablar de educación, para ser más preciso, educación en el fútbol.
La facultad del fútbol es el club, es donde aprendemos a jugar, pero también es donde aprendemos a vivir el fútbol; las tribunas de una cancha son, por definición, la mesa de examen de lo aprendido y, los que miramos desde ahí, debemos necesariamente ser los que decimos qué está bien y qué está mal. Como un “tribunero” pretendo decir que algo está mal en el fútbol y, más precisamente, quiero decir que creo, que no se está enseñando bien (menudo acto de soberbia, decir lo que está bien y lo que está mal y más en fútbol donde seguramente hay miradas diversas).
Mi “crítica tribunera” se refiere a lo que he observado en los partidos de las categorías inferiores: un excesivo deseo por ganar, ganar a cualquier precio; ganar, en un espacio donde se supone que los jugadores están en un proceso formativo; es decir que, donde se aprende a jugar se les exige, de manera indispensable, que lo único que importa es “ganar”. A esta exigencia, manifestada desde algunos entrenadores, se suman los padres de los prematuros jugadores y, todo el contexto de la tribuna.
Personalmente, creo que frente a esta exigencia (de ganar siempre) se pierde el valor por el juego, el proceso de educación y también el sentido de formación integral que debería tener el deporte. Con tristeza observo como con displicencia se insulta a árbitros y rivales, rivales que no dejan de ser jóvenes en proceso de formación como los de “nuestro equipo”, y árbitros que, más allá de su desempeño, deberían, ser respetados como “autoridad” dentro de la cancha.
Sin pregonar una moral de alto vuelo, pretendo no sorprenderme cuando es expulsado de la cancha un pibe de no más de 16 años ¿Qué hace que un chico, que debería jugar básicamente para disfrutar del deporte, se vea envuelto en una situación de violencia por la cual deba ser expulsado de la cancha? ¿Qué adultos intervienen en la formación en torno al fútbol? ¿Entrenadores, padres, asistentes a las tribunas? ¿Cuántos insultos habrá escuchado? ¿Cuántas veces se le ha exigido ganar? ¿Cuántas veces alguien se sentó frente al pibe, para explicarle que la vida y el fútbol se parecen, y que valen los mismos valores dentro como fuera de la cancha?
Sin duda que mejorar la formación no es tarea fácil, es un camino a deconstruir: mirarnos nosotros mismos como adultos, mejorar nuestras prácticas y sobre todo, mejorar nuestros ejemplos. Cuando cuestionamos la violencia, en cualquier ámbito de la vida, tenemos necesariamente que empezar a comprender que todos los espacios, incluido el del fútbol, son ámbitos de formación y educación para la vida y sobre todo, para la paz.