Con una ventaja de 10,37 por ciento sobre Carlos Mesa, se consolida el triunfo del presidente de Bolivia sin necesidad de acudir a una segunda vuelta.
Desde La Paz. El cómputo oficial de los votos de centros mineros como los de Siglo XX y Llallagua, en Potosí, que durante la década del ’70 fueron el escenario de históricas luchas obreras; y de poblados indígenas de la Bolivia profunda, como Mojocoya y Tarabuco, en Chuquisaca, terminaron por darle al presidente Evo Morales la ansiada diferencia superior al diez por ciento de los votos por sobre el candidato de Comunidad Ciudadana, Carlos Mesa, habilitándolo a un cuarto mandato sin necesidad de recurrir a una desgastante segunda vuelta electoral. Con el 99,16 por ciento de los votos escrutados y una ventaja de 10,37 por ciento sobre Mesa (obtuvo el 36,59%), Morales (46,96%) es reelecto sin necesidad de acudir a una segunda vuelta.
Sintomático de un proceso electoral plagado de intentos desestabilizadores por parte de la oposición al Movimiento Al Socialismo es que la odisea del escrutinio de esos y otros municipios aislados de los grandes centros urbanos haya tenido que realizarse tras la mudanza de los respectivos Tribunales Electorales Departamentales a Llallagua y a dependencias de la Empresa Pública Productiva de Envases de Vidrio de Bolivia (Envibol) en Zudáñez, debido a que las instalaciones fueron tomadas y destruidas por grupos de choque convocados por opositores para impedir el conteo del voto campesino originario y desconocer los resultados.
Ante el clima de desacreditación del proceso electoral y de violencia suscitada en casi todo el país por el propio Mesa junto a otros representantes sectoriales de la derecha, el cómputo final del cuestionado Tribunal Supremo Electoral (TSE) fue finalmente resuelto en tiempo y forma, acallando así precipitadas especulaciones como las de la misión de observadores de la Organización de Estados Americanos (OEA) presidida por Luis Almagro.
Hablamos de una misión de veedores de la OEA que desde hace meses avaló la organización y el cronograma de todo el proceso eleccionario, que el pasado domingo ponderó la absoluta normalidad en el desarrollo de los comicios y que jamás hizo mención a la posibilidad de fraude agitada por la derecha. Sí deslizo, a partir del 21 de octubre, críticas concentradas principalmente en falencias del sistema paralelo de transmisión rápida del conteo (TREP), aspecto que ha puesto en jaque al propio TSE y que deberá ser revisado a futuro.
Por eso resultó sorpresivo que voceros del organismo continental recomendaran la realización de la segunda vuelta aún cuando el escrutinio no estaba completo e independientemente de si se daba o no la diferencia de diez puntos entre Morales y Mesa. El pedido del canciller Diego Pary para que las autoridades bolivianas y la misión de la OEA realicen en los próximos días una auditoría conjunta del conteo general no cayó en saco roto, siempre y cuando las conclusiones sean vinculantes, es decir, de cumplimiento obligatorio.
Carlos Mesa puso en evidencia su desorientación sobre cómo enfrentar la derrota y su abierta negativa a reconocer los resultados al referirse en una entrevista televisiva realizada anoche a que no le parece vinculante la auditoría, demostrando que su objetivo final es deslegitimar como sea las elecciones, inclusive ante la hipotética y ya descartada posibilidad de acceder al balotaje.
Nuevamente repuesto de un resultado que acaso avizoraba más contundente, y en modo contraataque, el presidente Morales apuntó a la OEA por considerar que perdió toda imparcialidad en el curso de los últimos días. Le atribuye una intencionalidad de desestabilización política a tono con los designios injerencistas de Donald Trump en toda la región y en complicidad con los intentos de golpe interno notoriamente promovido por la oposición.
Si algo puede extraerse como concluyente a partir del análisis del resultado electoral es una fuerte polarización entre los sectores afines a la profundización del proceso de cambio, con un rol clave de los movimientos sociales, y el profundo “anti-evismo” que se cuece en la clase media y que llevó a esos sectores a concentrar el voto en Comunidad Ciudadana. Esto se traslada a la dicotomía campo-ciudad, cuestión que parecía zanjada pero que ha resurgido con una alarmante reacción de expresiones y acciones violentas atravesadas de odio racial hacia todo lo que huela a indígena y masista.
El propio Morales señaló hoy en conferencia de prensa desde la Casa Grande del Pueblo que un grupo de 20 personas habría atacado el frente de su casa en Cochabamba con pintadas y leyendas discriminatorias, además de denunciar los actos vandálicos contra los tribunales electorales.
Mientras, la calma social sigue jaqueada en las ciudades de La Paz, Sucre y Santa Cruz, con una guerra psicológica de noticias falsas sobre la población, que van desde alarmas sobre desabastecimiento de alimentos y combustibles a la difusión de imágenes de violentos enfrentamientos que, paradójicamente, corresponden a una quinceña de años atrás, como la masacre de octubre, de la cual el propio Mesa fue uno de los responsables al estar al frente del Poder Ejecutivo.
El intento de venezuelización de la situación de Bolivia, con llamamientos infructuosos a paros cívicos, a la guerra civil e incluso a la impostura de Mesa como presidente -al peor estilo Guaidó-, se refleja en las manifestaciones mayormente nutridas por jóvenes de sectores medios y altos acicateados por el rector de la UMSA Waldo Albarracín, quienes irrumpen a diario a partir de las seis de la tarde en inmediaciones de la sede paceña del TSE con una única consigna: sacar a Evo.
Enfrente se sitúan las masivas marchas y concentraciones en respaldo al presidente indígena, como las de ayer en la plaza San Francisco de La Paz y la de esta tarde en Cochabamba, donde cientos de miles de personas convocadas por organizaciones como la Central Obrera Boliviana y la Confederación Sindical Única de Trabajadores Campesinos de Bolivia muestran su pacífica defensa de Evo, de la democracia y de los derechos históricamente conquistados. Ellos y ellas, cuyos votos Mesa pretendió desconocer, son quienes sostienen la revolución democrática y cultural.
Fuente: Página12