Por Rayén Castro
Habiendo ya pasado las elecciones primarias abiertas, con un contundente resultado en favor de la fórmula del Frente para la Victoria, y camino a las generales de octubre, corresponde hacer algunas reflexiones que escapen a la coyuntura pos electoral. Plantear, ante la casi segura reelección de Cristina Fernández, interrogantes y desafíos que se abren de frente a los próximos cuatro años que prolongan la experiencia kirchnerista.
El proyecto político iniciado en el año 2003 por Néstor Kirchner, deberá finalmente dar contenidos concretos a una fórmula que corona con insistencia los discursos de las más altas esferas de gobierno: “profundizar el modelo”. Frase que es hasta para los militantes más fervientes del kirchnerismo un significante a llenar. De hecho, una de las debilidades notorias que asoma en los núcleos ideológicos del kirchnerismo más homogéneo, es la de no corresponder con aquella máxima que el mismo Kirchner alguna vez le pronunciara a los jóvenes de La Cámpora: “córranme por izquierda”. En los últimos años, en los que la apelación por una “juventud militante” ha atravesado la mayor parte del discurso presidencial, aún aparece como una falencia que las capas que constituyen “minorías intensas”, que debieran canalizar reclamos desde las entrañas mismas del oficialismo, reduzcan su acción pública y política al sostenimiento de los avances, en una actitud que podría calificarse -sólo con el alcance aquí descripto- de conservadora, dejando un lugar marginal (la ya aludida fórmula “profundizar el modelo”) para las demandas que conformen una agenda a futuro.
Ahora bien, uno podría inferir que la debilidad comentada que atraviesa los sectores que corresponden de manera más directa al imaginario que dice representar el kirchnerismo (una síntesis entre las corrientes nacionales-populares mixturada con ciertos elementos del progresismo de décadas pasadas), se condice con temores que amenazan desde la historia reciente, cercada por descalabros económicos y una clase dirigencial que en buena parte no ha sufrido la renovación esperada, una vez superada la calamidad neoliberal que atravesó la Argentina durante las presidencias de Menem y De la Rúa. Aparecen entonces como suficientes y bastiones a defender los números de una economía equilibrada, acompañados por los notorios avances en materia de políticas sociales, extensión de la ciudadanía y Derechos Humanos.
Otro antecedente que puede abonar la postura conservadora de cara al futuro, reposa en la crisis que sucedió al conflicto con las patronales agrarias en 2008 y la consiguiente fuga de dirigentes hacia las filas opositoras. Quedó en evidencia que varias de las patas sobre las que se sostenía el gobierno nacional se hacían a un lado cuando se ponía en la escena una disputa por la renta contra los poderes reales, cuyas cabezas visibles entonces fueron la Mesa de Enlace y quien se convertiría en el más claro adversario del gobierno desde entonces: el Grupo Clarín.
Asoma de esa manera una de las aristas en las que es dable detenerse para un análisis que seguramente exija mayor profundidad: ¿quiénes son los kirchneristas fuera de Capital Federal? Por fuera de intelectuales, artistas, juventudes universitarias y organizaciones barriales, ¿quiénes son los que representan al gobierno nacional en “las provincias” (como gustan decir los porteños)?
Trabajemos -por un momento al menos- con una hipótesis tramposa: lo propiamente kirchnerista no gana elecciones. Si bien la totalidad de los gobernadores aliados al gobierno nacional ha sido reelecto, muy pocos podrían aventurar a sostener que buena parte de ellos corresponde con el imaginario ideológico que el kirchnerismo ha alimentado estos ocho años de gobierno. ¿Acaso se puede sostener que Gioja, Insfrán, Urtubey, Jaque, Scioli, Alperovich, Peralta, sean “nacionalistas populares”? ¿No es acaso más certero suponer que, en una relación que a ambas partes beneficia, sacan aquellos provecho de las variables macroeconómicas que el modelo nacional supone, ejecutando en sus territorios gobernaciones relativamente conservadoras, de un peronismo más bien clásico? Por otro lado, sin embargo, dirigentes de primera línea como Filmus o Rossi, a los cuales uno señalaría antes como “kirchneristas” que como “pejotistas”, pierden por amplio margen en sus distritos, donde el justicialismo tradicional sin dudas filtró votantes hacia otros candidatos. Ahora bien, huelga hacer importantes salvedades: tanto Ciudad de Bs. As. como Santa Fe han sido desde siempre territorios hostiles para el FpV, agregando a ello que, salvo Catamarca -donde ganó Corpacci, candidata del oficialismo nacional-, todos los demás oficialismos han reelegido.
De todas maneras, no sería justo decir que la Casa Rosada no ha advertido este fenómeno. Los denodados esfuerzos de este último período por constituir una clase dirigencial con identidad propiamente kirchnerista registran un reciente capítulo: el armado de listas para los cargos legislativos, en los que se relegó al PJ tradicional abriendo camino a nuevos dirigentes, puso en evidencia -aunque exagerado por los medios opositores- un estado de cosas soterrado, de corrientes subterráneas: el trato afable con la Nación de los gobernadores justicialistas encuentra sus límites cuando aquella mete sus narices en cuestiones locales.
Aún ante estas dificultades, es por demás claro que la victoria de agosto afirma un porvenir promisorio para el gobierno nacional, donde las urnas legitiman, al menos por un tiempo (un tiempo que tiende a prolongarse si la economía acompaña), las maniobras con mayor riesgo que pueda tomar, tanto hacia adentro de su fuerza como en materia de políticas públicas. Esto mismo, deberá incluir iniciativas contundentes que busquen morigerar los muy probables coletazos de una crisis internacional que ya ha dejado de ser estrictamente financiera para afectar también la economía real de los países centrales.
Se abre un capítulo en el que la agenda política del Estado pugna por abrirse paso entre las cuestiones del “movimiento” y el lugar de la Argentina en el mundo. De cómo sorteará los obstáculos y episodios que le signen una y otra cuestión dependerá en buena medida el desempeño del gobierno los próximos cuatro años. Si el balance es positivo, habrá margen para poner sobre el tapete asignaturas pendientes vinculadas a la herencia neoliberal: propiedad de los recursos naturales, una reforma tributaria progresiva, incentivo al trabajo registrado y una fuerte política de vivienda, entre tanto más. Que así sea.