“En la cuna del hambre/mi niño estaba./Con sangre de cebolla/se amamantaba./Pero tu sangre,/escarchada de azúcar/cebolla y hambre”, escribió el español Miguel Hernández en 1939 a la madre que amamantaba al hijo de ambos. La familia del poeta encarcelado vivía bajo un régimen duro, no lo vamos a negar, pero que aseguraba a sus súbditos al menos el pan y las cebollas. Eran pobres, sí es cierto, pero dignos. No como en la Argentina actual donde el kilo de cebollas cuesta $ 32 y hasta la miseria está intervenida por el Estado, y los poetas de esta dictadura ya no saben a quién cantarle sus nanas.
Afortunadamente, entre las grietas del régimen populista se pueden escuchar algunas voces del disenso. Uno de los ejemplos de la prensa libre amordazada es el diario Los Andes de Mendoza, que en su editorial del 13 de agosto de 2015 se animó con valentía a señalar las verdaderas causas del hambre. Bajo el título “El precio de la cebolla” el matutino mendocino nos enseñó que “…el precio de algo es el resultado de la interacción entre oferta y demanda de bienes y es lo que guía las decisiones de producción y consumo. Este equilibrio se llama “mercado”, y el de la cebolla lo ha perdido.”
Hemos extraviado la dignidad, el respeto, la honestidad, el Unicornio Azul de Silvio Rodríguez y, como si no fuese bastante, también el equilibrio del mercado. “Bajó la producción y la cebolla subió 300% en 5 meses”, dice Los Andes, y nos explica por qué: “En gran parte de nuestra sociedad existe una fuerte resistencia a comprender y aceptar el funcionamiento de los mercados, en plural, ya que son miles los que funcionan a diario, de la economía basada en el libre funcionamiento de ellos. A lo largo de los años, los críticos de ese tipo de economía han logrado crear, en la conciencia de una porción importante de la población, la idea de que ese tipo de organización económica es perversa y perjudicial, que en lo posible debe ser eliminada o al menos fuertemente intervenida por el Estado, como ha ocurrido en los años del kirchnerismo. (…) La consecuencia es que vivimos en uno de los países más estatistas del mundo y los resultados económicos están a la vista.”
Es el Estado el que, a fuerza de zancadillas sucias, hace trastabillar la armonía del libre juego de las fuerzas productivas que distribuye 10 kilos de cebollas anuales per cápita, o lo que es lo mismo 100 kilos para uno y para diez ninguno. ¿Por qué resistirnos entonces a comprender y aceptar el funcionamiento de los mercados?
Relajémonos y gocemos de la simple explicación de nuestro editorialista del texto de marras. “Eso que llamamos “mercados” -dice- no son una entelequia incomprensible, son las acciones de millones de personas que a diario realizan infinidad de transacciones, desde una tan sencilla como comprar y vender cebollas, a otras muy complejas -que quedan en manos de especialistas- como las transacciones financieras internacionales. Pero el núcleo del asunto es siempre el mismo: cuando hay libertad para operar, los precios resultan de la interacción de la oferta y demanda de bienes y servicios (…) El caso del mercado de cebollas cumple como guía de manual las disquisiciones presuntamente “teóricas” que hemos venido haciendo.”
Es por eso que esta guía práctica debiera ser editada y distribuida, sorteando la censura, hasta los confines de la provincia, y saldar así el vacío que han dejado los estúpidos economistas ortodoxos que todavía no han sabido explicarle a la gente lo inevitable y bondadoso que resultan los mercados en estado salvaje. Así el pobre sabrá por qué es pobre, el clasemediero aliviará su asfixia de querer y no poder, y el rico entenderá que su abundancia no es fruto de la magia, ni de Dios, ni del azar, sino resultado de su esfuerzo individual y de una ley natural, tan inexorable como la que atrae el agua de las nubes al suelo.
Resultaría tranquilizador saber que mientras usted lee este texto cientos de miles de consumidores de caramelos, automóviles, viajes a Japón, acciones de la bolsa, dólares celestes y kilogramos de cebollas están cuidando los precios de los bienes y productos a través de sus soberanas transacciones. Pero esto lamentablemente no es así desde que este gobierno decidió corromper los artículos e incisos de las normas sagradas de los mercados.
No importa que el mismo editorial de Los Andes cite una nota del mismo diario, del 5 de agosto, donde se explica que el aumento de la cebolla obedece a una falta de planificación de la producción hortícola y a las intensas lluvias en la provincia de Buenos Aires, que hicieron que se pudrieran gran parte de los bulbos de cebollas que se consumen en el país. No nos detengamos en contradicciones que no nos conducen a nada. La cebolla no aumenta porque un año todos plantan y cae el precio y al año siguiente muy pocos la cultivan y el valor se va a la nubes, tampoco se incrementa por el exceso de la lluvia y los hongos que la pudren. Las cebollas están caras por las distorsiones que produce el Estado sobre los mercados y punto. Esto es así porque es así, es un dato de la realidad que no requiere de ninguna explicación erudita.
Mucho menos vale la pena detenerse en los llamados economistas heterodoxos con sus torcidas interpretaciones politizadas, ni en el relato gobernante de las agrupaciones de los entusiastas kirchneristas.
Un informe de coyuntura de la Corriente Agraria Nacional y Popular -CANPO (sic)- de enero de 2014, señala que las verduras aumentan por razones de estacionalidad, pero también -y sobre todo- por el comportamiento del mercado internacional, la concentración y extranjerización del mercado interno y la denominada puja distributiva. La CANPO hizo un relevamiento de seis hortalizas en Mendoza, tomando los precios que se les pagan a los productores en las chacras, los de la feria, verdulerías e hipermercados. En promedio, la diferencia entre el precio que recibe un productor en el surco y el valor que paga un consumidor final en un hipermercado fue de alrededor del 890%, es decir, casi nueve veces más caro. En el caso de la cebolla, la diferencia fue de ¡once veces!
Está claro que estos militantes K mienten, como también falsean los datos el Departamento de Economías Regionales de la oficialista Cámara Argentina de la Mediana Empresa (CAME), que publicó recientemente un informe que da cuenta de la brecha entre el precio que paga el consumidor en la góndola y lo que recibe el productor en el campo. De una canasta de veinte productos agropecuarios que se analizaron en el mes de agosto, las diferencias entre el precio de origen y el precio final fueron de 8 veces en promedio. Algunos casos resultan asombrosos: en la uva de mesa la diferencia fue de casi 49 veces, en naranjas, 14,7, manzana roja, 13,4 y pera, 12,9 veces.
Pero no nos dejemos llevar por quienes interesadamente intentan perturbar la conciencia de la población desprevenida con divagaciones pseudointelectuales. Seamos objetivos y aprendamos de los países exitosos, como Estados Unidos que, si bien invierte millones de dólares en subsidiar su agricultura, pone barreras arancelarias y adopta medidas antidumping y otros tantos anti para limitar la importación de agroalimentos, deja que la libertad de comercio establezca los precios y hoy logra que las hamburguesas de McDonald´s tengan los aros de cebollas menos lacrimógenos y más grandes y baratos del universo. ¿Gracias a quién? Gracias al payaso Ronald, al empleado del mes y al invisible aunque no menos esencial mercado.
Sólo hay que tener paciencia. Ya llegará aquel día en que los pobres argentinos puedan volver a cantar a sus niños la “Nana de las cebollas”, a precios razonables.
Por Ricardo Nasif en http://la5tapata.net/no-es-la-cebolla-estupido/