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El sable corvo de San Martín, símbolo de la liberación de América

La presidenta Cristina Fernández coloca el sable en el museo, ubicado en el parque Lezama
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La presidenta Cristina Fernández coloca el sable en el museo, ubicado en el parque Lezama
La presidenta Cristina Fernández coloca el sable en el museo, ubicado en el parque Lezama

El arma del General regresó al Museo Histórico Nacional, ceremonia presidida por la presidenta Cristina Fernández.

La ceremonia oficial realizada ayer en Buenos Aires, para trasladar desde el Regimiento de Granaderos a Caballo hasta el Museo Histórico Nacional (Parque Lezama) el sable que el General José de San Martín utilizó en las principales luchas independentistas, hizo poner el foco en su trascendencia simbólica, patrimonial e histórica.
Dos historiadoras mendocinas -Adriana Micale y Alejandra Masi- explicaron que detrás de esta emblemática arma descansan numerosas secuencias que marcaron a fuego el destino de los pueblos del Cono Sur.

Justamente, ése sable fue empuñado por José de San Martín en las batallas de Chacabuco (1817), Cancha Rayada y Maipú 1818), tres hitos claves de la gesta, que significaron la expulsión de los españoles de Chile para organizar luego el plan libertador hacia Perú.

«Es el sable que simboliza la libertad de Chile. Luego San Martín se va al Perú y allí logra expulsar a los españoles con la ayuda de Bolívar», destacó Micale.

Lo cierto es que fueron años antes, en 1811, cuando José de San Martín, viaja desde Cádiz (España) a Inglaterra. Allí, precisamente en la ciudad de Londres compra en una tienda el sable morisco, propio de la caballería de la época, corvo, con empuñadura simple, diferente del sable característico de las guerras napoleónicas. «Era un sable de origen oriental usado en Inglaterra por los corsarios, para las luchas cuerpo a cuerpo».

Un año más tarde, el General decide trasladarse hacia el por entonces Virreinato del Río de la Plata con el objetivo de sumarse al Ejército del Norte.

«Lo compra y lo trae con su equipaje pero no lo usa sino hasta 1817. De hecho, en la batalla de San Lorenzo, ocurrida en 1813 no lo utilizó», completó Micale y agregó que esa afirmación quedó documentada en las memorias escritas por el General Gregorio Aráoz de Lamadrid.

Micale detalló que en su estadía en nuestra provincia, José de San Martín tuvo en su posesión el sable y de hecho, lo dejó en estas tierras después de 1824, cuando decidió marcharse de las Provincias Unidas del Río de la Plata, que en esos años se encontraban en plena crisis institucional, en el marco de los enfrentamientos entre unitarios y federales.

De acuerdo a la historia, el sable quedó en nuestra provincia algunos años, según algunas versiones -que no han sido confirmadas aún- al cuidado de una amiga suya, Josefa Morales de Ruiz Huidobro. Lo que sí se ha podido probar es que el arma fue solicitada por el General mientras residía en Francia. De hecho, fue su yerno, Mariano Balcarce, quien lo devuelve a sus manos.

Micale y Masi coinciden en que, de acuerdo a los documentos que perduraron a través del tiempo se pudo saber que en 1844 José de San Martín, consigna en su testamento de siete cláusulas su deseo de que luego de su muerte, el sable sea transferido a Juan Manuel de Rosas, quien por entonces era la máxima autoridad de la Confederación Argentina.

«Enterado de lo que estaba ocurriendo en Argentina con el bloqueo económico anglo francés y considerando que Rosas estaba defendiendo la soberanía consideró que Rosas era quien debía heredar su sable», explicó Micale.
Tras la muerte de José de San Martín en 1850 -deslizó – y el sable se quedó en manos de Balcarce y Merceditas y hacia 1852, finalmente se cumple el deseo sanmartiniano. Rosas, de hecho, lo utilizó como símbolo de honor y distinción hasta que fue exiliado luego de la batalla de Caseros.

«No se pudo llevar nada, perdió todas sus propiedades y con ello, el sable aunque éste último se lo pudo llevar a Inglaterra hasta que muere en 1877», profundizó Micale.

De nuevo en Inglaterra y tras el fallecimiento de Juan Manuel de Rosas el objeto quedó en manos de Manuela, su hija, y el esposo de ésta Máximo Terrero.

«En realidad, Rosas había planteado su deseo de que la reliquia estuviese en posesión de su amigo, Juan Nepomuceno Terrero, pero lo cierto es que éste murió antes que él», aclaró Micale. En 1896 Manuela llegaba al final de su vida y recibió una carta por parte de Adolfo Carranza historiador y primer director de Museo Histórico Nacional.

En la misiva, él le solicitó la donación de la «espada redentora del mundo», tal como la denominó. «Junto a su marido, Manuela decide acceder y el sable retornó a Argentina en 1897, donde fue depositado en el museo que en esos años funcionaba en los actuales terrenos del Jardín Botánico (Buenos Aires)», describe Micale.

Una joya que fue robada dos veces

El 12 de agosto de 1963 y en medio de un clima de caos político e institucional, un grupo de jóvenes de la Juventud Peronista robó el sable y lo retuvo por varios días.

«Lo que querían era entregárselo a Juan Domingo Perón. Hubo una represión terrible y los mataron a golpes», destacó y agregó que una vez recuperado por el Estado, el sable es entregado a Juan Carlos Onganía, quien ejerció el segundo Gobierno de facto en Argentina entre 1966 y 1970.

El sable fue robado nuevamente el 19 de agosto de 1965 también por la Juventud Peronista. Un año después fue entregado al Ejército Argentino.

Fuente: diario Los Andes